Y por otra, dar una respuesta, desde luego no exhaustiva, pero sí veraz: la respuesta cristiana, a las más vitales preguntas acerca de la vida y de la muerte, acerca de Dios y del hombre, acerca de la justicia y del pecado, acerca de la naturaleza de la fe y del conocimiento. Y ninguno de nosotros es ajeno a estas cuestiones: cada ser humano, hombre o mujer, se encuentra entre la cuna y la tumba, y no hay ningún tema más importante que el del origen y destino que tenemos como individuos. Y el destino final de cada uno de nosotros depende de su origen y de su actitud, de su respuesta, delante del propósito para el que Dios le ha creado. De su actitud delante de su Creador.
Esta respuesta sólo puede provenir de la sabiduría de Dios, revelada en y por medio de Jesucristo. Una respuesta que no sólo quiere dar respuesta a interrogantes, sino que quiere resolver la gran cuestión del alejamiento del hombre de Dios, de la naturaleza y contenido de la verdad, y de sus propias contradicciones. Una respuesta que es además una invitación de Dios a cada hombre para que le conozca, para que acepte la reconciliación con Él. Es a la vez un llamamiento al hombre enemistado y adversario de Dios al arrepentimiento y a la salvación. A pasar de la muerte espiritual y moral a una vida llena de sentido y de gozo en el conocimiento de Dios y en la comunión con Él, el Creador y Señor.
... cada ser humano, hombre o mujer, se encuentra entre la cuna y la tumba, y no hay ningún tema más importante que el del origen y destino que tenemos como individuos. Y el destino final de cada uno de nosotros depende de su origen y de su actitud, de su respuesta, delante del propósito para el que Dios le ha creado. De su actitud delante de su Creador.
Una visión distorsionada
Según el consenso académico secular, el hombre proviene de animales inferiores, que surgieron de otros aún más inferiores, que surgieron de unos protozoos que se originaron al azar en un mar primitivo de un mundo que se había condensado por procesos físicos sin dirección, un mundo que procedía de una materia condensada que tuvo su origen en un acontecimiento que se cree que fue una Gran Explosión («Big Bang») de un átomo primordial. Este proceso es conocido como la Evolución, y constituye el marco de creencia confesado por prácticamente todo el Establecimiento Académico.
Al mismo tiempo, desde este Establecimiento Académico se propone una visión de las cosas en la que toda la realidad es materia y movimiento, y en la que la realidad humana no es nada más que una manifestación de complejas reacciones bio- y electroquímicas. Una maravillosa máquina surgida del azar. Toda la vida y todo el significado del hombre son cosas relativas, y tienen su marco en esta tierra ... y nada más. Se mantiene que el único conocimiento es el llamado conocimiento científico.
El conocimiento científico: su naturaleza y limitaciones
Es cierto que por medio del método científico podemos adquirir un conocimiento de las cosas. Pero en esta visión del mundo no se tienen en cuenta las enormes limitaciones del conocimiento científico, y se le atribuyen capacidades que no puede tener en absoluto. En palabras de Darby:
«La ciencia no puede ir más allá de los fenómenos, y consiste en la generalización de los mismos bajo una ley uniforme. Pero, antes del curso que siguen las cosas existentes, tienen que existir las cosas que siguen este curso, aunque este curso pueda haber comenzado con su existencia; e indudablemente fue así. Pero sólo este curso de las cosas es el tema de la ciencia, su principio general como ley fija. La existencia, y probablemente la ley que sigue, están ahí antes que puedan comenzar las investigaciones de la ciencia, ... La ciencia se ocupa de fenómenos, y sólo de fenómenos, y de descubrir los hechos y las leyes que los gobiernan; pero todo lo que hace es investigar la operación actual uniforme, allá donde existe, de aquello que existe antes que surja la indagación.
La ciencia puede descubrir las leyes de lo que existe, pero allá tiene que detenerse: no tiene leyes para su existencia. ...
Esto es, la ciencia debe detenerse en aquello que le pertenece, en el curso y orden del kosmos, o universo ordenado, y por su misma naturaleza no puede ir más allá de ello. Sé que ha de haber una causa primordial o primitiva para todo lo existente; porque todo en su esfera es el efecto de una causa, y afirma que debe serlo. Si es así, la existencia material misma debe ser efecto de una causa, y las leyes fijas también. En cuanto a qué y cómo es esta causa primordial (que es incausada, o no sería primordial), no puede decir nada la ciencia. Naturalmente que no; y no se le debe reprochar por esto. Pertenece a la misma naturaleza de las cosas. Pero la ignorancia no es un base sobre la que hacer declaraciones —debería más bien decir que no es una base válida, porque a la ignorancia le encanta hacer declaraciones. Esto es, la ciencia me asegura en base de lo que conoce que ha de haber una causa primordial de aquello sobre lo que investiga; pero es, necesariamente, totalmente ignorante de esta causa —no la puede concebir; no se encuentra en su esfera de conocimiento. ...».
