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Génesis - Capítulos 36:1 - 37:8

Publicado en Genesis

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro recorrido por el libro de Génesis. En el programa anterior, finalizamos nuestro estudio del capítulo 35, y hoy nos toca estudiar el capítulo 36, que trata de la familia de Esaú, la cual llegó a ser la nación de Edom. El Espíritu de Dios emplea este método por todo el Libro. El hecho es que se sigue por todas las Escrituras. La simiente que se sigue es Cristo. El Apóstol Pablo lo expresa con claridad.  La simiente no son muchos, sino uno, y es Cristo. Por tanto, al recorrer la Escritura, la línea principia con Adán y Eva, y luego sigue con Set hasta Abraham e Isaac, y ahora con Jacob. Este método siempre se sigue. Dios da primero la línea rechazada, y luego la pone de lado en cuanto a cualquier propósito de la Escritura, para tomar una vez más, la línea que conduce a Cristo y seguirla. De modo que este es el propósito del capítulo 36 de este libro de Génesis.

 Quisiéramos decir que este capítulo no parece ser interesante para muchos de nosotros. Sería un estudio maravilloso para alguien que quisiera estudiar los nombres y las personas que procedieron de Esaú. Encontrará que uno de los nombres que se mencionan aquí son nombres que se oyen decir en aquel gran desierto arábigo en el día de hoy. Omar el tendero era natural de allá.  También se menciona a Temán, Zefo, Gatam y Coré.

La familia de Esaú colonizó a Edom. Tres veces se nos dice en este capítulo que Esaú es el fundador de Edom y padre de los edomitas. Edom queda al sur y al oriente del mar Muerto. Está en una región montañosa, y la capital de Edom es la ciudad labrada en piedras que se llama Petra, la cual todavía se encuentra hoy allí. Hay una profecía notable con respecto a ella, que ya se ha cumplido hoy. Dios dijo que sería exactamente como la vemos hoy. Llegaremos a esta profecía en los libros de Isaías, Jeremías, y Ezequiel.  Todos mencionan en particular a este país y nación.

Esaú, pues, es el padre de Edom, y son palabras sinónimas.  Se menciona aquí en este capítulo, en los versículos 1, 8, y 43.

La repetición de esto revela su importancia. Muchas veces en la Escritura se hace alguna referencia a Edom. Cuando los israelitas salieron de Egipto, por ejemplo, los edomitas rehusaron darles paso por su tierra. Así lo leemos en Números, capítulo 20, versículos 14 al 21. Esto casi llegó a ser el pecado imperdonable para Edom. Es la referencia histórica y sobresaliente en cuanto a Edom.

Cuando primero conocimos a Esaú, lo vimos como un niño en la familia de Isaac. Era un tipo del hombre de campo, robusto, atlético. Estamos seguros que nuestra opinión mal pensada, sería que era un niño bueno. Al parecer era bueno, pero si jamás hubo un hombre carnal, pues, ese era Esaú.

Hace ya varios años, una señorita cristiana habló con un predicador en cuanto a un joven buen mozo al cual ella había conocido. A decir verdad, los dos eran jóvenes de buen aspecto. Ella había nacido en la China; su padre estaba en el negocio petrolero y llegó a enriquecerse mucho. Ella conoció al joven que era empleado del banco, joven más bien pobre. Hay muchos empleados en los bancos que buscan un buen matrimonio. Se fijan en las hijas de los clientes que tienen dinero en el banco. Pues, bien, el joven había conocido a esta señorita. Él era un joven buen mozo y robusto, tal vez era como Esaú. Un misionero en China había conducido a la señorita a Cristo y ella insistía que se casaría con el joven, y esperaba que él llegara al Señor. El predicador con quien la señorita estaba conversando, ya había hablado con el joven alguna ocasión anterior, y este joven no tenía ninguna intención de llegar al Señor. En cambio, sí quería casarse con esta señorita. La joven, claro está, era hermosa y tenía dinero; y el era un hombre de la carne. Por tanto, el predicador les dijo que no efectuaría el matrimonio de ellos. Ahora, por supuesto, ella se enojó con el predicador, pero más tarde vino para visitarle y le contó que se habían divorciado. La dama confió al predicador que nunca había conocido una persona tan entregada a las cosas seculares carnales, como este joven. Dijo que nunca soñó que pudiera haber una persona que jamás tuviera ni siquiera un pensamiento maravilloso, noble ni espiritual.

