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Las horas de mayor soledad que alguien jamás pudo experimentar sobre la tierra, fueron las horas que pasó el Señor Jesús en el Calvario.  Aparte de ser Hijo de Dios, también era un hombre cuando murió en la Cruz.  Pero... ¿Por qué fueron las horas en el Calvario el tiempo de mayor soledad?  Esta pregunta parece fácil de responder, especialmente cuando la gran mayoría de las personas saben mucho sobre el Calvario y la muerte del Cordero de Dios.  Sin embargo, nunca podremos responder plenamente, porque somos incapaces de entender lo que el Señor Jesucristo realmente experimentó allí.

 Según la Escritura, Jesús fue crucificado a “la hora tercera” (Mar. 15:25), que eran las nueve de la mañana.  A “la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34).  Esto significa que El Señor Jesucristo estuvo colgado sobre la cruz en cruel soledad por seis horas, al cabo de las cuales dejó escapar este clamor desgarrador. Quiere decir que por seis horas completas estuvo sin el Padre, ¡qué Dios lo desamparó!  El hecho de que no tuvo Padre durante esas seis horas sobre la cruz lo demuestra el hecho, de que Él, quien siempre hablaba de su Padre cuando hablaba de Dios, ahora Le llamaba.  Podemos ver por sus palabras desesperadas: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, de que en esos terribles momentos tampoco tenía Dios.

A la luz de esto, las palabras del centurión romano tienen un significado profundo y trágico.  “Y el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mar. 15:34).  Cuando Jesús estuvo colgado sobre la cruz, es como si hubiera pensado que ya no era Hijo del Altísimo.  Pero... ¿por qué?  Porque durante esas horas no tuvo Padre.  Pero... ¿era el Hijo de Dios quien estuvo colgado sobre la cruz? ¡Claro que sí!  Pero no en su gloriosa forma de Rey. ¡No!  Estaba colgado allí como un hombre cuya apariencia exterior estaba terriblemente desfigurada, a quien el mundo entero despreciaba, cuyo rostro no deseaban ver.  El profeta Isaías profetizó esto 700 años antes con estas palabras: “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Is. 52:14).  “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Is. 53:3).

¡Cuán terrible debe haber sido para Él esta soledad!  El Señor Jesucristo experimentó algo que ninguno de los que creemos en Él padecerá jamás.  ¡Fue olvidado por su Padre!  Esto se encuentra claramente expresado en sus palabras: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.  Expresándolo en otra forma, lo que dijo fue: “Me abandonaste, pero... ¿por qué?”.

Nosotros nunca podremos acusar a Dios de esto porque no sería verdad.  El Señor nunca desamparará a sus hijos.  Podemos decir que nos sentimos desamparados, pero en realidad nunca estamos solos, así lo dice tan maravillosamente Hebreos 13:5b: “Porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”.  O piense en Sus propias palabras: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.  Amén” (Mat. 28:20b).

Pablo clama triunfalmente en Romanos 8:38,39: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

La promesa inmutable de Dios

Nada puede separarnos de nuestro Señor.  Nunca seremos desamparados.  En dondequiera que estemos, Él estará con nosotros.  Escuche lo que dice el Salmista en Salmos 139:8-10: “Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.  Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”

En otras palabras, “Señor siempre estarás conmigo, en dondequiera que esté, haga lo que haga, vaya donde vaya, aunque no lo sienta, siempre estarás conmigo”.  Debemos saber esto, creerlo y alabar a Dios por ello.

Cómo sufrió Jesús

Sin embargo, cuando Jesús estuvo colgado sobre la Cruz, no tuvo esta seguridad.  Fue despojado de todo, de amor y consuelo.  En lugar de la gozosa certeza de la presencia del Padre, fue atormentado con horror paralizante.  En lugar de una firme seguridad interior, estuvo rodeado con el terror helado del silencio del Padre.  En lugar de la amante mirada del Padre, sólo vio tinieblas impenetrables.  En lugar de amor sincero y bondad desde arriba, se vio confrontado con la burla y furia del infierno.

El Señor Jesucristo experimentó exactamente lo opuesto de lo que testificó el Salmista: “Aunque ande en el valle de sombre de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.  Jesús literalmente caminó “en el valle de sombra de muerte” pero Dios no estuvo con Él.  La vara y el cayado del Padre no le infundieron aliento.  Pero... ¿por qué? - nos preguntamos.  Porque no podía ser de otra forma.  Aunque Jesús era el Cordero de Dios sin pecado, aunque no pecó en toda su vida, a pesar de ser puro e inmaculado, murió en el Calvario la muerte de un pecador.  No murió siendo pecador, porque como ya hemos dicho, permaneció sin cometer pecado, pero murió por los pecados del mundo entero. ¿Saben ustedes lo que significa morir la muerte de un pecador?  ¿Saben cuáles son las consecuencias terribles e ineludibles que tiene tal muerte? ...