«La ciencia se ocupa de fenómenos, y sólo de fenómenos, y de descubrir los hechos y las leyes de los gobiernan; pero todo lo que hace es investigar la operación actual uniforme, allá donde existe, de aquello que existe antes que surja la indagación.
...
La ciencia puede descubrir las leyes de lo que existe, pero allá tiene que detenerse: no tiene leyes para su existencia. ...»
Hablando estrictamente, el método científico sólo puede tratar aquello que se encuentra bajo la capacidad humana de estudio y observación directa, o manipulación en el laboratorio, lo que es presente y repetible. Sólo puede darnos relaciones materiales y cuantitativas de causa y efecto (¡si creemos en la causalidad!) dentro de nuestro universo. Pero, en sentido estricto, no puede darnos otro conocimiento que éste: cómo se relacionan las cosas, no su por qué. El método científico no puede tocar, hablando de manera estricta, el cómo del origen del universo ni de la vida, ni lo que tiene que ver con propósito o valores, ni lo que es único e irrepetible. Y mucho menos la razón de su existencia.
Severo Ochoa, Premio Nóbel, investigador sobre la estructura material bioquímica de la vida, declaraba a la revista Tiempo, poco antes de su muerte: «Me he dedicado a investigar la vida y no sé por qué ni para qué existe» (Tiempo, 24 de febrero, 1992, pág. 50). Quizá la clave se encuentre en su declaración: «Hace mucho tiempo que no soy religioso» (Ibid. pág. 55). Efectivamente, si dejamos de lado a Dios y el conocimiento que Él nos da en Su Revelación, no podemos saber lo más importante de todo. De poco sirve conocer el funcionamiento de algo si no sabemos por qué y para qué ha sido hecha. Y esto sólo podremos saberlo si nos lo comunica quien lo ha hecho.
Es muy frecuente confundir el cómo y el por qué de las cosas, y de esta manera sucede que en ocasiones profesores desorientados y con textos poco rigurosos desorientan a sus alumnos acerca de estas cuestiones. El siguiente ejemplo, adaptado de otro autor, ilustrará estas diferencias, tan poco tenidas en cuenta:
—¿Lo explica todo la ciencia? Entre en mi cocina y pregúnteme: —¿por qué está hirviendo la marmita?— Y yo le contesto: —la marmita está hirviendo porque la combustión del gas produce calor, que es transferido al fondo de la marmita, el cual, como que es un buen conductor, lo transfiere inmediatamente al agua. Las moléculas de agua se agitan y giran haciendo ruido, pasando finalmente al estado de agua en forma de vapor; y por eso hierve la marmita.
—Entonces mi mujer entra en la cocina y le preguntas: —¿por qué hierve la marmita?— Y ella te dice: —La marmita hierve porque te voy a hacer un té.
—Yo no le dije por qué hervía la marmita. —Le dije cómo estaba hirviendo la marmita. Y la ciencia no sabe en absoluto el por qué de nada, sino solamente el cómo y el qué.
Cómo hierve la marmita (un proceso presente y susceptible de repetición y de prueba) lo podemos determinar, hasta cierto punto, por medio de nuestra observación, el método científico. Por qué hierve la marmita sólo podremos llegar a saberlo mediante la comunicación personal.
Un poco de historia
En realidad, el concepto cientificista y evolucionista, en su totalidad, no es un avance moderno del conocimiento, sino una reformulación de las posturas naturalistas de los antiguos filósofos griegos acerca de la naturaleza de la ciencia y el origen de la vida. Henry Fairfield Osborn, que fue director del Museo Americano de Historia Natural, observa a este respecto:
Cuando comencé mi investigación en pos de anticipaciones de la teoría evolucionista ... me vi conducido de vuelta a los filósofos naturalistas griegos, y me quedé atónito al encontrar como muchas de las características más destacables y básicas de la teoría de Darwin fueron anticipadas incluso en fechas tan remotas como el siglo VII antes de Cristo.
