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El cristiano y el noviazgo

¿Por qué no puedo tener un novio?

Actualmente la juventud exige el derecho de tener novio. Pero Dios no le da ese derecho. Quizás sea difícil refutar esa exigencia con razones humanas, pero la Biblia dice: Dios los creó varón y hembra (no dice: muchacho y muchacha). Esto quiere decir que existe una bendición especial de Dios sobre esta obra de la creación, hombre y mujer, pero no sobre el estado previo de la amistad entre muchacho y muchacha.

Dios cimentó nuestra sexualidad profundamente en nosotros, y ella es de un valor sumamente positivo. ¡Es un don de Dios! Pero toda experiencia sexual que no esté compenetrada en la presencia de Dios tiene un carácter. ambiguo - todos lo sabemos. Está llena de contradicciones, pues, de manera excitante, es atractiva y repugnante al mismo tiempo. Es de mucha intensidad vital, pero también es un brutal apoderarse del cuerpo del otro para la propia satisfacción. Pero en realidad se trata de algo completamente diferente: Se trata de un misterio, en el cual las fuerzas celestiales irrumpen en nuestro yo, en nuestra sexualidad.

La predicación cristiana, al tratar este tema, muchas veces toma un camino equivocado, como si el sentir la sexualidad fuera un pecado. Los cristianos que piensan  estar por encima de los llamados bajos instintos, tarde o temprano deben reconocer que éstos no estaban de ninguna manera muertos, solamente los habían reprimido a la subconsciencia. Pero desde allí pueden en cualquier momento volver a interrumpir en la conciencia en forma enmascarada, como los llamados disturbios neuróticos: obsesiones, palpitaciones, sonrojo, indisposición del estómago y del intestino pueden ser una expresión de ello.

La ansiedad juvenil

Hay una diferencia esencial entre la experiencia de la sexualidad del joven y de la joven. El joven vive la ansiedad de la pubertad mucho más en su cuerpo, toma por amor lo que siente en su interior y habla de fidelidad en un tiempo en que todavía no es capaz de ser fiel. La joven vive esa ansiedad más bien en su alma. En eso, aventaja en mucho al joven. En ciertas circunstancias, una chica de dieciocho o veinte años puede ser ya una buena esposa y madre. Pero un padre de veinte años tiene un aspecto ridículo. A pesar de eso, una joven, especialmente cuando no recibe verdadero amor en su familia, muchas veces le cree al primer joven que viene hablándole de amor en un tiempo en que, por mucho que quiera, no puede ser fiel a una persona, pero sí siente el deseo de la unión física. El muchacho quizás hasta le diga a la joven que justamente al darle ella todo le mostraría con esto la autenticidad de su “amor”. Es una situación peligrosa para la joven: o se lanza a una aventura sexual, o pierde a su novio a causa de otra muchacha. ¡Para esto se requiere coraje y confianza en Dios! “¡Deja, pues, ir a ese tipo!”, gritó un día una joven desde las últimas filas, en ocasión de una reunión juvenil. ¡Un joven que no puede dominarse antes del matrimonio, tampoco lo podrá en el mismo matrimonio!

Por experiencias y contactos íntimos demasiado tempranos entre los dos sexos, el proceso de madurez tan diferente en esta etapa de la vida es perjudicado. Por un lado, el conocerse así es tierno y puro y enriquece nuestra vida. Pero por otro lado, muchas jóvenes reconocen un día: El no piensa en mí. El no ama mi persona, sino mi cara, mi cabello, mis piernas. –En realidad, ellas se quedan profundamente desengañadas. Buscaban otra cosa.

Después de esa experiencia, vuelven a probar con otro joven, para quedar de la misma manera desengañadas y repugnadas.
Para muchas jóvenes, eso sigue así. Se han vuelto dependientes y caen de los brazos de un muchachuelo a los brazos de otro. Y tal vez uno de esos muchachos, el lunes, en su lugar de trabajo, habrá ganado una apuesta por ha­ber tenido relaciones con el mayor número de hicas durante el fin de semana. ¿Ya eres uno de ellos? ¡Pues ya con 14 años uno puede co­meter adulterio respecto a su futuro matrimo­nio! A los ojos de Dios, eso vale para los dos, tanto para el muchacho como para la mucha­cha.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso tam­bién segará” (Gá. 6:7).

Me lleno de profunda misericordia cuando veo a tales muchachas. ¡Si solamente pudie­ran abrir sus corazones! Jesús podría ayudar­las. Pues ¡qué es más vulnerable que el amor! ¡En qué ámbito los hombres pueden dañarse más que en el erótico!

