Dios le concede a María la misión más importante que pudiera ofrecerle a un humano: concebir a su hijo. “Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres”. (Lucas 1.26-28)
Todo eso, pero sólo eso, ya que la Biblia no muestra ninguna influencia posterior de María en su hijo, en Jesucristo. No ejerce un papel importante en la divulgación de su palabra ni en su crecimiento espiritual. Entonces, porque en el catolicismo romano se venera a la virgen María
Estudiemos las raíces de esta costumbre
Seminarís, Astarté e Isis engendraron, según las tradiciones paganas, un hijo de forma sobrenatural, permaneciendo vírgenes tras su alumbramiento. Tammuz, Baal y Horus eran hijos de Dioses. Y a sus madres se les veneraba.
Como siempre, los griegos y romanos se surtieron del conocimiento antiguo y de sus creencias. Y estas doctrinas convirtieron a Afrodita y Venus en las madres vírgenes de Eros y Cupido. Pero el más extendido de todos, era la adoración por la diosa Isis. Y así la representa esculturas e imágenes. Con un niño en su regazo, el fruto de Dios.
La sociedad romana se cristianizaba y las crónicas nos relataban la verdad del pueblo que no abandona el culto a Isis, sino que le cambia el nombre. Isis, Madre de un Dios, pasaba a ser la Virgen María, Madre de Dios. De un plumazo. Perpetúo la imagen y la apariencia. Ísis, enjoyada, prestó su figura y sus riquezas a María, que las asumió. Desde entonces, en múltiples representaciones se continúa mostrando a María cubierta de joyas, coronas y demás ornamentos ostentosos.
La fertilidad
Volvamos al mundo antiguo. Un viaje hasta la época cananea. Allí encontramos a Asera, diosa cananea de la fertilidad. Aparece junto a un árbol, como en las numerosas apariciones de la virgen. Incluso la Biblia nos habla de ella: "Jehová sacudirá a Israel al modo que la caña se agita en las aguas; y él arrancará a Israel de esta buena tierra que había dado a sus padres, y los esparcirá más allá del Éufrates, por cuanto han hecho sus imágenes de Asera, enojando a Jehová" (Reyes 14.15).
Avancemos al mundo griego, hasta Efeso. En la polis estaba levantado el mayor templo de la antigüedad dedicado a la diosa Artemisa. Centro de su culto. Ciudad de adoración. Biblia en mano leemos a Pablo en Hechos 19.23-40. Allí el apóstol que no es apóstol nos muestra el alboroto que produjo el Evangelio de Cristo cuando lo predicaba a los futuros fieles. ¡Un solo dios! Y ¿Artemisa no lo era?
Para el pueblo sí, así que se levantó en vivas a la diosa. Esta imagen bíblica no hace más que demostrarnos la veneración de la sociedad pagana por la Madre de un Dios. Y es curioso que en Efeso, la tradición católica sitúe los últimos años de María. Años más tarde, en torno al 431 d.C, un concilio de la iglesia marcó como dogma de Fe el rol de María como Madre de Dios en la misma ciudad. Se le dio ese título oficial, theotokos.
El mismo que Artemisa e Isis. Pero se cristianizó. Las madres de dioses pasaban a ser Madre de Dios. Se elevaron voces discordantes. “Si vosotros llamáis a María, Madre de Dios, hacéis de ella una diosa”, apuntó Nestorio, Patriarca de Constantinopla sin saber que poco después sería condenado. Figuras a las que, durante siglos, tantos han venerado y que, desde antes de los siglos, el Dios de los cristianos, animaba a no hacerlo jamás.