La realidad es que la tesis creacionista de la Biblia se difundió en abierto debate en medio de un mundo pagano que rechazaba la acción de un Dios soberano en creación y revelador en la historia, y que empleaba argumentos filosóficos apriorísticos como el que esgrimía el célebre Galeno (130-201 d.C.), que se enfrentaba así de manera específica al relato del Génesis:
Es precisamente en este punto que nuestra propia opinión y la de Platón y otros griegos que siguen el recto método de las ciencias naturales difieren de la posición adoptada por Moisés. Para este último parece suficiente declarar que simplemente Dios ordenó que la materia se estructurase en su debido orden, y que así sucedió; porque él cree que todo es posible para Dios, incluso si quisiera hacer un toro o un caballo de un montón de cenizas. Nosotros, sin embargo, no sostenemos tal cosa; decimos que ciertas cosas son de natural imposibles y que Dios ni siquiera intenta tales cosas, sino que él elige lo mejor de la posibilidad del devenir.
Curso natural e intervención inteligente
Naturalmente, hay cosas que son de natural imposibles, pero que algo sea de natural imposible no significa que sea absolutamente imposible. En el marco natural rigen unas condiciones muy determinadas, naturales, en una dirección muy concreta. En cambio, en un marco intervenido, con una acción dirigida con inteligencia y propósito, rigen otras condiciones que pueden variar de manera total el curso de los procesos. Por ejemplo, en el curso de la naturaleza, el calor pasa siempre de cuerpos calientes a cuerpos fríos, descendiendo la temperatura de los primeros y aumentando la temperatura de los segundos, hasta que llegan a un equilibrio térmico (a la misma temperatura). Es de natural imposible que el calor siga otro camino. Pero en el frigorífico, el hombre ha diseñado un mecanismo conducido por una energía, y de esta manera invierte localmente el flujo del calor, de modo que lo que es de natural imposible, en cuanto a la tendencia de las cosas, que pase calor de un cuerpo frío a un cuerpo caliente [la expulsión de calor del interior del congelador, más frío, hacia el exterior, más caliente] es hecho posible por la intervención humana. Así, este argumento acerca de lo que es de natural imposible no es aplicable en el caso de la intervención de un ser sobrenatural, sea este el hombre, con todas sus limitaciones, o Dios, sin limitación de conocimiento o poder.
No hay evidencias históricas
El mismo registro fósil, tan frecuentemente presentado en publicaciones de divulgación popular como evidencia de la evolución en el pasado, no da en realidad evidencia alguna en favor de tal proceso. Sencillamente, no hay cadenas ni formas verdaderas de transición. Por ejemplo, el evolucionista Stephen Jay Gould, profesor de Geología y Paleontología en la Universidad de Harvard, decía lo siguiente en su columna mensual en la revista Natural History:
La extrema rareza de las formas de transición en el registro fósil sigue siendo el secreto del gremio de los paleontólogos. Nos imaginamos ser los únicos verdaderos estudiosos de la historia de la vida, pero para preservar nuestro relato predilecto acerca de la evolución por selección natural consideramos que nuestros datos son tan malos que nunca vemos el proceso que profesamos estudiar.
También Colin Patterson, Conservador del Museo Británico de Historia Natural, decía lo siguiente, en una entrevista a la BBC-TV el 4 de marzo de 1982, acerca de los esfuerzos para dar explicaciones de la inexistencia de formas de transición fósiles:
Lo que resulta de todo ello es que todo lo que se puede aprender de la historia de la vida se aprende de la Sistemática, de los agrupamientos que se descubren en la naturaleza. El resto es contar cuentos de uno u otro tipo. Tenemos acceso a los extremos del árbol; el árbol mismo es teoría, y los que pretenden conocer acerca del árbol y describir lo que sucedió —cómo desaparecieron las ramas y las ramitas— están, creo yo, contando historias.
Se podrían multiplicar las citas de profesionales de la paleontología en este sentido. Es cierto que la percepción pública acerca de la naturaleza del registro fósil no es la que aquí se señala. Hay una intensa campaña de propaganda en diversos medios, que no suelen ser respetuosos con la verdadera naturaleza de la evidencia, y el público no está informado de la verdad de la cuestión. Está ampliamente aceptado el mito de que la evidencia fósil apoya la creencia evolucionista. Y esto es lamentable.
El mismo registro fósil, tan frecuentemente presentado en publicaciones de divulgación popular como evidencia de la evolución en el pasado, no da en realidad evidencia alguna en favor de tal proceso.
