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¿Estás listo para el regreso del Señor?

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.
Jn. 3:36

¿Está listo para el regreso del Señor? Si Él apareciera hoy en los cielos por Su Iglesia, ¿sería sacado de este mundo, o sería dejado atrás para enfrentar los horrores de la Tribulación y el terror del Anticristo?

 Quizás está pensando, “Probablemente iría porque nací en una familia cristiana”. O quizás su sentimiento sea, “Estoy casi seguro de que iría porque fui bautizado cuando era niño, y he asistido a la iglesia por lo menos una vez al año desde entonces”. O tal vez usted sea una de la mayoría de las personas que responden a esta pregunta diciendo: “Bueno, nunca he sido muy religioso, y no voy a la iglesia, pero no soy una mala persona; y ciertamente, soy mucho mejor que la mayoría de las personas que conozco, es decir, no estoy atrapado en algún pecado grave”.

Si alguno de estos pensamientos es suyo, entonces debe enfrentar algunas realidades sombrías:

    • No puede ser salvo por nacer en una familia cristiana.
    • No puede ser salvo por realizar ciertos rituales religiosos.
    • No puede ser salvo por realizar buenas obras.
    • No puede ser salvo por evitar ciertos pecados graves.
    • No puede ser salvo por vivir mejor que su vecino.
    • No puede ser salvo por unirse a una iglesia.

Jesús dijo que la única manera en que alguien puede ser salvo es que “nazca de nuevo” (Jn. 3:3). ¿Qué significa eso? Se refiere al renacimiento espiritual.

La Consecuencia de Nuestros Pecados

Nuestros pecados han dado como resultado nuestra muerte espiritual. La Biblia lo dice de esta manera: “La paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). Debemos renacer espiritualmente para ser reconciliados con Dios y tener la esperanza de una vida eterna con Él.

¿Cómo puede experimentar ese renacimiento espiritual? Al poner su fe en Jesús como su Señor y Salvador. Ésa es la única forma. Jesús mismo definió la salvación como una relación personal con Él, cuando dijo, “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).

Este punto vital hace que el verdadero cristianismo sea una cuestión de una relación, en lugar de una religión. La religión no salva. Sólo Jesús salva. Jesús dejó esto muy en claro cuando dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).

Un Versículo Olvidado

Todos parecen conocer Juan 3:16, pero pocos parecen estar al tanto de Juan 3:36. Juan 3:16 dice que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:36 dice, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.

Esta declaración en Juan 3:36, tomada de un sermón de Juan el Bautista, significa que todos los que están vivos en este momento están bajo la gracia de Dios o la ira de Dios, una de las dos. Dios debe tratar con el pecado, si es verdaderamente un Dios amoroso y justo; y Él trata con el pecado en una de dos maneras, gracia o ira.

De nuevo, cada persona en el planeta tierra está bajo la gracia o la ira de Dios. Es una cosa gloriosa estar bajo la gracia de Dios. Es una cosa terrible y trágica estar sujeto a la ira de Dios.

Cuando Jesús estaba colgado en la cruz, todo pecado que usted y yo hayamos cometido y todos los que cometeremos fueron puestos sobre Él, y Él recibió la ira de Dios que usted y yo merecemos. Cuando acepta a Jesús como su Señor y Salvador, entra en el área donde la ira de Dios ya ha caído, y se vuelve inmune a esa ira.

Hay una canción cristiana contemporánea que expresa poderosamente esta verdad. Dice:

Él pagó una deuda que no debía;
Yo debía una deuda que no podía pagar;
Necesitaba a alguien que lavara mis pecados.
Y, ahora, canto una nueva canción,  “Sublime Gracia”.
Cristo Jesús pagó una deuda que yo jamás podría pagar.

A pesar de la clara enseñanza de la Biblia de que somos salvos por gracia, como un regalo gratuito de Dios, y no por obras, hay mucha confusión en el mundo cristiano acerca de la salvación. Parecería que la cristiandad podría dar una respuesta unificada a la pregunta más importante en el mundo, “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. Pero, desafortunadamente, ése no es el caso. Es probable que obtenga tantas respuestas diferentes como el número de cristianos a los que les pregunte.

