Miembros del personal militar, de diversas agencias gubernamentales en Estados Unidos, de países europeos y hasta del Medio Oriente, han aparecido en programas de televisión, anunciando tranquilamente, “Que sí, que han estado estudiando estos extraños vehículos durante años”. Incluso China ha construido una antena el doble del tamaño, de la que tiene Estados Unidos en Arecibo, Puerto Rico. Aunque esta nueva antena es tan sensible como para detectar satélites espías incluso cuando no están transmitiendo, sus usos principales serán científicos: es el primer observatorio insignia de la Tierra construido para escuchar mensajes de cualquier inteligencia extraterrestre. Si alguna señal desciende de los cielos durante la próxima década, es muy posible que China sea la primera en escucharlo.
Todos los que siguen este tema saben, que desde el incidente de Roswell, en Las Vegas, Nevada, ocurrido en 1947, hasta el presente, en cientos de libros y videos se ha expuesto la realidad de los visitantes del espacio. Entre otras cosas, se les llama “los grises, reptilianos, draconianos” y muchos otros nombres más, de acuerdo con su apariencia. Pero permítannos decirles: Aunque vienen en “Ovnis”, no son viajeros espaciales, sino los ángeles caídos de la antigüedad con nueva vestidura.
Recientemente el ejército chino reconoció, que las extrañas máquinas voladoras y sus ocupantes son reales. Sus declaraciones revelan una creencia generalizada de que se trata de visitantes de otros planetas.
Si le sumamos a todo a esto, las películas y videos de la cultura popular, en que representan a estos mutantes con poderes sobrehumanos, tenemos que admitir que ya tenemos la base para un nuevo sistema de creencias: “¡De que los extraterrestres son nuestros dioses, y están aquí para salvarnos de nosotros mismos durante los años oscuros de un apocalipsis inminente!”.
La humanidad, casi por entero está empezando a estar de acuerdo: “¡De que son reales!”. Y por lo general, después de una declaración de este tipo, sigue esta otra conclusión: “De que si son reales, deben ser de otros sistemas solares; quizás de otras dimensiones”. Esto, a su vez, genera una variedad de sistemas de creencias, ninguna de los cuales honra al Señor Dios, Creador de los cielos y la Tierra. El único, Gobernante del Universo omnipresente y omnipotente, tal como escribió Isaías, “¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance” (Isa. 40:28).
La realidad es que todo el Sistema Solar ha estado en guerra desde que los hijos de Dios siguieron al liderazgo corrupto de Satanás en una revuelta contra Él. Fue así como se creó el modelo para lo que ahora consideramos como “normal”. La historia primigenia está marcada con una cadena de conquistadores y dictadores que llegaron a la Tierra y fueron considerados “dioses”.
La sociedad global está caracterizada por rebeliones, invasiones, guerras y catástrofes. El pretender que la Tierra es un lugar pacífico pasa por alto innumerables enfrentamientos locales y globales que se remontan a los ángeles caídos y su descendencia humanoide. ¿Recuerda a esos “hijos de Dios” que “se casaron” con las “hijas de los hombres”? “Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre” (Gén. 6:4).
La revuelta original de Satanás trajo consigo una catástrofe global. Él y sus seguidores ya habían caído, y se habían reagrupado cuando Dios le permitió que tentara a Eva en la Tierra restaurada. Luego transcurrieron unos dieciséis siglos de pecado e interacción entre la humanidad con los ángeles caídos - los Nefilim, período que terminó con el gran diluvio de Noé.
El Libro de Enoc registra el acto original cometido por los seguidores de un Nefilim de nombre Aza’zel. Pero otros vinieron detrás de ellos, ángeles rebeldes encarnados como gigantes.
El historiador judío Flavio Josefo dice en su obra Antigüedades de los Judíos, capítulo 3, versículo 1: “Muchos ángeles de Dios convivieron con mujeres y engendraron hijos injuriosos que despreciaban el bien, confiados en sus propias fuerzas; porque según la tradición estos hombres cometían actos similares a los de aquellos que los griegos llaman gigantes”.
Es especialmente digno de recordar que la palabra “gigantes” que se menciona aquí, proviene del término griego “titanes”, a quienes los griegos consideraban personas. Algunos de ellos fueron Urano, Gaia, Cronos, Zeus, Hera, Poseidón, Hades, Atenea, Apolo... y sucesivamente. Para los romanos eran Júpiter, Juno, Neptuno, Ceres, Minerva, Apolo, Diana, Marte y muchos, muchos más. Todos eran variaciones de los dioses sumerios, babilonios y fenicios antiguos, como Anu, Enlil, Dagan y Baal Hamon.