Ella confesó que este hombre era sumamente brusco.   En la parte externa, parecía un hombre bueno y noble.

Amigo oyente, así era Esaú. Es posible que haya alguien que deseara argüir con Dios en cuanto a su preferencia. Esaú parecía ser tan bueno mirándolo por fuera. ¿Será posible que Dios se equivocara? Dios nos revelará que no se equivocó de preferencia. Esaú es Edom. Y, con el andar de los siglos, más de 2000 años, vemos que el pequeño Esaú ha llegado a multiplicarse en cien mil edomitas, y que cada uno de ellos es un pequeño Esaú. Dios, pues, nos permite dar un vistazo a la nación que procedió de Esaú.

Toda la profecía de Abdías trata de la destrucción de la nación de Edom. Abdías es como un microscopio puesto sobre Esaú. O, podemos decir que Edom es como una foto que ha sido ampliada. Si queremos, pues, ver el retrato verdadero de Esaú, debemos volver hasta Abdías. Lo que era una pústula en la cara de Esaú, llega a ser una contaminación de cáncer en el cuerpo político de Edom.

El gran pecado de Esaú y de Edom fue la soberbia. Es el pecado más oneroso de todos y causó la ruina a la nación. Leemos en Abdías capítulo 1, los versículos 3 y 4: La soberbia de tu corazón te ha engañado, tú que moras en las hendiduras de las peñas, en tu altísima morada; que dices en tu corazón: ¿Quién me derribará a tierra? Si te remontares como águila, y aunque entre las estrellas pusieres tu nido, de ahí te derribaré, dice Jehová. La soberbia del corazón era la declaración de la independencia de un alma que dice que puede vivir sin Dios, y a la cual no le hace falta Dios.

En el último libro del Antiguo Testamento Dios dice: Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí. Dios no lo dijo sino hasta mil años después que estos hombres vivieron. Dios lo sabía en el principio, pero usted y yo no lo sabíamos. Y después de estudiar la historia de ellos nos es claro que Dios obró con exactitud. Esaú, pues, es Edom. Leamos los versículos 2 y 3 de Génesis, capítulo 36:

2Esaú tomó sus mujeres de las hijas de Canaán: a Ada, hija de Elón heteo, a Aholibama, hija de Aná, hijo de Zibeón heveo, 3y a Basemat hija de Ismael, hermana de Nebaiot. (Gén. 36:2-3)

Y ahora, leamos los versículos 6 y 7, que dicen:

6Y Esaú tomó sus mujeres, sus hijos y sus hijas, y todas las personas de su casa, y sus ganados, y todas sus bestias, y todo cuanto había adquirido en la tierra de Canaán, y se fue a otra tierra, separándose de Jacob su hermano. 7Porque los bienes de ellos eran muchos; y no podían habitar juntos, ni la tierra en donde moraban los podía sostener a causa de sus ganados.  (Gén. 36:6-7)

Recuerde usted que Abraham y Lot tuvieron el mismo problema. No había suficiente pasto para los animales. Cada uno tenía demasiado ganado. Así pues, Esaú, salió de la tierra prometida y la dejó por su propia cuenta, debido a las circunstancias económicas. Leamos ahora el versículo 8 y luego saltamos al versículo 12:

8Y Esaú habitó en el monte de Seir; Esaú es Edom. (Gén. 36:8)

Ahora, el versículo 12, dice:

12Y Timna fue concubina de Elifaz hijo de Esaú, y ella le dio a luz a Amalec; estos son los hijos de Ada, mujer de Esaú.  (Gén. 36: 12)

Este es el principio de los amalecitas. Esas tribus que están en el desierto han procedido de ellos a través de los siglos. Se esparcían por todas direcciones. Entraron en el norte de África y eran fuertes en Cartago. En realidad, hubo una ocasión cuando el centro más fuerte de la iglesia, estuvo en el norte de África. Todos procedieron de Abraham por Agar, o bien, proceden por Esaú. Se casaron entre las diferentes tribus y de ellas han procedido los amalecitas y los perezeos y todas las tribus árabes. Todos pertenecen a la familia de Abraham igual como pertenece Israel. Son de la misma línea directa.  Ambas son personas semíticas: el árabe es semítico, tanto como
lo es el israelita.  Este capítulo, pues, es importante para nosotros porque nos es posible ver en él, estos enlaces familiares. El Espíritu de Dios emplea mucha tinta de imprenta para contarnos todo esto.