-   Dios no estuvo presente
-   Los cielos estuvieron cerrados
-   El Dios eterno apartó su mirada.

Por eso, tal muerte es la más terrible, la cosa más horrible que le puede ocurrir a un incrédulo.  He aquí varios testimonios de esto.  Permítannos citarles unos pocos:

-   El ateo David Hume clamó en su lecho de muerte: “¡Estoy en las llamas!”.

-  La muerte de Voltaire, el infame escarnecedor, fue tan terrible que la enfermera que lo cuidaba dijo: “No deseo ver morir a ningún otro incrédulo, no por todo el dinero de Europa”.

-   Hobbes, un filósofo inglés dijo brevemente antes de morir: “Me encuentro parado ante un terrible salto hacia la eternidad”.

-   Goethe, el poeta alemán, clamaba por “más luz” mientras moría.

-   Churchil murió con estas palabras en sus labios: “¡Qué necio he sido!”.

Estos pocos ejemplos nos muestran claramente lo terrible que es morir la muerte de un pecador.  Esta fue la clase de muerte que murió el Señor Jesucristo, aunque no tenía pecado alguno.  Murió una muerte tan tenebrosa porque tomó sobre Sí mismo, en Su cuerpo, los pecados de todo el mundo, durante todo el tiempo sobre la Cruz.

Pedro lo pone como sigue: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Ped. 2:24).  Cuando Él murió la muerte de un pecador los cielos estuvieron cerrados, el Padre apartó su mirada y el Hijo estuvo allí colgado sólo y desamparado sobre la Cruz. ¡Cuán terrible debió ser el fuego del infierno que se derramó sobre Él!

En el Salmo Mesiánico, el 22, están descritos en detalle los sufrimientos de Jesús en esa hora terrible. “Me han rodeado muchos toros; fuertes toros de Basán me han cercado.  Abrieron sobre mí su boca.  Como león rapaz y rugiente.  He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte.  Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies.  Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan” (Sal. 22:12-17).

¿Se dan cuenta cuán difícil tuvo que ser todo esto para nuestro Señor Jesucristo?  No asombra este clamor que brotara de su corazón herido: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.  Era el clamor de una persona que había caído en un abismo profundo, cuyo corazón estaba completamente quebrantado.  Recuerde, Jesús nunca antes había sido desamparado por su Padre.  Y ahora, en la Cruz, no sólo fue desamparado por el Padre, sino que estaba a merced de los poderes del infierno.  El Padre nunca lo había olvidado, sólo hasta ese momento.  El Padre por el contrario siempre había estado con Él, y Él en el Padre.  Tal como lo expresara con estas palabras: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9b).  También leemos en Juan 11:41: “Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído.  Yo sabía que siempre me oyes...” (Jn. 11:41, 42a).

Hasta entonces había prevalecido una armonía perfecta entre Él y el Padre.  Cómo se regocijaba Jesús sobre esta armonía y testificaba de esto con palabras como estas: “Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que envió, el Padre” (Jn. 8:16).  “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29).  “... Para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Jn. 10:38b).

¡Qué palabras más gloriosas!  Todo lo más trágico y terrible es el contraste entre estas palabras y las horas sobre la Cruz. ¡Qué sendero más terrible tuvo que recorrer el Señor!  Pero... ¿Por qué?  Para redimirnos a ustedes y a nosotros, porque nosotros éramos los que debíamos haber sido colgados sobre la Cruz.  Tal vez ahora podemos entender mejor la profundidad del sufrimiento del Cordero de Dios.  Quizá podemos sentir un poco todo lo que Él tuvo que pasar.  A pesar de todo alguien podría estarse preguntando: “¿Acaso Jesús no sabía que todo esto iba a ocurrir?”.

Él le habló de esto muchas veces a sus discípulos, leemos por ejemplo en Mateo 16:21: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mat. 16:21).


Pero...  ¿Hasta dónde sabía el Señor?  Aquí estaba hablando del hecho que tendría que sufrir muchas cosas.  Hay gran cantidad de profecías en el Antiguo Testamento que señalan claramente este evento y Jesús conocía todas estas Escrituras.  Por lo tanto, lo sabía.  Si bien esta pregunta no puede contestarse plenamente, desearíamos con toda la reverencia al Cordero de Dios, intentar responderla.