Salvación por Selección

Hay  dos  posiciones  extremas.  Un  extremo,  que  es  la  interpretación calvinista  de  la  predestinación, toma  la  posición  de  que  Dios  ya  ha predeterminado  quién  será  salvo  y quién  se  perderá.  Este punto de  vista considera que el hombre es tan depravado que es incapaz de elegir seguir a Dios. Él debe ser seleccionado por Dios, y Dios seleccionará a quién le plazca.

Los defensores de este punto de vista citan pasajes de la Escritura como Efesios 1:4-5: “nos escogió en él antes de la fundación del mundo…habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo”.

Pero, ¿a quién escogió Dios? ¿Fueron individuos específicos? Las Escrituras no dicen eso. Los supuestos textos de prueba de la predestinación simplemente establecen el hecho de que Dios pre-ordenó que aquellos que pongan su fe en Él serían salvos.

El Dios revelado en la Biblia no es una deidad caprichosa y arbitraria que selecciona a unos pocos para la salvación y consigna a la mayoría al infierno. Él es el Dios que amó tanto a todo el mundo que envió a Su Hijo a morir por los pecados de toda la Humanidad (Jn. 3:16).

Salvación por Obras

El otro punto de vista extremo es conocido como “salvación por obras”. Éste sostiene que las personas deben ganar su salvación mediante la realización de ciertos actos, para apaciguar la ira de Dios. Todos los grupos sectarios enseñan la salvación por obras. Así es cómo los testigos de Jehová y los mormones son capaces de motivar a su gente a hacer peticiones de puerta en puerta.

Pero muchas denominaciones cristianas tradicionales también ponen énfasis en la salvación por obras, especialmente los grupos más conservadores y fundamentalistas. Yo crecí en un grupo así y, aunque negábamos creer en una salvación por obras, terminamos esclavizando a nuestra gente, al enfatizar un “plan de salvación” mecánico.

La esencia de la salvación, argumentábamos, era un plan de cinco pasos al que muchos de nuestros predicadores se referían como “el ejercicio de los cinco dedos”. Contando con sus dedos, nombrarían los cinco pasos: “oír, creer, arrepentirse, confesar y ser bautizado”.

Definitivamente, llegamos a tal enseñanza con la convicción de que Dios estaba obligado a salvar a cualquier persona que realizara estos cinco pasos en el plan. Algunos a menudo añadían un sexto paso, a saber, una vida de obediencia fiel a los mandamientos del Señor.

Salvación por Gracia

 

El concepto bíblico de la salvación no se encuentra en ninguno de estos extremos. La salvación no es otorgada arbitrariamente por Dios ni puede ser ganada mediante la realización de ciertos actos religiosos.

La Biblia aborda la cuestión de la salvación enfatizando que todas las personas son pecadores que están separados de su Creador santo por sus pecados (Romanos 3:9-18).

La Palabra de Dios luego deja en claro que ninguna persona puede justificarse ante Dios por medio de las buenas obras. Isaías dice que nuestras buenas obras son como “trapos de inmundicia” ante el Señor (Isaías 64:6). Pablo afirma que la salvación nunca puede ser el resultado de obras (Efesios 2:9).

¿Qué esperanza tenemos entonces? Mucha. Dios ha hecho posible que nos reconciliemos con Él, al proporcionar un sacrificio perfecto para expiar nuestros pecados.

Dios envió a Su Hijo, Jesús, a vivir una vida perfecta para que pudiera morir, no por Sus propios pecados, sino por los nuestros. Mientras colgaba de la cruz, los pecados de la humanidad fueron puestos sobre Él, y recibió la ira que merecemos (2 Corintios 5:21). La sangre de Jesús es nuestra única esperanza (Romanos 5:8-9).

La Pregunta Clave

Esto nos lleva a la pregunta central: ¿Cómo apropiamos esa sangre a nuestras vidas para que podamos recibir el perdón de los pecados y la esperanza de la vida eterna?

La respuesta de la Biblia es que la salvación es un regalo gratuito de la gracia de Dios que recibimos por medio de Jesús, al responderle en fe (Romanos 5:1-2). Así es cómo Pablo lo dice en Efesios 2:8, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”.

El plan de salvación de Dios siempre ha sido el mismo, la gracia por medio de la fe. Antes de la cruz, el punto focal de esa fe era Dios el Padre y Su promesa de un Mesías. Desde la cruz, el punto focal de la fe salvadora ha sido Dios el Hijo, Jesús el Mesías, quien murió por nuestros pecados.

