En Phoenix, Arizona, una madre de 26 años de edad, miraba fijamente a su hijo de seis años, quien estaba muriendo de leucemia terminal. Aunque su corazón se encontraba colmado de tristeza, también experimentaba un fuerte sentimiento de determinación. Como cualquier madre deseaba que su hijo creciera y que realizara sus sueños, pero ahora ya eso no era posible. La leucemia no permitiría que fuese así, pese a todo deseaba que los sueños de su hijo Billy, cuyo nombre real era Frank Salazar, se cumplieran.
Tomando la mano del niño, le preguntó: “Billy, ¿alguna vez te has preguntado qué desearías ser cuando crezcas? ¿Alguna vez has soñado y pensado en lo que harías con tu vida?”. “Mami, siempre he querido ser bombero cuando sea grande”.
La madre le devolvió una sonrisa y le dijo: “Vamos a ver si puedo hacer que tu deseo se haga realidad”. Más tarde, ese mismo día, se encaminó hacia la oficina local de bomberos en Phoenix, Arizona, en donde se entrevistó con el bombero Robert T. Walp, un veterano de 27 años, más conocido como Bob, quien tenía un corazón tan grande como Phoenix. Ella le explicó el deseo final de su hijo de seis años y le preguntó si sería posible satisfacer su sueño, permitiéndole que subiera a un camión de bomberos y diera una vuelta alrededor de la cuadra.
El bombero Bob le dijo: “Mire, podemos hacer algo mejor que eso. Si tiene a su hijo listo a las siete en punto el miércoles por la mañana, le convertiremos en bombero honorario por todo el día. Él puede venir a la estación de bomberos, comer con nosotros, responder a todas las llamadas de incendio, ¡las enteras nueve yardas! Y si nos da sus medidas, le haremos un uniforme real de bombero, con un casco auténtico contra el fuego, no un juguete, uno con el emblema del Departamento de bomberos de Phoenix impreso, el impermeable amarillo que nosotros nos ponemos y botas de caucho. Todo se manufactura aquí, en Phoenix, así que podemos conseguirlo bien rápido”.
Tres días después el bombero Bob recogió a Billy, le vistió con su uniforme y lo escoltó desde la cama del hospital hasta el camión con las escaleras y los ganchos. Billy se sentó en la parte trasera del vehículo y ayudó a conducirlo de regreso a la estación de bomberos. Estaba en el cielo. Hubo tres llamadas de incendio en Phoenix ese día y Billy salió y atendió a las tres. Fue transportado en tres vehículos diferentes del cuerpo de bomberos, la camioneta de los paramédicos e incluso en el automóvil del jefe del departamento. También fue filmado en video por el programa de noticias local de televisión. El que le permitieran realizar su sueño, y todo el amor y atención que le prodigaron, tocó tan profundamente a Billy, que vivió tres meses más de lo que cualquier médico pensaba que fuese posible.
Una noche todos sus signos vitales comenzaron a disminuir dramáticamente y la enfermera jefe, quien creía en el concepto del hospicio de que nadie debe morir solo, comenzó a llamar a los miembros de su familia para que acudieran al hospital.
Su madre entonces recordó el día que Billy pasó como bombero, así que llamó al jefe del departamento y le preguntó si sería posible enviarle un uniforme al hospital para ponérselo al niño después que partiera. El jefe replicó: “Podemos hacer algo mejor. Estaremos allí en cinco minutos. ¿Podría por favor hacerme un servicio? Cuando escuche el sonido de las sirenas y vea las luces parpadeando, anuncie por el sistema de altavoces del hospital que no es ningún incendio, que se trata sólo del departamento de bomberos que llega para visitar a uno de sus miembros más distinguidos una vez más. Y luego... ¿podría abrir la ventana de su habitación?”.
Unos cinco minutos después, un vehículo de bomberos llegó al hospital, extendió sus escaleras hasta la ventana abierta de la habitación en el tercer piso, y 16 oficiales ascendieron por ella hasta el cuarto de Billy. Con el permiso de su madre, ellos le abrazaron y sosteniéndole le dijeron lo mucho que lo querían. Con su aliento de agonizante, Billy miró al jefe del departamento y le dijo: “Jefe, ¿soy realmente un bombero ahora?”. “Sí Billy, lo eres, y Dios, el Jefe Mayor, está sosteniendo tu mano” - le respondió el director. Ante estas palabras, Billy sonrió y replicó: “Lo sé, Él ha estado apretando mi mano toda el día y los ángeles han estado cantando”. Y cerró sus ojos por última vez.
Por favor, ¡deje ya de decirle a Dios lo grande que son sus problemas, en lugar de eso dígale a ellos, cuán grande es Dios!