Una creencia, no una conclusión científica
Debe quedar claro que el evolucionismo no es una conclusión de la ciencia, sino que, como en la antigüedad, es en realidad una doctrina, un sistema de creencia que rechaza la acción de Dios y busca explicar el origen de todo el mundo de lo viviente desde una postura filosófica que excluye de entrada al Creador. Éste punto lo expresa bien el cosmólogo evolucionista C. F. von Weizsäcker en su obra La importancia de la ciencia:
No es por sus conclusiones, sino por su punto de partida metodológico por lo que la ciencia moderna excluye la creación directa. Nuestra metodología no sería honesta si negase este hecho. No poseemos pruebas positivas del origen inorgánico de la vida ni de la primitiva ascendencia del hombre, tal vez ni siquiera de la evolución misma, si queremos ser pedantes.
...
Todavía no entendemos demasiado bien las causas de la evolución, pero tenemos muy pocas dudas en cuanto al hecho de la evolución; ... ¿Cuáles son las razones para esta creencia general? En la última lección las formulé negativamente; no sabemos cómo podría la vida, en su forma actual, haber venido a la existencia por otro camino. Esa formulación deja silenciosamente a un lado cualquier posible origen sobrenatural de la vida; así es la fe en la ciencia de nuestro tiempo, que todos compartimos.
Esto es, no se cree en el Evolucionismo debido a que existan unas pruebas positivas reales que lleven a tal postura como conclusión científica. Más bien, el hombre «moderno» toma como punto de partida un rechazo de toda posible revelación de Dios, e interpreta todo el mundo que le rodea en términos de una filosofía que de entrada rechaza a Dios. Así, el Evolucionismo y la mentalidad racionalista atea no son una conclusión exigida por el estudio de la realidad, sino el método, la actitud mental con la que se contempla todo, desde una postura de incredulidad. Y vale la pena investigar si esta actitud basada en la incredulidad se corresponde con la realidad del universo, del mundo de lo viviente, de la historia, y de la naturaleza humana.
«No es por sus conclusiones, sino por su punto de partida metodológico por lo que la ciencia moderna excluye la creación directa. Nuestra metodología no sería honesta si negase este hecho.»
¿Hay designio?
Charles Darwin escribió en su libro El Origen de las Especies que él no tenía dificultad alguna para imaginar que una larga sequía hubiese podido hacer que algunos hipotéticos antepasados de la jirafa con cuello corto alargasen sus cuellos de manera continuada para conseguir una provisión de hojas en continua disminución. Naturalmente, no tenía evidencia fósil para una historia evolutiva semejante. Aparentemente, tampoco estaba consciente de ciertos problemas peculiares de las jirafas que hacen que su ligera suposición de la evolución de las jirafas sea más y más difícil de aceptar.
El corazón de la jirafa es probablemente el más potente del reino animal, porque precisa de alrededor del doble de la presión normal para bombear la sangre por su largo cuello hasta la cabeza. Pero el cerebro es una estructura muy delicada que no puede resistir una elevada presión sanguínea. ¿Qué sucede cuando la jirafa se arrodilla para beber? ¿Se le revienta el cerebro? Afortunadamente, se han incluido tres elementos de diseño en la jirafa para controlar este problema y otros que se relacionan con él.
En primer lugar, la jirafa ha de extender las patas para poder beber con comodidad. Esto hace descender un tanto el nivel del corazón, de manera que se reduce la diferencia de altura desde el corazón hasta la cabeza en el momento de beber. El resultado es que el exceso de presión en el cerebro es menor que el que existiría si las patas se mantuviesen derechas.
Segundo, la jirafa posee en sus venas yugulares una serie de válvulas antirretorno que se cierran con el acto de bajar la cabeza, lo cual impide que la sangre vuelva en reflujo al cerebro.
¿Pero que sucede con el flujo de sangre a través de la arteria carótida que va del corazón al cerebro?
Un tercer elemento de diseño es «la red maravillosa», un tejido esponjoso lleno de una multitud de vasos sanguíneos situado cerca de la base del cerebro. La sangre arterial fluye primero a través de esta red de finos vasos que llega al cerebro. Se cree que cuando el animal se agacha para beber, la red maravillosa controla de alguna manera el flujo de sangre de modo que la presión no se ejerce totalmente sobre el cerebro.
Los científicos que han estudiado el tema creen también que probablemente el fluido cerebro-espinal que baña el cerebro y la columna espinal produce una contrapresión que impide la ruptura o las fugas de los capilares del cerebro. El efecto es similar al de un traje antigravitatorio como los que llevan los pilotos de combate y los astronautas. El traje antigravitatorio ejerce una presión sobre el cuerpo y las piernas del que lo viste cuando éste está bajo una fuerte aceleración, e impide el desmayo. Las fugas de los capilares de las piernas de la jirafa son también probablemente impedidas por una presión similar del fluido de los tejidos fuera de las células. Además, las paredes de las arterias de las jirafas son más gruesas que las de cualquier otro mamífero.
