Tampoco es el racismo, sino el daltonismo. De acuerdo con la Palabra de Dios, todos los seres humanos somos hijos de Adán y sólo hay una raza: la humana. Los colores diferentes de la piel, dependen mucho del patrón geográfico. Las personas cerca del Ecuador tienen una epidermis más oscura que esos que viven en latitudes superiores. El color de la tez es sólo eso tonalidad, pero el corazón es completamente diferente porque en él habita todo lo moral y espiritual, y la Palabra infalible de Dios declara que el corazón del hombre es universalmente corrupto. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). Ese es el corazón tanto de la persona blanca como de la morena.
Tampoco la Biblia especifica un pecado llamado “racismo”, sino que describe más bien, la idolatría, odio, orgullo, envidia, codicia, robo, secuestro, asesinato, malignidad, jactancia, desobediencia a los padres, blasfemia, fornicación, mentira, falso testimonio y otras cosas similares. El Señor Jesucristo dijo que todo eso proviene del corazón del hombre y lo contaminan. “Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mat. 15:18–19).
Lo único que puede cambiar los corazones de los seres humanos es el Evangelio de Jesucristo, y éste es el que proclama la Iglesia del Nuevo Testamento, “... la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15b).
Lo que hizo fuerte en el siglo XX a Estados Unidos fueron sus iglesias del Nuevo Testamento, y es lo único que puede ayudar a toda la humanidad. Sin embargo hoy, incluso hasta en las congregaciones que se consideran a sí mismas “bautistas fundamentalistas” - la cifra real de esos que verdaderamente creen en la Biblia y la aceptan como la autoridad final de Dios para los hombres es muy reducida.
Las iglesias hoy, no son casas de oración, sino partidistas. En el mejor de los casos, son lugares donde se reúnen las familias para escuchar un evangelio diluido y pasar un rato de compañerismo, que los entretiene y hace que se sientan bien, pensando que ya cumplieron al reunirse cada domingo. Los anima, pero no son discipulados. Los miman pero no los reprochan, ni mucho menos los instan a la santidad.
Lo único que les interesa a muchos pastores son el número de personas que se sientan en las bancas y aportan los diezmos, pero a muy pocos les importa tener o no tener una membresía regenerada, a pesar de que esta es la primera marca de una verdadera iglesia del Nuevo Testamento. “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hec. 2:41–42).
Los padres no son los líderes espirituales de los hogares, ni las madres las guardianas del mismo. Los niños no son debidamente disciplinados. Las familias son mundanas y esto incluye a los jóvenes, incluso hasta a los ancianos. Los miembros no son verdaderos peregrinos, sino que están afianzados a este mundo y se dejan arrastrar por su corriente. Los pastores no estudian su Biblia para preparar sus sermones, sino que consultan en la Internet, en las páginas de motivadores famosos, que hacen que todas las personas se sientan bien. Son tan descarriados y pusilánimes que aceptan esto como algo normal, considerando que sus miembros constituyen una verdadera iglesia.
Lo único que realmente puede ayudar a la humanidad por entero, es que las iglesias que creen en la Biblia tomen en serio la Palabra eterna de Dios, dejen de jugar, de festejar, de centrarse en la política, cierren el gimnasio y abran las salas de oración. Que comiencen a estudiar las Escrituras, que reprendan y disciplinen a los descarriados, que construyan hogares piadosos. Que tomen en serio los requisitos de la membresía de la iglesia, que enfaticen el regreso inminente de Cristo por sus santos, que se preocupen más por los sentimientos divinos que por los del hombre, temiendo a Dios más que a la sociedad.
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1).
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:20).
“Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Cor. 6:17–18).