La Fe que Salva

Observe que, en la oración anterior, usé el término, “fe salvadora”. Ese término fue cuidadosamente seleccionado porque la fe que salva es algo mucho más sustancial que la simple creencia de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Después de todo, las Escrituras dicen que “incluso los demonios creen y tiemblan” (Santiago 2:19).

La fe salvadora produce confianza en Jesús como el Salvador de uno (Juan 3:16-17). La fe que salva también produce obediencia a la Palabra de Dios (1 Juan 5:13). Y la verdadera fe salvadora siempre se manifiesta en buenas obras (Efesios 2:10).

El último punto es una paradoja. No somos salvos por las buenas obras. Más bien, somos salvos para hacer buenas obras (Tito 2:14). No obramos para ser salvos. Obramos, porque somos salvos. La verdadera fe siempre se manifestará en obras, “porque la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:14-26).

El Papel del Bautismo

¿Dónde encaja el bautismo en la imagen? En el mismo lugar que la confesión y el arrepentimiento. La fe salvadora siempre se demuestra en el arrepentimiento, la confesión y el bautismo.

Éstos no son actos que realizamos para ser salvos. En cambio, son respuestas obedientes a Dios en fe. Cuando una persona responde a Dios con fe salvadora, será compelido por el Espíritu Santo a arrepentirse de sus pecados, a confesar a Jesús como Señor, y a manifestar su fe por medio del acto simbólico del bautismo.

El bautismo es un hermoso símbolo de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús. De igual manera, también simboliza una muerte, sepultura y resurrección que han tenido lugar en la vida del creyente, su muerte al poder y consecuencia del pecado; la sepultura de su viejo hombre carnal; y su resurrección como un nuevo ser espiritual en Cristo (Romanos 6:3-8).

Algunas personas han desestimado el bautismo como poco importante y, por lo tanto, opcional. Ésta es una actitud muy anti-bíblica. Jesús ordenó el bautismo (Mateo 28:19). Los apóstoles bautizaron a todos sus conversos y lo hicieron  inmediatamente después  de su  confesión  de fe (Hechos  2:38-41; 8:35-38;  10:43-48;  y  16:30-33).  Pedro  caracterizó  el  bautismo  como  “la aspiración de una buena conciencia hacia Dios” (1 Pedro 3:21).

El bautismo siempre es presentado como un paso vital en el proceso de conversión inicial. Es el testigo de que el proceso de conversión ha sido completado y que el proceso de discipulado está listo para comenzar.

Algunas personas han captado al bautismo como la esencia de la salvación y, al hacerlo, han convertido este hermoso y simbólico acto en una obra que se realizará con el fin de aplacar a Dios. Argumentan que “te encuentras con la sangre en el agua”. Esto es conocido como “regeneración del agua”.

El bautismo que realmente salva no es el bautismo en agua, sino el bautismo del Espíritu Santo que ocurre cuando uno pone su fe en Jesús como Señor y Salvador. Pablo se refiere a este bautismo en 1 Corintios 12:13, donde dice, “por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo”.

El Modo del Bautismo

La palabra inglesa, baptism (bautizo), es una transliteración (no una traducción) de la palabra griega, baptizo. La palabra griega significa “sumergir”. Por lo tanto, “Juan el Bautista” era realmente Juan el Sumergidor.

La inmersión, como un rito de purificación simbólico, estaba bien establecida entre los judíos de la época de Jesús. Había muchas ocasiones diferentes para tales purificaciones. Una mujer se sumergiría después de su ciclo menstrual. Cualquier persona que tocara un cadáver o cualquier otra cosa que se considerara impura, se sumergiría. Ésta es la razón por la que casi todas las casas de los ricos contenían una o más mikvas, estanques de agua para inmersiones ceremoniales.

Las excavaciones modernas han revelado que había varias mikvas muy grandes ubicadas en la entrada sur del Monte del Templo en Jerusalén. Éstas eran usadas para la limpieza ceremonial antes de entrar al área sagrada del Templo. Y estos mismos estanques eran probablemente los que Pedro y los discípulos usaron el Día de Pentecostés para bautizar a 3,000 personas que aceptaron el Evangelio (Hechos 2:41).

Incluso los eruditos de las iglesias que aceptan otros modos del bautismo admiten que la inmersión era la única forma de bautismo practicada por la iglesia primitiva. Las técnicas alternas de verter y rociar fueron inventos de hombres y nunca fueron autorizadas o practicadas por los apóstoles.