El punto en todo esto es: que los “dioses antiguos” nunca fueron vistos como un mito. La Biblia, en sí misma, proporciona la base para afirmar que llegaron a la Tierra desde los cielos. Entonces, podemos decir que los ángeles de quienes habla Josefo, invadieron nuestro planeta. La historia los llama “míticos”, pero no es así. Las leyendas sobre ellos pueden haber sido alteradas y hasta embellecidas, pero eran reales.
La adoración global entre las tribus de ese entonces, refleja el mismo tema: los chinos adoran al Dragón antiguo, tan prominente en la Biblia. De hecho, siempre se le muestra persiguiendo un disco volador. En nuestra cultura, a eso se le llamaría un “platillo volante”. Los adoradores orientales dicen que cuando finalmente lo capture, sus viejos poderes regresarán. ¡Para ellos eso es algo real!
Las sectas en las tribus en África, India y el Lejano Oriente adoran a una multitud de “dioses”. Ellos los consideran verdaderos y en realidad es así. Mientras que en el occidente, han levantado su fea cabeza una nueva clase de “dioses” en la forma de “extraterrestres” que viajan en ovnis, los cuales han sido vistos por miles de personas, incluidos militares en el propio ejército de Estados Unidos. Son auténticos, pero no provienen de otros sistemas estelares o galaxias, sino que son los mismos invasores de siempre, quienes están muy bien descritos en las Sagradas Escrituras. Los “extraterrestres” son ahora nuestra nueva mitología.
Pero... ¿provienen de otras dimensiones? La respuesta bíblica es ¡Sí! A lo largo de la Biblia, a Satanás y sus demonios siempre se les describen como seres que viven en una dimensión más allá de nuestra vista, pero que les permite estar presentes. La “Serpiente Antigua” controla las regiones justo encima de la superficie de la Tierra. La suya es una regla única... una especie de recorrido continuo por el mundo, desde la perspectiva de los cielos atmosféricos. Como escribe Pablo: “En los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efe. 2:2).
Pablo sabía muy bien que los cielos esconden una miríada de los siniestros y malvados secuaces de Satanás, quien les ordena realizar actos malvados. Estimulan a la humanidad en el ámbito espiritual, para que ejecuten todo tipo de acciones perversas. Son reales, pero están más allá de la percepción humana común, en otra dimensión.
Debemos enfatizar que después de que Pablo se encontró con el Señor Jesucristo resucitado en el camino a Damasco, se familiarizó mucho más con las dimensiones superiores en las que opera, ya que en preparación para su ministerio estuvo en comunión con Él durante más de tres años. Tal como él mismo declaró: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba; y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco” (Gál. 1:11–17).
Fue así como Pablo llegó a comprender, que el mundo visible está conectado con los cielos y con Dios. De hecho, insinúa esto en una declaración en Efesios: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe. 3:17–19).
Pero... ¿cuántas dimensiones hay? Según Pablo ¡hay cuatro! La cuarta palabra griega en esta declaración es hupsos, que Significa “altura”, “lugar alto” o incluso puede significar “la altura máxima: los cielos”. Por lo tanto, él reconoce que nuestra concepción de este mundo está incompleta sin el conocimiento de la cuarta dimensión... ¡los cielos! En ella el universo rebosa de vida de todo tipo: ángeles, serafines, querubines y otros. Son invisibles, sin embargo, son capaces, cuando la ocasión lo amerita, de entrar en nuestra dimensión y hacerse perfectamente visibles.
Nuevamente, Pablo escribe: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efe. 6:12).
Para completar este punto, Pablo expresa esto en un lenguaje sencillo: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí” (2 Cor. 12:2–6).
Su propósito aquí no fue deleitarse con la experiencia, ni siquiera jactarse de haber visto el cielo, sino validar la base sobrenatural y multidimensional de las Escrituras, al igual que asegurarles a los creyentes cristianos que ese será el futuro de todos y la bendita esperanza de la Iglesia.
El Infierno es Otra Dimensión
A veces, al leer sobre fenómenos ocultistas, ver películas con temas diabólicos o en encuentros casuales con fenómenos demoníacos, experimentamos una ola de miedo que debemos poner en la perspectiva del amor de Dios. Las personas no espirituales generalmente se ríen ante la idea de que exista un mundo de demonios, relegándolo al nivel de mito o fantasía. Sin embargo, al examinar todo esto en conformidad con el tiempo y el espacio bíblico, sabemos que es real y que sólo la Biblia aborda con franqueza el destino final de los demonios. El Señor Jesús y los apóstoles dejaron perfectamente claro que no debemos ignorar esto, y mantenernos atentos a este mundo de las tinieblas.