El último punto en disputa entre Esaú y Jacob se ve en dos hombres del Nuevo Testamento. El Señor Jesucristo, un Hijo de Israel según la carne, se paró delante de Herodes, un hijo de Esaú. La familia de los Herodes era de Idumea. El Señor Jesucristo no tuvo palabras para Herodes; lo identificó como aquella zorra, en Lucas 13:32.

Hallamos un poquito de humor también en este capítulo. Ahora, el versículo 15 de Génesis, capítulo 36, nos dice:

15Estos son los jefes de entre los hijos de Esaú: hijos de Elifaz, primogénito de Esaú: los jefes Temán, Omar, Zefo, Cenaz. (Gén. 36:15)

Jefes quiere decir “líderes”, dirigentes. Ahora, ¿de dónde vinieron  estos  jefes?  Pues, tenemos aquí el principio de la nobleza. Simplemente se constituyeron en jefes. Cada uno de ellos llegó a ser jefe. No es meramente un sobrenombre, lo emplean en serio. El principio de la nobleza se halla en la familia de Esaú. Muchas personas en las Américas trazan su ascendencia a la nobleza. Se pregunta si alguien de por allá tuviera tiendas o trabajara en las viñas o se sentaba en la rueda del alfarero, o servía de zapatero. Pues, diremos que Esaú produjo mucha nobleza. Y además de eso, leemos en el versículo 31 de este mismo capítulo 35 de Génesis:

31Y los reyes que reinaron en la tierra de Edom, antes que reinase rey sobre los hijos de Israel, fueron estos: (Gén. 36:31)

No creemos que fuera el arreglo de Dios de ninguna manera que tuvieran reyes para reinar así como éstos. Los hombres propendieron a exaltarse el uno al otro, en vez de exaltar a Dios, y acudieron a los hombres en vez de acudir a Dios. Los títulos llegan a ser más grandes, al caer Dios en la sombra de su olvido. ¿No es interesante esto? Esto fue antes de que los israelitas tuvieran reyes. Ahora, ¿de dónde obtuvieron la idea ellos? Pues, la obtuvieron de esta gente. Lo que dijeron los israelitas a Samuel, más adelante, era que deseaban tener un rey que reinara sobre ellos, como las otras naciones a su alrededor.  Dijeron que sus hermanos, los edomitas, tenían reyes y ellos, entonces, deseaban lo mismo.

Sería interesante continuar el estudio de estas tribus para alguien que estudia la antropología o la etnología. Esta es la historia familiar de la línea rechazada. Al darse en este capítulo un resumen final, se anota de nuevo los jefes que procedieron de la línea de Esaú. Este capítulo termina con la línea de los jefes y hace mención de nuevo, que su habitación está en la tierra de su posesión, la cual es Edom. Edom es el mismo Esaú, padre de los edomitas. Vemos el resultado de esto en Abdías y en Malaquías. Es muy notable, amigo oyente, y no podemos pasarlo por alto.

Y así concluimos nuestro estudio de este capítulo 36. Y nos encontramos ahora ante el capítulo 37. Tomamos ahora el hilo de la línea de Abraham, Isaac y Jacob. Llegamos al cuarto hombre sobresaliente en esta última sección del libro de Génesis. De aquí en adelante y durante el resto del libro de Génesis, nos concentraremos en José. Es verdad que todavía tratamos con la familia de Jacob, pero la historia de José principia en este capítulo.

Más capítulos son los que se dedican a José que a Abraham, o a Isaac. Hay más capítulos que se dedican a José que a todo el primer período de Génesis, del capítulo primero hasta el capítulo once. Esto debe causar que el estudiante precavido pause y pregunte: ¿Por qué a José se le da tal distinción en la Escritura?

Bueno, es probable que haya dos razones. Una de ellas es que la vida de José es una vida de integridad y honorabilidad. Es un ejemplo vivo del versículo 8, de Filipenses 4, donde Pablo escribió: Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.