El bautismo es un símbolo, y los símbolos son muy importantes. Jesús es llamado en la Escritura “la rosa de Sarón”. No es mencionado como “el cardo ruso de Texas”. Un símbolo bíblico es un símbolo de una verdad y, cuando cambiamos el símbolo, cambiamos la verdad que representa. ¿Cómo pueden la muerte, sepultura y resurrección del Señor simbolizarse al derramar o rociar?

El Candidato Apropiado

¿Quién es un candidato apropiado para el bautismo? El primer requisito es que la persona oiga el Evangelio (Romanos 10:14). El Evangelio está definido en 1 Corintios 15:1-4 como la muerte, sepultura, y resurrección de Jesús. La persona debe entonces responder al Evangelio con el tipo de fe salvadora (Hechos 16:31) que se manifiesta en el arrepentimiento (Hechos 17:30) y la confesión (Mateo 10:32).

Estas calificaciones claramente excluyen a los infantes como candidatos para el bautismo. La Biblia no contiene un ejemplo del bautismo de infantes. El único bautismo que se puede encontrar en el Nuevo Testamento es la inmersión de personas creyentes.

¿Significa eso que los niños que mueren en la infancia se pierden? Por supuesto que no. No son responsables por sus pecados, ya que aún no han alcanzado la edad de responsabilidad. En una ocasión, cuando los niños fueron llevados a Jesús, Él dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Marcos 10:14-15).

La Salvación como un Proceso

Hay un punto interesante acerca de la salvación, que a menudo es pasado por alto. La salvación que experimentamos inmediatamente en el momento de la fe en Cristo es la salvación de nuestro espíritu. El Espíritu Santo regenera nuestro espíritu, que está muerto en pecado. La Biblia se refiere a esto como justificación (Gálatas 2:16).

Pero ése no es el final de la salvación, y ésa es la razón por la que la Biblia habla  de  la  salvación  como  un  proceso  continuo  (1  Corintios  1:18).  La salvación del alma (la mente, las emociones, y la personalidad) comienza en el punto de la fe, pero continúa durante toda la vida. Este proceso se llama santificación (Romanos 6:18-19).

El agente de cambio, una vez más, es el Espíritu Santo. Cuando una persona nace de nuevo por medio de la regeneración de su espíritu, el Espíritu Santo comienza a residir dentro de la persona y comienza a moldear su alma en la imagen de Jesús (Romanos 8:29-30; 2 Corintios 3:18; y Gálatas 4:19).

Nuestra salvación no se completará hasta la resurrección de los justos. En ese momento, nuestros cuerpos serán salvados cuando Dios los reconstituya milagrosamente y luego los glorifique, convirtiéndolos en inmortales y perfectos (Romanos 8:18-23 y 1 Corintios 15:50-57).

Por lo tanto, nuestra salvación es pasada, presente y futura, justificación (el espíritu), la santificación (el alma), y la glorificación (el cuerpo).

El Verdadero Significado de la Salvación

Esto nos lleva de regreso a la esencia de la salvación. Quiero enfatizar una vez más que es una relación con un Hombre y no la obediencia a un plan. Podemos ser salvos al poner nuestra confianza en una persona, y seguimos siendo salvos al continuar confiando en esa persona.

Esa persona, por supuesto, es Jesús de Nazaret, quien era Dios en la carne (Juan 1:1-14). Es por eso que Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Es también la razón por la que Jesús dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

La esencia del cristianismo es una relación con una persona. Entra en esa relación por un acto de fe, por el cual acepta a Jesús como su Señor y Salvador.

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).

Si nunca ha puesto su fe en Jesús como su Señor y Salvador, le invito a que lo haga ahora. Confiésele a Dios que es un pecador y pídale que le perdone sus pecados. Y luego reciba a Jesús como su Salvador.

Una vez que haya hecho esto, busque una iglesia que crea en la Biblia, donde Jesús sea exaltado como la única esperanza para el mundo. Vaya ante esa iglesia y confiese su fe y luego manifieste esa fe en el bautismo de agua. Luego, busque un grupo de oración y de estudio bíblico dentro de esa iglesia, donde pueda crecer en su fe.

Habiendo hecho esto, estará listo para el regreso del Señor, y podrá unirse a mí y a muchos otros cristianos que reciben cada día con gran esperanza exclamando: “¡Maranatha!, ven pronto, Señor Jesús”.

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