Solamente en Jesús el joven tiene la capa­cidad de guardar la distancia y de no traspa­sar el límite. La muchacha debería saber que los muchachos se adelantan mucho más en su desarrollo físico, y que ya por una pequeña ca­ricia experimentan una profunda excitación física. El confunde entonces sus sentimientos sexuales con amor y se deja arrastrar a actos que en realidad no desea. La joven también es afectada por la excitación poco armoniosa que se ha desencadenado, y, más tarde, cuando el joven la abandona, él le reprocha diciéndole que tiene un carácter débil, aunque ella tiene la misma culpa por el desliz que él.

Ciertamente en nosotros vive el anhelo de tener una persona que complete nuestro solitario yo. ¡Qué hermoso si este anhelo se dirige primero hacia un “tú” del mismo sexo, regalándole la fiesta de una amistad que puede gurdarlos de muchos desvíos! Pero si este an­helo lleva a una experiencia amorosa con el otro sexo, entonces solamente en casos muy raros se trata de un gran amor. En realidad, uno necesita del otro, sin darse cuenta de eso, para satisfacer su propio yo. El joven quiere imponer, la joven quiere agradar. Los dos vi­ven satisfaciendo su vanidad, su yo.

La masturbación
También la masturbación abusa de manera equivocada del anhelo del tú. Lo que Dios ha determinado recién para el matrimonio como una experiencia común en la cual el uno hace feliz al otro, el joven lo anticipa con sensuali­dad egoísta. Eso lo separa enseguida de Dios e impide la oración. Por eso, la masturbación es pecado, aunque el escritor Bovet sostenga que especialmente el joven siempre debería pasar por esa etapa, y compara la masturba­ción con el jugar a los soldados de un niño, pe­ro más tarde eso llega a ser en serio.

El joven y la joven deben llegar a conocerse, pero solamente como compañeros. ¡El joven puro, en realidad, busca a la chica que le reve­le el misterio del alma femenina, por la cual su propia alma se siente despertar a la vida! De la misma manera, la chica necesita la actitud de vida más sobria del joven. Por eso de­ben conocerse de una manera natural y sin compromisos, sabiendo el uno del otro que él no quiere nada de ella, y que ella no quiere nada de él. Esta es una amistad como compa­ñeros. Así, uno aprende a valorar y a formar un juicio sobre el otro, a fin de poder elegir y responder más tarde con la ayuda de Dios. Pues este es el orden de Dios:

 

El joven elige, la joven responde
Sin embargo, con diecisiete, dieciocho o veinte años uno apenas es capaz de esto. Dios nos concedió percibir la muchacha correcta para cada uno en la hora determinada por El! Pero ¿quién entre los jóvenes espera hoy has­ta que la voz de Dios se manifieste en la con­ciencia? ¿Quién pregunta todavía por la vo­luntad de Dios, en este área tan importante de la vida personal? Creo que muchas perso­nas han “subido a un falso tren”, es decir, han elegido y respondido demasiado temprano y li­geramente.

Muchas veces me preguntan: “Amo a Je­sús, pero ahora amo a un joven que no quiere saber nada de Jesús. Eso ya causó varias ten­siones entre nosotros. ¿Qué debo hacer?” Puesto que la Biblia sabe acerca de esas ten­siones y de esos dolores, es muy sobria y dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”(2 Co. 6:14a). La pregunta es si en eso puedo obedecer la Palabra de Dios. Pues aquí se trata de una clara obediencia, que depende de la profundidad de mi entrega. El que sabe obedecer deposita su confianza a respecto de su futuro totalmente en las manos de Jesús, es decir, puede esperar hasta que Dios le haga encontrar aquella persona que ha predestina­do para él. ¡Dios tiene todos los caminos y me­dios a Su disposición!

Así, pues, no es de asombrar que una y otra vez reciba informes sobre la juventud - incluso sobre estudiantes de teología - opi­nando no ser pecado sostener una relación prematrimonial con la chica con la cual de to­dos modos uno se quiere casar más tarde. Di­cen que no hay en la Biblia una palabra que diga algo en contra. Pero en Génesis 2:24 lee­mos:“Dejará el hombre a su padre y a su ma­dre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” Esto significa: Recién cuando un hom­bre puede dejar a su padre y a su madre, cuando ha aprendido una profesión - inde­pendizándose financieramente - debe unirse a su mujer. Esta porción de la Palabra de Dios abrió los ojos ya a muchos jóvenes.

Entre un joven y una joven, el ser compa­ñeros solamente puede sostenerse ante Dios.

