El 8 de junio, la corrupta Policía paquistaní detuvo en el Punjab al joven cristiano Irfan, al que acusó de haber cometido un asesinato. Los agentes de la autoridad intentaron arrancarle una confesión de culpabilidad durante 8 días de continuos interrogatorios y palizas, aunque Irfan no cesó de declarar su inocencia. Finalmente, ya deshecho a consecuencia de los golpes recibidos moría el día 16. Según el informe de los forenses que practicaron la autopsia, la víctima, entre otras lesiones, tenía 22 huesos fracturados, por lo que no es difícil imaginar cómo fue su “pasión y muerte” durante aquellos días en los que fue atormentado por policías de la República Islámica de Pakistán.
Los funcionarios policiales involucrados en el caso, sabedores de la escasa importancia que la vida de un cristiano tiene en el país, se han manifestado respecto al hecho criminal con la habitual desvergüenza y displicencia. Así, el jefe de los torturadores del cuartel, con un toque de humor negro, ha dijo que Irfan “no fue capaz de soportar los golpes”; otro funcionario policial, no pudiendo ocultar su más absoluto desprecio por la vida ajena, se ha limitado a declarar: “¿Qué importancia tiene “esa” vida?”
A diferencia de lo que sucede en Occidente, donde se observa con lupa y suma atención todo acto o comentario considerado “islamófobo”, los policías paquistaníes se jactan, sin el menor temor a ser juzgados por el Estado, de torturar y asesinar a los “choodras”, término despectivo que designa a los cristianos. Y públicamente los ulemas exigen la muerte de la cristiana Asia Bibi y otros acusados de haber ofendido presuntamente al “Profeta”; las multitudinarias manifestaciones contra la minoría cristiana se suceden, las coacciones y asesinatos siempre quedan impunes como sucedió en 2009, año en que una turba musulmana quemó vivos a 8 cristianos en Gojra, una localidad del Punjab.