Hace poco tiempo se han hecho algunas cuidadosas investigaciones y se han tomado algunas mediciones de presión de sangre en jirafas vivas y en acción. Sin embargo, no ha quedado claramente demostrada la manera exacta en que estos varios factores cooperan para permitir que esta extraña criatura viva. De todas maneras, la jirafa es un gran éxito. Cuando termina de beber, se levanta, se abren sus válvulas de paso, se relajan los efectos de la red maravillosa y de los varios mecanismos de contra-presión, y todo funciona bien. Ésta es una de las innumerables muestras de un designio inteligente de un sistema coordinado e integral que es a todas luces incompatible con el evolucionismo.
Evidentemente, Darwin no conoció todos estos problemas peculiares de las jirafas, como tampoco muchos otros que han surgido desde entonces, entre ellos la misma estructura de la célula y sus intrincadas funciones cibernéticas. El conocimiento añadido de la estructura íntima de la vida, así como de los sistemas fisiológicos y anatómicos a mayor escala, amontona maravilla sobre maravilla, todo lo cual potencia más y más el argumento del designio, que Darwin tanto quiso combatir.
Así, el Evolucionismo y la mentalidad racionalista atea no son una conclusión exigida por el estudio de la realidad, sino el método, la actitud mental con la que se contempla todo, desde una postura de incredulidad. Y vale la pena investigar si esta actitud basada en la incredulidad se corresponde con la realidad del universo, del mundo de lo viviente, de la historia, y de la naturaleza humana.
Más designio
Otra muestra de esta realidad, la del designio y propósito del ojo, era ya tan evidente en tiempos de Darwin que él mismo confiesa que racionalmente parecía constituir una dificultad insuperable para su intento de explicación por una evolución al azar.
Según la hipótesis evolucionista, todo lo existente en el mundo de lo viviente surgió por selección natural de aquellos elementos que iban apareciendo al azar. Si eran útiles, eran preservados en el contexto de la lucha por la existencia en un medio competitivo. Si no eran útiles, eran eliminados. Esto es, el evolucionismo enuncia el principio de que todos los elementos del mundo de lo viviente existen porque tienen una utilidad presente para la supervivencia.
Darwin y Wallace (su colega y presentador conjuntamente con él de la hipótesis de Evolución por Selección Natural en 1859) tuvieron un enfrentamiento varios años después, a causa de este concepto. Wallace llegó, tras mucha reflexión, a la conclusión de que la Selección Natural era incapaz de explicar el origen de una estructura concreta que estaba evidentemente sobredimensionada, y que el hombre no había llegado a emplear más allá del 10 por ciento de su capacidad: el cerebro. Según Wallace, ¿cómo explicar el origen del cerebro, todo su intrincado diseño, si el 90 por ciento del mismo no era empleado? Si el 90 por ciento de la estructura del cerebro no había actuado ni funcionado, ni lo usamos todavía, no se podía haber formado en el contexto de unas condiciones de competencia y de lucha por la supervivencia. ¿Como podemos entonces explicar su origen por evolución mediante selección natural? Darwin reaccionó visceralmente contra este tipo de argumento, pero no lo pudo refutar. Este argumento sigue en pie, y para toda mente reflexiva es tanto más poderoso cuanto más se va conociendo de la maravillosa complejidad y diseño de este órgano, la más grande maravilla del universo.
El conocimiento añadido de la estructura íntima de la vida, así como de los sistemas fisiológicos y anatómicos a mayor escala, amontona maravilla sobre maravilla, todo lo cual potencia más y más el argumento del designio, que Darwin tanto quiso combatir.
Complejidad y racionalidad
La realidad es que en las mentes de algunas personas se da un fenómeno muy curioso por lo que respecta a la complejidad. La mayoría de nosotros reconocemos que al aumentar la complejidad de información y de diseño ha de existir una mayor inteligencia y capacidad en quien lo produce.
La mayoría de las personas reconocería que el dibujo de un niño de tres años no es una mera colección de líneas trazadas al azar.
Ascendiendo en la escala de complejidad a través de diversos instrumentos, máquinas fotográficas, etc., hasta la lanzadora espacial —que es considerada como la máquina más compleja jamás construida por el hombre—, el aumento en complejidad se relaciona de manera automática con una mayor destreza e inteligencia. Cuanto más complejo es algo, tanta más inteligencia se necesita para producirlo.
