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Quinto retrato: (P3) Hechos 3, 4 y 5

TERCER HECHO: LA CONVERSIÓN DE PABLO, EL PERSEGUIDOR DE LA IGLESIA

-Sabemos por diversas fuentes que Pablo (entonces conocido como Saulo de Tarso) era un enemigo de la iglesia y que se había entregado a perseguir a los fieles -continuó diciendo Licona-. Pero Pablo mismo dice que él se convirtió en un seguidor de Jesús debido a que se encontró personalmente con el Jesús resucitado (Ver 1° Corintios 9:1 y 15:8; Hechos 9:22 y 26). Así que la resurrección de Jesús es atestiguada por alguien que fue tanto un amigo como un enemigo, lo que resulta muy significativo.

 -Luego tenemos seis antiguas fuentes además de Pablo: Lucas, Clemente de Roma, Policarpo, Tertuliano, Dionisio de Corinto y Orígenes, los que informan que Pablo estaba dispuesto a sufrir continuamente y hasta a morir por sus creencias. Otra vez debemos decir que los mentirosos no son buenos para el martirio. Así que podemos tener confian­ za en que Pablo no solo declaró que el Jesús resucitado se le había aparecido, sino que él realmente lo creía.

-No podemos afirmar que Pablo haya sido un amigo de Jesús que estaba preparado para ver una visión de él debido a un pensamiento de deseo o a causa del dolor experimentado luego de su crucifixión. Su propósito firme era oponerse al movimiento cristiano, sobre el que creía que estaba siguiendo a un mesías falso. Su transformación tan radical de perseguidor a misionero requiere una explicación, y creo que la mejor explicación es que dice la verdad cuando declara que se encontró con el Jesús resucitado.

-No iba a lograr nada en este mundo (excepto sufrimientos y martirio) por inventar algo así.

CUARTO HECHO: LA CONVERSIÓN DEL ESCÉPTICO MEDIO HERMANO DE JESÚS: SANTIAGO

-El siguiente hecho mínimo tiene que ver con Santiago, el medio hermano de Jesús -me dijo Licona-. En el segundo siglo, Hegesippus informó que Santiago era un judío piadoso que guardaba estrictamente la ley judía. Pero lo que es más significativo para nuestro propósito, es que también tenemos buenas evidencias de que Santiago no fue un seguidor de Jesús durante su vida. Tanto Marcos como Juan informan que ninguno de los hermanos de Jesús creyeron en él (Ver Marcos 3:21, 31; 6:3-4; y Juan 7:3-5).

Lo más probable es que esos informes fueran verdad, dijo él, porque «la gente no va a inventar una historia que vaya a ser vergonzante para ellos o que pueda desacreditarlos, y resultaría particularmente humillante para un rabino del primer siglo no tener a los de su familia como seguidores».

Entonces, llega el momento crucial: el antiguo material del credo de 1 Corintios 15 nos dice que el Jesús resucitado se le apareció a Santiago. Vuelvo a decir que este es un registro extremadamente temprano que tiene todas las características de ser confiable. De hecho, Santiago puede haber estado relacionado con la transmisión de este credo a Pablo, en cuyo caso Santiago estaría aprobando personalmen­ te lo que el credo señalaba acerca de él.

-Como resultado de  su  encuentro  con el Jesús resucitado, Santiago no solo se convierte en cristiano; más tarde llega a ser el líder de la iglesia de Jerusalén (Ver Hechos 15:12-21; y Gálatas 1:19). En realidad, Santiago queda completamente convencido de la calidad de Mesías de Jesús por la resurrección y acaba muriendo como mártir, cosa que atestiguan tanto fuentes cristianas como no cristianas (Ver: Josefo (Antigüedades 20:200); Hegesippus (citado por Eusebio en EH 2:23); Clemente de Alejandría (citado por Eusebio en EH 2:1, 23)).

-Así que aquí tenemos otro ejemplo de un escéptico convertido por un encuentro personal con el Señor resucitado que estuvo dis­ puesto a morir por sus convicciones.

QUINTO HECHO: LA TUMBA DE JESÚS ESTABA VACÍA

-Aunque el quinto hecho (que la tumba de Jesús estuviese vacía) forma parte de los casos mínimos referidos a la resurrección, no goza del mismo consenso entre los eruditos que los primeros cuatro -dijo Licona para comenzar.

-Sin embargo, existe una fuerte evidencia a su favor. Habermas logró determinar que alrededor del setenta y cinco por ciento de los eruditos en este tema lo consideran un hecho histórico. Personalmente, considero que la tumba vacía cuenta con un buen apoyo si los datos históricos se evalúan sin preconceptos. Básicamente, existen tres líneas de evidencias: el factor Jerusalén, la certificación de los enemigos, y el testimonio de las mujeres.