Dios quiere que tengamos lo que es bueno, virtuoso y grande delante de nosotros. José se nos da como un ejemplo, y su vida se relata en detalle para que podamos pensar en las cosas que son buenas.

En segundo lugar, no hay otro en la Escritura que se parezca más a Cristo en Su persona y en Sus experiencias, como José. Sin embargo, en ninguna parte del Nuevo Testamento se nos da a José como tipo de Cristo. Esta analogía, pues, no puede ser accidental. Al seguir su historia mencionaremos muchas de las analogías.  Hay por lo menos veinte de ellas.

Recuerde usted que este es el método del Espíritu de Dios, al dar la historia de la línea rechazada, primero; y luego, volver a la línea que ha de conducir a Cristo. Cuando consideramos el capítulo anterior, el capítulo 36, hablamos de Esaú y la línea que le seguía a él. Nos reímos un poco al ver la nobleza en la línea de Esaú, hombres que asumieron los títulos de jefe y rey. Pero, amigo oyente, los títulos no tienen significación alguna; es el individuo quien lleva el título, el que le da la significación.

Muchos dicen que respetan el cargo del Presidente, pero que no respetan al Presidente mismo. Bueno, amigo oyente, es la persona quien hace el cargo. Si perdemos respeto para los hombres que están en el poder, también es difícil tener respeto para el cargo. Bueno, estos hijos de Esaú no ganaron ningún título. Simplemente asumieron tener títulos porque eran ese tipo de persona.

Luego, en la historia de la familia de Jacob, también mencionamos el pueblo de Belén. Recordemos que Raquel murió allí. Nosotros cantamos el himno, A medianoche allá en Belén, pero ese himno le causaría tristeza a Jacob porque recordaría la muerte y no el nacimiento. Su hermosa y amada Raquel murió allí. Luego, después que Jacob pensara en ella, también recordaría que Benjamín había nacido allí. Esto ahora trae la ciudad de Belén a las páginas de la Escritura. Belén será el lugar del nacimiento del Mesías, o sea el Cristo. ¿Cómo es posible que se cumplió todo esto? Seguimos aquí con la familia de Jacob, y esa familia nos conducirá al Mesías, y aquel Mesías debe nacer en Belén. ¡Ah, la maravilla de todo esto!  Y ahora tomamos el hilo de la historia de la línea de Jacob, la cual nos conducirá al Mesías. En el capítulo 37 Jacob vive en Canaán, y la historia de José principia. José es vendido por sus hermanos a la esclavitud en Egipto.  Leamos el versículo primero de Génesis 37, que dice:

1Habitó Jacob en la tierra donde había morado su padre, en la tierra de Canaán. (Gén. 37.1)

Jacob, al parecer, se ha mudado al sur de Belén y ha llegado hasta Hebrón. Este es el lugar donde vivió Abraham. Este es el lugar del compañerismo; de la comunión con Dios. El versículo 2 nos dice:

2Esta es la historia de la familia de Jacob: José, siendo de edad de diecisiete años, apacentaba las ovejas con sus hermanos; y el joven estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, mujeres de su padre; e informaba José a su padre la mala fama de ellos.  (Gén. 37.2)

Nos fueron dadas ya las generaciones de Esaú. Ahora, estas son las generaciones de Jacob. El resto del libro seguirá contándonos especialmente acerca de José. Podemos ver que el montón de muchachos de Jacob, eran hijos problemáticos, exceptuando a José y Benjamín. Pasaría mucho tiempo, antes de que estos hombres aprendieran las lecciones que Dios les quería enseñar. Note usted, que José sólo tiene diecisiete años, y por tanto, es simplemente un joven cuando tuvo lugar este incidente. Era el más joven entre los muchachos que apacentaban las  ovejas. Benjamín es demasiado joven y por eso se queda en casa. José, por su parte, contaba a su padre la mala fama de ellos. A sus hermanos, por supuesto, no les gustaba eso. ¡Claro que no les iba a gustar! Estamos seguros que lo llamarían chismoso. Leamos los versículos 3 y 4 de este capítulo 37 de Génesis:

3Y amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores. 4Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente. (Gén. 37:3-4)

Jacob debió haber aprendido una lección en su propio hogar. Él sabía que el tener un favorito en la familia, causaría dificultad. Su propio padre había favorecido a su hijo mayor, y este hijo supo lo que era ser tratado sin equidad.  Ahora, él practica la misma cosa.