En cambio, cuando llegamos al gigantesco salto en complejidad que existe entre la producción humana más compleja y los seres vivos, aunque se trate de la humilde ameba, la irracionalidad ataca sin previo aviso. Los que frecuentemente se consideran como las personas más racionales echan de repente su racionalidad por la ventana. En lugar de seguir la lógica de que un aumento de complejidad exige una inteligencia tanto más grande para crearla, dicen ahora que el aumento en complejidad demanda una disminución de inteligencia, y ello hasta el punto de que no se precisa de ninguna inteligencia para lograr producir el más complejo de los sistemas existentes.
¿Cómo llegó a existir la primera célula viva, una entidad con una complejidad funcional e informática más allá de nuestra comprensión, por métodos absolutamente aleatorios? ¿Cómo llegó a existir el cerebro humano, cuya funcionalidad no pudo llegar a ser gobernada por ninguna selección natural ni por ninguna necesidad del medio, estando sobredimensionado muchísimo más allá de cualquier utilización histórica conocida?
Observando este fenómeno, Darby apostilla:
«La incredulidad querría excluir un Creador. Esta negación es producto de una actitud voluntariosa. [John Stuart] Mill habla de causas primordiales, de hechos primitivos, de colocación de causas permanentes; pero esto sólo demuestra que se vio obligado a acudir a lo primordial y permanente, a lo que existe por sí mismo. Otro nos dice que nos vemos obligados a admitir una causa o causas primordiales, de cuya naturaleza nada nos pueden decir ni la lógica ni la ciencia. "Así, nos vemos llevados a una pared opaca por un método que es totalmente impotente para penetrar en el misterio que se encuentra detrás". Y añade: "A esto le podemos llamar ateísmo lógico o negativo". Esto lo comprendo; porque este autor, aunque evolucionista, no niega la revelación, sino que se confiesa cristiano; pero su postura no es correcta, porque pretende pensar en lo que está más allá de la pared opaca, cuando nada conoce ni nada sabe. No tiene siquiera derecho a lo negativo, sino sólo a decir: No lo sé; no está en la esfera de mi conocimiento; sencillamente, ignoro, y lo dejo a la intuición y a la revelación, donde todo queda aclarado.»
La postura humanista criticada por Darby en este y anteriores párrafos niega toda realidad trascendente de Dios y de la Revelación. Niega de entrada el Ser de Dios, o que Dios pueda ser conocido, o que Él pueda revelarse. Según la misma, el único verdadero conocimiento que el hombre puede llegar a tener es el que se deriva de sus observaciones y razonamientos. No se admite, de entrada, ninguna fuente de conocimiento fuera del hombre. Se niega todo conocimiento que el hombre pueda recibir por revelación divina.
Con todas estas negaciones, se va necesariamente a una visión del hombre que no sólo está apartada de la visión cristiana de que el hombre es responsable delante de Dios, sino que es abiertamente hostil a esta visión. Se quiere que el hombre llegue a ser la medida de todas las cosas, el punto de referencia absoluto: Él ha de ser el amo de su destino, con todas sus potencialidades.
El hombre, su grandeza y su miseria
Desde la torre de marfil del Establecimiento Académico, y desde la comodidad de un Occidente próspero, materialista y ahíto de los bienes de este mundo, se puede acariciar por un momento la fatuidad de la autonomía y de la gloria del Hombre como dios para sí mismo. Pero, en último término, tenemos la realidad de la muerte, del sufrimiento, de la culpa. De la maldad del hombre. Aquí y allá surge la realidad del hombre pecador. El evolucionado hombre marxista autogestionario da paso a la realidad de la crueldad. El viejo tópico se hace realidad una vez más: el hombre es lobo para el hombre. Para los orgullosos europeos ya no se trata de Abisinia, ni del Irak. Ahora nos lo encontramos en nuestro propio terreno, en el sueño de tantos intelectuales teóricos: Yugoslavia. Y no tan atrás en la historia podemos todavía ver como el secularismo alemán condujo de las falacias pseudocientíficas de un Hæckel a la demencia humanista de un Nietzsche, dando el fruto amargo del hitlerismo en el que cayó la culta, escéptica e ilustrada Alemania, con los horrores de las matanzas frías, calculadas, desapasionadas, desnaturalizadas, tecnificadas, científicas. Es en vano pretender que la respuesta a los problemas humanos se encuentra en la educación: El problema del hombre no es el de carencia de educación, sino su apartamiento de Dios. Es un problema moral. El hombre necesita la conversión. Volverse al Dios revelado. En la cultura del moderno occidente se ha proclamado la muerte de Dios. Apartado del Dios vivo y verdadero, el Dios revelado, es el hombre quien ha muerto.