-¿El factor Jerusalén? -le pregunté.
- Esto se refiere al hecho  de que Jesús fue ejecutado públicamente y enterrado en Jerusalén, y que luego su resurrección se proclamó en la misma ciudad. De hecho, varias semanas después de la crucifixión, Pedro declaró delante  de una  multitud  en Jerusalén: «A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos» (Hechos 2:32). Francamente, le hubiera resultado imposible a la cristiandad ponerse en marcha en Jerusalén si el cuerpo de Jesús hubiese estado todavía en la tumba. Las autoridades romanas, o las judías, podían simplemente haber ido a la tumba, observar el cadáver, y acabar allí con el malentendido.

-En lugar de eso, lo que escuchamos es la certificación por parte de los enemigos de que la tumba  está vacía.  En otras palabras, ¿qué es lo que los escépticos dijeron? Que los discípulos habían robado el cuerpo. Esto lo in forman no solo Mateo,  sino también Justino Mártir y Tertuliano. Y ese es el punto: ¿Por qué iban a decir que alguien había robado el cuerpo si este continuaba en la tumba? Se trata de una admisión implícita de que la tumba estaba vacía.

-Además, la idea de que los discípulos hubieran robado el cuerpo constituye una explicación poco convincente. ¿Deberíamos creer que ellos conspiraron para robar el cuerpo, quitarlo de allí, y luego estar dispuestos a sufrir continuamente y hasta a morir por algo que sabían que era una mentira? Esa es una idea tan absurda que hoy los eruditos la rechazan de forma universal. Además, tenemos el testimonio de las mujeres en cuanto a que la tumba estaba vacía.

-¿Por qué resulta importante eso?
-Porque tanto en la cultura judía como en la romana del primer siglo, las mujeres eran tenidas en baja estima y su testimonio se consideraba muy cuestionable. Si uno fuera a tramar una historia con el fin de engañar a otros, nunca dañaría su propia credibilidad al decir que las mujeres habían descubierto que la tumba estaba vacía. Resulta tremendamente improbable que los escritores de los Evangelios inventaran un testimonio como ese, porque no iban a llegar muy lejos así. De hecho, podría dañarlos. Si hubieran tenido libertad como para simplemente inventar esas cosas,  con toda  seguridad  declararían  que habían sido hombres (tal vez Pedro o Juan) los primeros en encontrar la tumba vacía.

-La mejor teoría en cuanto a por qué los escritores de los Evangelios incluirían un detalle tan embarazoso es porque en realidad había sucedido y ellos se habían comprometido a registrar todo  con  exactitud,  sin  que les importara el problema de credibilidad que crearan en esa cultura.

-Así que cuando se toman en consideración el factor Jerusalén, la certificación de los enemigos, y el testimonio de las mujeres, nos encontramos con buenas razones históricas para concluir que la tumba de Jesús estaba vacía. William Ward, de la Universidad de Oxford, lo dice de esta manera: «Toda la evidencia estrictamente histórica con que contamos está a favor (de la tumba vacía), y aquellos eruditos que la rechazan deberían reconocer que lo hacen sobre otros fundamento que no pertenecen a la ciencia histórica» (William Ward, Christianity: A Historical Religion?, Judson, Valley Forge, Pa., 1972, pp. 93-94).

-Bien, ¿cómo resumiría su caso?
-Poco después de que Jesús murió crucificado, sus discípulos creyeron verlo resucitado de entre los muertos. Dijeron que él se había aparecido no solo a algunos individuos sino que se había mostrado varias veces en entornos grupales; y los discípulos quedaron tan convencidos y transformados por esa experiencia que estuvieron dispuestos a sufrir y hasta a morir por su convicción de que habían tenido un encuentro con él.

-Además, tenemos dos escépticos que consideraban a Jesús como un falso profeta: Pablo, el perseguidor de la iglesia, y Santiago que era medio hermano de Jesús. Ellos cambiaron completamente sus opiniones, dando un giro de 180 grados luego de encontrarse con el Jesús resucitado. Al igual que los discípulos, estaban dispuestos a sufrir dificultades, persecución y hasta la muerte antes que desdecirse con respecto ,a su testimonio sobre que la resurrección de Jesús había sucedido.

-Por lo tanto, tenemos un testimonio convincente sobre la resurrección de parte de amigos de Jesús, de un enemigo del cristianismo y de un escéptico. Finalmente, contamos con una evidencia histórica fuerte en el sentido de que la tumba de Jesús estaba vacía. De hecho, aún los enemigos del cristianismo admitieron que no estaba ocupada. ¿A dónde había ido a parar el cuerpo? Si se lo preguntáramos a los discípulos, nos dirían que vieron a Jesús personalmente luego de que él volvió a la vida.