Caso contrario, habiendo amistad entre los dos, la misma forzosamente acaba en una re­lación amorosa. Y en la mayoría de los casos es por la curiosidad - como sucedió con el pri­mer pecado en el paraíso - que los dos jóvenes son llevados a tomar el fruto prematuro antes del matrimonio. Luego, la joven experimenta con sufrimiento que lo que debía unirlos más profundamente a los dos, en realidad vuelve a separarlos en seguida. Lo que en la unión física es el punto culmi­nante y al mis­mo tiempo un súbito fin para el joven - pues enseguida la joven deja de tener atracción para él - para una muchacha honrada es el comienzo de algo profundamente serio. En muchos casos, ella nunca más llega a desligarse del muchacho. Afecta sobre todo a la chica seria y de gran va­lor que - completamente diferente del joven - sale herida hasta lo más profundo en este abandono, porque, según su vocación femeni­na y materna, en realidad, se puede entregar solamente una vez con espíritu, alma y cuer­po, a no ser que Cristo también aquí haga nuevas todas las cosas. ¡Pues esa no es la hora de Dios, sino de la voluntad del hombre de ser como Dios, de saber él mismo lo que es bueno y lo que es malo, de decidir él mismo cuándo puede dejar a su padre y a su madre!

Traté de mostrar aquí el punto más profun­do del problema entre muchachos y mucha­chas, ya que justamente aquí el diablo se dis­fraza como ángel de luz. A partir de este pro­fundo problema de pecado, ya no es grande el paso hacia la violación del quinto mandamien­to: “No matarás”, o sea, el aborto y la anticon­cepción.

El sicólogo Dr. Frommberg relata una expe­riencia de su trabajo: Una madre descubrió anticonceptivos en el equipaje de su hija que salía para un viaje con su clase. La explica­ción de la chica fue: “Si los muchachos no piensan en ello, por lo menos nosotras debe­mos hacerlo. ¿O quieres tener un nieto?” Mu­chas veces, la juventud piadosa tiene un vesti­do piadoso alrededor de un cuerpo sucio. Sata­nás, el padre de mentira, le sugiere que tiene, sin indicación expresa, el derecho a tomar la dirección en cuanto a las experiencias con el otro sexo, sin permitir que Dios intervenga en sus asuntos.
Solamente Dios en Jesucristo les puede dar la fuerza a los jóvenes para controlar su com­portamiento frente al otro sexo. Y ¡cuánto sig­nifica esto más tarde para una muchacha, cuando al experimentar el amor dado por Dios, se da cuenta: él me ha esperado a mí! Por lo tanto, es importante que ya en tu ju­ventud llegues a tener un Salvador personal! Créeme, en el tiempo de la juventud es mucho más fácil. Cuando un joven ya haya experi­mentado a Cristo antes de la pubertad, pasa por este tiempo de madurar física-síqui­camente sin que éste deje un serio daño en su alma. Pero si esto no sucede, muchas veces crece en la pubertad el rechazo contra todo lo religioso. El egoísmo infantil se traslada a la sexualidad, y el joven que no tiene ninguna comunión con Dios ve la sexualidad que se es­tá despertando como un nuevo medio para sus propios placeres.

Cuando Dios no está más en el centro
En una revista leí lo siguiente: “Ven, tipa, vamos a golfear”, le dice el joven a la chica en una fiesta. Entonces se retiran a la oscuridad, donde están solos consigo mismos y con su piel. Es espantosa la frialdad de corazón con la cual se pronuncia esta invitación, la frial­dad del tratamiento y del verbo usado. Pues un tipo es intercambiable, ¿verdad? Se ha he­cho frío en esta tierra. ¡Qué frío ha llegado a hacer en nuestro mundo! Porque Dios no está más en el centro, los hombres tampoco llegan a tener más comunión. Pero con esto nace un germen de muerte en la joven alma, la sexua­lidad se hace cada vez más independiente y se usa tan sólo para los placeres sensuales. Uno se complace a sí mismo, aunque le jure mu­chas palabras de amor al otro. El hombre de hoy con todos sus entretenimientos refinados, ¡cuán amargamente solitario permanece en lo profundo de su ser! El que ha perdido a Dios y vive sin adoración delante de El, busca en va­no el amor verdadero.

Cierta vez una joven le preguntó a su consejero espiritual: “¿Debo renunciar a la amistad con una joven cuando sigo a Jesús?” La respuesta fue: “Lo principal es que tengas a Jesús - todo lo de­más se arreglará después por sí mismo.” ¡Y es­to se arregló luego de manera maravillosa! Pues entonces, de repente, se hacen decisiones claras. El joven muy pronto se da cuenta de que una amistad entre un joven y una joven no puede permanecer limpia y pura, sino que acaba en una relación amorosa, a pesar de to­das las buenas intenciones, por más buenas que sean. Pues el amor fue envenenado por el pecado, exactamente igual que todas las emo­ciones del hombre. Si no lo puedes creer, en­tonces ten el ánimo de juntar las manos y de pedir a Dios: “¡Muéstrame mi pecado!” Cuan­do esto haya acontecido, por lo que no tendrás que esperar mucho, pídele a Dios: “¡Muéstra­me al Salvador!” Entonces una profunda paz llenará tu corazón. ¿Te imaginas cómo tembla­ría Satanás, si ya hoy reconocieras tu pecado al escuchar este mensaje?

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