Es posible que le disculpemos sabiendo que Raquel fue la esposa a quien realmente amó. Ella fue la mejor cosa en su vida. José es realmente un buen muchacho, y también lo es Benjamín. Él amó a estos dos hijos, eso es verdad, pero todavía no es excusa. Jacob no debió haberle hecho a José esa túnica de diversos colores. En la traducción más exacta sería: “la túnica con mangas”. En aquel día era difícil poner mangas, y de costumbre, no se lo hacía. La túnica corriente en aquellos días se hacía de una pieza de tela, de unos tres o cuatro metros de largo. La abrían cortando un hueco en el centro para la cabeza. La mitad de la tela caería por delante del cuerpo, y la otra mitad por detrás. Amarraban los lados o los cosían, y así servía de túnica. Quedaba, pues, sin mangas. Y así, cuando una persona vestía una túnica que tenía mangas, pues esto le distinguía entre los demás.

Es natural que los hermanos le odiaban por ser el favorito de su padre. Ni aun les era posible hablarle pacíficamente. De modo que, aquí vemos la rivalidad en esta familia también. Amigo oyente, una vez más lo decimos, no importa quien sea la familia, el pecado la arruinará. El pecado echa a perder las vidas, y el pecado arruina las familias. El pecado arruina las comunidades y las naciones enteras. Este es el problema con nuestras familias,  nuestras ciudades, y nuestras naciones hoy en día. Hay una sola causa, y Dios lo llama pecado. Así, pues, encontramos que a José lo tratan sus hermanos desfavorablemente. Su padre lo trata sin equidad por tener tanto amor para con él. Los hermanos lo tratan desfavorablemente por tenerle odio. Leamos ahora los versículos 5 y 6 de este capítulo 37 de Génesis:

5Y soñó José un sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos llegaron a aborrecerle más todavía. 6Y él les dijo: Oíd ahora este sueño que he soñado:  (Gén. 37:5-6)

Presentimos que este joven de diecisiete años había sido dominado por su madre Raquel, asimismo como su padre Jacob había sido dominado por su madre Rebeca. Cuando Jacob se desprendió del dominio de Rebeca, fue capaz de desenfrenarse y así sucedió. Pero José es un individuo extraordinario y él no lo hará.

¿Cómo podemos pues, explicar su conducta aquí? ¿Por qué va a su padre a chismear de sus hermanos, cuando sabía que incurriría en el odio de ellos?  Bueno, creemos que José no sabía cuán malo pudiera ser este mundo. No tenía ninguna idea de cuán malos eran sus hermanos. Opinamos que José era un joven que “tragaba el anzuelo” en aquel tiempo. Pasaría mucho tiempo antes de que se enterara del camino de perversidad del mundo, pero lo aprendió. Sin duda sabía más en cuanto al mundo y la perversidad de los hombres, que cualquier otro. Pero, eso fue más tarde. Ahora, es muy crédulo, muy ingenuo.

Amigo oyente, usted puede imaginarse cómo era José. Su padre concentró todo su amor en Raquel. Se enamoró de ella a primera vista y había trabajado catorce años por ella. Luego, pasaron muchos años antes de dar a luz un niño, y por fin nació José. Y ahora, Raquel ha muerto. Entonces, Jacob concentra todo su amor en su hijo José. No debió haberlo hecho. Tenía diez hijos más que criar. Sin embargo, así lo hizo. José, pues, es amado y protegido sobremanera por su padre. Leamos, entonces, los versículos 7 y 8:

7He aquí que atábamos manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba y estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor y se inclinaban al mío. 8Le respondieron sus hermanos: ¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre nosotros? Y le aborrecieron aun más a causa de sus sueños y sus palabras. (Gén. 37:7-8)

¿Puede usted imaginarse, amigo oyente, cómo se burlaban de él? Seguro que eran cínicos; no creían que él de veras les iba a gobernar. Así, pues, le odiaron más por causa de este sueño. Sin embargo, esto no pone fin a los sueños porque más tarde tuvo otros y muy significativos, pero nos ocuparemos de él en nuestro próximo programa. Hasta entonces, ¡que Dios le bendiga es nuestra ferviente oración!

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