-¿Cuál es la mejor explicación para esta evidencia, una explicación que no deje fuera ninguno de los hechos y que no presione para hacer que todo encaje? Mi conclusión, fundamentada en las evidencias, es que Jesús sí resucitó  de entre los muertos.  Ninguna  otra explicación se acerca siquiera a dar cuenta de todos los hechos. Históricamente hablando, creo que tenemos un caso convincente y persuasivo.

Dioses que mueren y resucitan

Una afirmación popular es que el cristianismo robó su creencia sobre la resurrección de historias paganas anteriores acerca de dioses que morían y volvían a levantarse. Le pregunté a Licona por qué debería tener mayor credibilidad el informe acerca de la resurrección de Jesús que esos otros relatos, obviamente mitológicos.

-En primer lugar, es importante comprender que  estas afirmaciones  no niegan de ningún modo la buena evidencia histórica que tenemos en cuanto a la resurrección de Jesús -señaló-.

En segundo lugar, T.N.D. Mettinger, un erudito sueco de cierta edad, profesor de la Universidad de Lund, y miembro de la Real Academia de Letras, Historia y Antigüedades de Estocolmo, ha escrito los tratados académicos más recientes sobre dioses que morían y resucitaban en la antigüedad. Él admite en The Riddle of Resurrection [El misterio de la resurrección] que el consenso entre los eruditos modernos (casi universa[) es que no hubo dioses que murieran y resucitaran con anterioridad al cristianismo. Todos ellos son de una fecha posterior al primer siglo.

Obviamente, el cristianismo no podía haberles pedido prestada la idea de la resurrección si es que esos mitos no andaban circulando al momento del nacimiento del cristianismo.

-Entonces Mettinger dijo que él iba a ser la excepción a esa casi universal convicción de los  eruditos  -mencionó  Licona-.

Él  decididamente tomó la postura de una minoría y afirmó que hubo por lo menos tres (y posiblemente hasta cinco) dioses que murieron y resucitaron con anterioridad al cristianismo. Pero la pregunta clave es esta: ¿Existen en realidad paralelos entre esos mitos y la resurrección de Jesús?

-Finalmente, y luego de rastrillar todos esos registros y de analizarlos críticamente, Mettinger agrega que ninguno de ellos sirve como un paralelo de Jesús. Ninguno de ellos -enfatiza Licona-. Son demasiado distintos de los informes acerca de la resurrección de Cristo de los muertos. Sucedieron en un pasado distante e inespecífico, y generalmente se relacionaban con el ciclo estacional de vida y muerte de la vegetación. Como contraste, la resurrección de Jesús no se repitió, no se relacionó con cambios de estación, y fue creída por aquellos que vivieron en la misma generación que el Jesús histórico. Además, Mettinger concluye qué «no existe evidencia en cuanto a una muerte vicaria por los pecados por parte de aquellos dioses que morían y resucitaban» (Tryggve N. D. Mettinger, The Riddle of Resurrection, Almqvist & Wicksell, Estocolmo, 2001, p. 221).

Mettinger corona su estudio con esta sorprendente declaración: «Hasta donde yo sé, no existe una evidencia a prima facie de que la muerte y resurrección de Jesús haya sido una construcción mitológica, extraída de los mitos y ritos de los dioses que morían y resucitaban en el mundo circundante». Mettinger  concluye afirmando: «La muerte y resurrección de Jesús retiene su carácter de única en la historia de las religiones».

Consideración de los datos

Licona podía haber presentado todo tipo de evidencias históricas para afirmar la resurrección; en lugar de ello se limitó a solo cinco hechos que han sido extremadamente bien certificados y sobre los que la vasta mayoría de los eruditos (inclusive los escépticos) admiten que son confiables. Estoy de acuerdo: el caso fue convincente y concluyente. Como lo dice el historiador N.T. Wright, autor de The Resurrection of the Son of God [La resurrección del Hijo de Dios]:

No  ayuda  nada  alegar  que  la «ciencia» hubiera desaprobado la posibilidad de la resurrección. Cualquier verdadero  científico  nos   diría   que la ciencia observa lo que suele suceder  normalmente;   el  caso  cristiano se basa precisamente  en que lo que sucedió con Jesús no es lo que sucede normalmente. Por mi parte, como historiador, prefiero la solución esencialmente simple y elegante a la otra que fracasa por no incluir todos los datos: decir que los cristianos primitivos creían que Jesús había resucitado en cuerpo de entre los muertos y dar cuenta de esa creencia simplemente señalando que ellos decían la verdad (Marcus Borg y N. T. Wright, The Meaning ofJesus: Two Visions, HarperSanFrancisco, San Francisco, 1999, pp. 124-125).

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