Tal vez el Jesucristo a pesar de ser el Hijo de Dios y de que todas las cosas estaban ante Él - ignoraba una cosa: de cuán terrible sería la separación entre Él y el Padre.  Lo tenebroso que sería estar desamparado sin el Padre.

El Señor nunca había estado separado del Padre, mucho menos se había sentido desamparado.  Pero tal vez ustedes digan: “Pero...  Él lo sabe todo, ¿cierto?”.  Pero... ¿Realmente lo sabía todo?  En una ocasión Él mismo habló de algo que ignoraba, y eso era el día de su retorno.  Dijo: “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Mar. 13:32).

Por lo tanto, no es inconcebible pensar que sólo Dios Padre sabía por lo que tendría que pasar su Hijo sobre la Cruz, cuán terrible sería la separación. ¿No es posible que el Padre en su amor por su Hijo hubiera guardado silencio a este respecto?  A pesar de que no sabemos la respuesta, no podemos dejar de pensar en lo ocurrido entre Abraham e Isaac.  Cuando ellos iban camino al monte Moriah, Isaac que nada sospechaba le dijo a su padre: “Padre mío.  Y él respondió: Heme aquí, mi hijo.  Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (Gen. 22:7).  Pero... ¿Qué le respondió Abraham a su hijo?  “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío” (Gen. 22:8).

Isaac sabía que se iba a ofrecer un sacrificio, pero ignoraba la terrible verdad de que iba a ser sacrificado.  El Señor Jesucristo sabía del Calvario, sabía que era el Cordero que iba a ser sacrificado, pero, ¿no ignoraría acaso lo terrible que sería cuando el Padre lo desamparara en las horas de su sufrimiento y muerte sobre la Cruz?   ¡No lo sabemos!  Tal vez nunca tengamos una respuesta concluyente aquí en la tierra.  Pero una cosa es cierta, las horas en el Calvario fueron las más amargas y terribles que hombre alguno haya jamás pasado sobre la tierra.  Jesucristo el Hijo de Dios, las soportó.

Pero... ¿Por qué el Señor de gloria tenía que pasar por este sufrimiento atroz?  Tuvo que ser así para poder redimir a la humanidad oprimida.  El propósito de Sus sufrimientos fue maravillosamente descrito así por el profeta Isaías: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento.  Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.  Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.  Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos y orado por los transgresores” (Is. 53:10,11).
¿No es maravilloso?  Hasta este día, nuevas personas justificadas continúan sumándose a la Iglesia.  Pero todo comenzó en esta cruz terrible y solitaria.  Entre más se aproximaba el día del Calvario, más profundo y mayor era el sufrimiento del Señor y más realista el hecho de que por este medio quedaba pavimentado el camino al Reino del Cielo para muchas personas.  Con cada hora de sufrimiento, la tremenda victoria de Jesús se aproximaba, y la puerta de la gracia se abría mucho más.

Nos gustaría dejar esta gloriosa verdad bien clara usando la parábola de Jesús sobre los obreros en la viña.  En esta parábola se describe el proceso que llevó a al Señor a la cruz.  La primera parte de la parábola dice: “Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña.  Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.  Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo.  Y ellos fueron.  Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo.  Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados?  Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado.  Él les dijo: Id también vosotros a la viña...” (Mat. 20:1-7a).

Esta parábola señala al Reino del cielo y a todos los que un día estarán allí.  Nos muestra además, que nada tiene que ver el hecho, que una persona encuentre su camino primero y que otra lo encuentre después, a la hora undécima.  Lo principal es que llegue.  Ahora, no vamos a hablar de esta parábola como tal, sino mostrar los paralelos que hay entre ella con los eventos del Calvario.

PRIMERA COMPARACIÓN:  Pero... ¿Cuándo se inició el sendero actual en que el Señor comenzó a morir sobre la Cruz?  Ahora, no nos estamos refiriendo al sendero de Su sufrimiento en general, que comenzó en la cuna en Belén. ¡No!  A lo que estamos refiriéndonos es al proceso que describe tan hermosamente el profeta Isaías y por medio del cual muchos seríamos justificados.  Pero... ¿Cuándo comenzó este sendero hacia la cruz?   Leemos en Marcos 15:1: “Muy de mañana, habiendo tenido consejo los principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron a Pilato”.

PRIMERA COMPARACIÓN:  Pero...  ¿Cuándo comenzó el padre de familia en la parábola a enviar obreros a la viña, o cuándo comenzó el Rey a llamar a personas para que entraran en el Reino de los Cielos?  Temprano por la mañana.  “Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña”.