La creencia en el azar para explicar el origen del hombre conduce inevitablemente a la creencia en la total futilidad del hombre. Y no quita los interrogantes. La negación de Dios no elimina toda la problemática moral del hombre: la realidad, íntima y conocida intuitivamente, de que hay bien y mal, de que hay conductas y actitudes reprochables y que existe lo que es recto y encomiable. Y el azar, la nada, no explica esto. El evolucionismo no es nada más que una filosofía particular, un marco conceptual, un invento mental que quiere explicar nuestro origen y el origen de todas las cosas, negando la incómoda realidad del Dios Creador y de la finalidad de la Creación en general, y de la finalidad del hombre y su responsabilidad moral en particular. Y las pretensiones de la filosofía especulativa evolucionista de ser ciencia chocan de frente contra un análisis crítico y riguroso de la realidad. Una visión del mundo basada en falacias es como una casa edificada sobre la arena, carente de fundamentos. La primera avenida de aguas derriba el edificio. La negación de Dios y de la finalidad de la creación en conformidad a la voluntad de Dios se basa en un conjunto de falacias que llegan a las personas y a la civilización como un todo hacia la ruina. Y hacia el anunciado juicio de Dios.
La negación de Dios y de la finalidad de la creación en conformidad a la voluntad de Dios se basa en un conjunto de falacias que llegan a las personas y a la civilización como un todo hacia la ruina. Y hacia el anunciado juicio de Dios.
La respuesta divina: gracia, vida y plenitud
Tenemos una revelación de Dios. Y la revelación es el único medio por el que un ser personal puede darse a conocer a otro como tal ser personal La palabra y la interacción son imprescindibles. Mediante la creación podemos conocer algo acerca de Dios: su eterno poder y deidad. Pero es sólo mediante la revelación que podemos conocerle a Él de manera personal, esto es, mediante una comunicación verbal. De ahí las sublimes palabras de la Revelación: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. ... Y el Verbo se hizo carne ...».
Naturalmente, se puede aducir que hay muchas pretendidas revelaciones. ¿Cómo vamos a conocer cuál es la verdadera? Esta pregunta generalmente se plantea como una objeción a la idea de la revelación.
Si reflexionamos acerca de esta pregunta, sin embargo, veremos que en realidad con ello se confiesa algo muy grave. El hombre no conoce a Dios. ¿Qué ha pasado para que el hombre esté tan apartado de Dios que no solamente no lo conozca ya, que su estado natural no sea el de feliz comunión con su Dios Creador? Esta misma pregunta constituye una confesión de alienación. Algo ha sucedido, y el hombre está alienado de Dios. Hay una barrera entre el hombre y Dios. Y la Revelación que proclama provenir de Dios y en la que aparece Dios dirigiéndose al hombre ya desde el principio, la Biblia, nos da desde el mismo principio la explicación de ello, detallando, entre muchas otras cosas:
* La causa de la alienación del hombre de Dios: el pecado del hombre.
* La causa y naturaleza verdadera de la muerte del hombre.
* La intervención de Dios en Cristo Jesús, para solucionar esta alienación y su fruto, la muerte y la corrupción, por medio de la redención obrada por Cristo en la cruz y Su resurrección y victoria sobre la muerte.
* El llamamiento de Dios a los hombres para que dejen de darle la espalda y se vuelvan a Él en arrepentimiento, aceptando Su obra en salvación.
* Los planes de Dios para este universo, en salvación y restauración para los que se vuelvan a Él, y de juicio justo para los que persistan en la rebelión.
... la incredulidad, y su expresión filosófica, el agnosticismo, son posturas realmente irracionales, a la luz de la naturaleza del hombre y de sus más profundas necesidades y anhelos.
Por otra parte, la incredulidad, y su expresión filosófica, el agnosticismo, son posturas realmente irracionales, a la luz de la naturaleza del hombre y de sus más profundas necesidades y anhelos.
Intuitivamente, el hombre ve la muerte como algo extraño, hostil, enemigo. En lo más íntimo de su ser, tiene el sentimiento, reprimido quizá, pero está ahí, de que la muerte no forma parte de la verdadera naturaleza de su ser. La muerte, en el hombre, no es la culminación de su existencia natural. Es una rotura.