SEGUNDA COMPARACIÓN:¿A qué hora exactamente fue crucificado Jesús?  A la hora tercera, a las nueve de la mañana.  “Era la hora tercera cuando le crucificaron” (Mar. 15:25). ¿Cuándo fue el segundo grupo de obreros enviados a la viña, o cuándo el Rey del Reino Celestial llamó a más personas para su Reino?  A la hora tercera, las nueve de la mañana.  “Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo.   Y ellos fueron” (Mat. 20:3,4).

TERCERA COMPARACIÓN: ¿Cuándo descendieron las tinieblas sobre toda la tierra?  A la hora sexta, al medio día.  “Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (Mar. 15:33). ¿Cuándo fue llamado el siguiente grupo de obreros, o cuándo fueron llamados más personas al Reino de los Cielos?  “Salió otra vez cerca de la hora sexta y novena, e hizo lo mismo” (Mat. 20:5).

CUARTA COMPARACIÓN: ¿A qué hora el Señor Jesucristo abrió su boca para pronunciar su doloroso clamor? A la hora novena, a las tres de la tarde.  A “la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34). ¿Y cuándo el padre de familia llamó a más obreros para que trabajaran en la viña, o el Rey llamó a más personas para el Reino Celestial?  A la hora novena, a las tres de la tarde.  “Salió otra vez cerca de la hora... novena, e hizo lo mismo” (Mat. 20:5).

QUINTA COMPARACIÓN:¿Cuándo fue sepultado el Señor Jesucristo?  En el atardecer del día antes del sábado, alrededor de las cinco de la tarde.  “Cuando llegó la noche, porque era la preparación, es decir, la víspera del día de reposo, José de Arimatea, miembro noble del concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús... el cual compró una sábana, y quitándolo, lo envolvió en la sábana, y lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña, e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro” (Mar. 14:42,43,46).  Y exactamente a la misma hora, a las cinco de la tarde, o la hora undécima, más trabajadores fueron llamados a la viña, más personas llegaron al Reino de los Cielos. “Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados?  Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado.  Él les dijo: Id también vosotros a la viña...”  Mat. 20:6,7).

Esta comparación entre la muerte del Señor Jesucristo y la parábola de los obreros en la viña nos muestra simbólicamente cómo a través de Su sufrimiento en la cruz, el cual se tornó cada vez más severo, la redención también se hizo una realidad.  Al examinar todo esto nuevamente, la gloriosa obra del Calvario con sus tremendos efectos, surge automáticamente esta pregunta: “Si el Señor Jesucristo hizo tanto por nosotros: ¿qué podemos hacer por Él?”.

Nada, de hecho.  Sabemos muy bien cuán rápido olvidamos nuestras promesas y resoluciones.  Pese a esto, démosle una respuesta al Señor.  Tal vez un evento en la vida de Pedro pueda ayudarnos.  En una ocasión mientras estaba en Jope en casa de un curtidor llamado Simón y oraba en la azotea, dice Hechos 10:9: “Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad.  Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta”.

Aunque este texto no tiene nada que ver con el Calvario, las palabras “la hora sexta” nos conmueven. Pedro subió a la azotea, exactamente al mediodía para orar.  Pero... ¿A qué hora se iniciaron las tres horas más terribles para el Señor Jesucristo sobre la cruz?  A la hora sexta.  “Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (Mar. 15:33).

¿Saben qué es lo más nos impresiona?  El hecho de que Pedro, consciente o inconscientemente hubiera orado a la misma hora en que el Señor Jesucristo pasó su tiempo más terrible sobre la cruz.  Esto nos hace suponer que no era una ocasión única sino un hábito.  Como quiera que hubiera sido, Pedro oró en esta misma hora a su Señor.  A la misma hora en que el Señor soportó el más cruel tormento.

Ya para concluir, permítannos contestar la pregunta que hiciéramos antes: ¿Qué podemos hacer por el Señor?  Debemos comenzar una nueva vida, una vida intensa de oración.  Encontrar esa vida de oración en la muerte de nuestro Salvador.  En otras palabras, nunca oremos sin antes considerar por qué oramos; nunca oremos sin estar completamente claros respecto a por qué vamos a orar, o sin estar convencidos de qué debemos orar.

Es el Señor Jesucristo,  quien puede reclamar Su promesa.  Porque fue Él quien a través de su sufrimiento indecible y muerte sobre la cruz, hizo de todos los que creemos en Él, sus hijos - “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gal. 4:6).

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