La Revelación nos dice que la muerte entró en el mundo, en el sistema ordenado de cosas bajo el hombre, y en la misma raza humana, como consecuencia de la desobediencia del hombre a Dios. Como observaba Tertuliano ya en el siglo III d.C., resumiendo la enseñanza de la Revelación acerca de la muerte: «Nosotros, los que conocemos el origen del hombre, sabemos con certidumbre que la muerte no procede de la naturaleza, sino del pecado.» Así, la muerte no es condición necesaria de la naturaleza humana ni de la creación, sino un estado en el que se ha caído al apartarse el hombre de Dios. Es el salario del pecado.
Delante de la muerte y de su causa, el pecado, interviene Dios con la Redención, por pura gracia y amor a los hombres: Dios el Hijo se hace hombre, y participa de carne y de sangre, a fin de liberar por medio de la muerte y de su resurrección a los que estaban sujetos a esclavitud por temor a la muerte, alejados de Dios y en condenación. La Redención, como la Revelación, es una iniciativa de Dios. Y la mera negación de esta realidad, por quien sea, no constituye una refutación. La realidad se mantiene.
... la muerte no es condición necesaria de la naturaleza humana ni de la creación, sino un estado en el que se ha caído al apartarse el hombre de Dios. Es el salario del pecado.
La respuesta de Dios a la caída del hombre, a la apostasía del hombre, a la enemistad del hombre contra Él, es una respuesta de amor, de revelación: de ir a buscar la oveja perdida, de dar el Pastor la vida por las ovejas, de triunfo en Resurrección, de la anulación del poder de la muerte, y del ofrecimiento de la reconciliación con Dios para todo aquel que se vuelva a Él mediante Jesucristo, Dios y Salvador, que murió Él, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Y que si bien murió en manos de hombres que le odiaban, se entregó voluntariamente por amor a nosotros. Y en medio de todo, su respuesta fue una respuesta de perdón que nos invita a detenernos, que nos llama a arrepentirnos de nuestra hostilidad contra Él y de nuestra ridícula afirmación de independencia. Su respuesta fue: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Evangelio de Lucas 23:34).
La respuesta de Dios a la caída del hombre, a la apostasía del hombre, a la enemistad del hombre contra Él, es una respuesta de amor, de revelación: de ir a buscar la oveja perdida, de dar el Pastor la vida por las ovejas, de triunfo en Resurrección, de la anulación del poder de la muerte, y del ofrecimiento de la reconciliación con Dios para todo aquel que se vuelva a Él mediante Jesucristo, Dios y Salvador, que murió él, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
Dios el Hijo se hizo Hombre. Era necesario que la justicia de Dios quedase satisfecha en cuanto a nuestros pecados. Dios no podía simplemente pasar por alto los pecados. Dejaría de ser justo. El pecado había de ser condenado y castigado. Fue por esto que Jesucristo, Dios el Hijo, hombre verdadero, se presentó como representante de los hombres. Tenía derecho a hacerlo, porque era verdadero hombre. Podía hacerlo, en su naturaleza a la vez como Hombre perfecto y Dios omnipotente. Su sacrificio en obediencia, en la cruz, vindicó de tal manera la justicia de Dios respecto a los pecados del hombre, que Dios puede otorgar el perdón y la absolución judicial, y aceptar a todo aquel que se acoge a Cristo como su Salvador y Sustituto. Este sacrificio de Cristo en la cruz, del Hombre-Dios sin pecado, bajo la ira de Dios en lugar de los hombres a quienes representaba, fue necesario «a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (Romanos 3:26).
Con la Resurrección, Dios vindicó a Jesús. La muerte no lo podía retener a él, pues era santo. Consumada la obra de la expiación, satisfecha la justicia de Dios acerca de nosotros, Jesús resucitó, destruyendo en principio la muerte y su poder, en cuanto a Él mismo. Y este poder se manifiesta en la vida de los creyentes, y se manifestará en la resurrección y en la regeneración de la nueva creación.
La base de nuestro conocimiento de esta realidad no es desde luego la limitada ciencia, no es nuestra limitada observación ni nuestra corta razón: es el testimonio personal y fidedigno de Dios en Cristo, el Resucitado, Aquel por quien y para quien han sido hechas todas las cosas, el Señor de todo y de todos.
Esta es la vida que Dios ofrece a todo aquel que cree en Jesucristo. Él dijo: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Evangelio de Juan 10:10). Una vida que va más allá y vence a la muerte. Jesús dijo también: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (Evangelio de Juan 11:25). Y la base de nuestro conocimiento de esta realidad no es desde luego la limitada ciencia, no es nuestra limitada observación ni nuestra corta razón: es el testimonio personal y fidedigno de Dios en Jesucristo, el Resucitado, Aquel por quien y para quien han sido hechas todas las cosas, el Señor de todo y de todos.