Vivimos en una guerra constante en el plano humano, y en esa otra dimensión que está más allá de nuestra vista. En los enfrentamientos en la tierra, intervienen soldados, espías, traidores, e involucran dinero, política y todo tipo de traiciones. Algo similar también ocurre en el mundo de los espíritus.
La Biblia al mencionar y describir este gran conflicto, nos deja saber que las legiones del infierno están empeñadas en socavar encubiertamente y atacar abiertamente la dimensión que conocemos como nuestra realidad diaria. Una forma un poco más acorde para describirlos en nuestro tiempo es llamarlos asaltantes transdimensionales. Debido a que nuestro mundo está poblado con criaturas caídas, estos agresores nos consideran una presa fácil. Y sin la cobertura del Espíritu Santo somos bastante vulnerables a sus estratagemas.
Los demonios no son estúpidos. Tienen muchos métodos, maquinaciones y trucos. Su modus operandi es discernir cuál es nuestro punto débil y entrar por allí. Habiendo obtenido acceso, promueven la causa de su señor - de Satanás. Están organizados bajo su liderazgo, a través de una jerarquía descendente, “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efe. 6:12).
Esta jerarquía está enteramente dedicada a frustrar el plan redentor del Señor. Su lugar de acción parece estar concentrado alrededor de la Tierra, aunque tal vez se extienda hasta los confines distantes del sistema solar. Su líder opera bajo la suposición de que es el señor del planeta. Todo parece indicar que Dios se lo permite, porque la forma cómo Satanás se comportó con Job nos ofrece un amplio testimonio de que sí le ha concedido un dominio terrenal. Noten que le permitió que lo atormentara, pero no que le quitara la vida: “Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová” (Job 1:12).
Satanás opera como el señor de las tinieblas, y los espíritus tenebrosos que son sus lacayos y subordinados parecen funcionar al igual que una burocracia. Ellos, como la mayoría de los funcionarios públicos terrenales, sacrifican la eficiencia por la obediencia servil. Uno puede percibir hasta cierto punto, de que los caídos de este mundo no son de ninguna manera felices o bendecidos. Más bien, actúan como autómatas, siguiendo las órdenes de Satanás y al mismo tiempo, buscando desesperadamente alguna solución para su propia condición miserable.
La forma como ellos operan podemos verla a lo largo de la historia. El Libro de Enoc registra la crónica de los 200 ángeles rebeldes dirigidos por Aza’zel. Las narraciones grecorromanas se basan en los titanes y los dioses del Olimpo que atacaron a la humanidad y luego desaparecieron de la historia. Las divinidades de Oriente Medio y Lejano, se comportaron de la misma manera, tanto antes como después de las inundaciones.
En la actualidad, durante esta Era de la Iglesia, el Espíritu del Señor los ha mantenido restringidos en un segundo plano. Pero de vez en cuando, hacen sus apariciones durante algunas de sus misiones diabólicas. Los avistamientos modernos de sus actividades, generalmente son atribuidos a los “extraterrestres”, ¡pero no son ningunos extraterrestres! Tuvieron su origen en el medio ambiente del planeta Tierra y están vinculados aquí.
En el Nuevo Testamento tenemos un excelente ejemplo de la situación real de ellos. Allí, encontramos un relato en que los demonios están cara a cara con el Señor Jesús, y en el proceso, descubrimos la forma cómo Él ve el problema de su existencia: “Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino. Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos. Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos. Él les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas” (Mat. 8:28–32).
Los demonios saben el tiempo
Este incidente, registrado aquí por Mateo, y también por Marcos y Lucas, nos brinda una vista notable de la relación entre el Señor del universo y las hordas de espíritus malignos corruptos que acechan al mundo de los hombres. En los tres recuentos, el hecho tuvo lugar inmediatamente después de que el Señor Jesús predicara en Galilea. Él y sus discípulos subieron a una barca con la intención de cruzar el Mar de Galilea, y se levantó una tormenta que amenazaba con hundir la pequeña embarcación, pero el Señor calmó el viento. El mar se aplacó y navegaron hacia la costa este.
Al llegar a un pequeño pueblo costero llamado Gadara, el que todavía está allí con el nombre de la ciudad de Kursi, se encontraron con dos hombres poseídos por los demonios. La Biblia dice que eran “feroces, en gran manera” y la palabra griega para esto, también significa “difíciles de manejar o muy locos”. Estaban poseídos por demonios, por espíritus descarnados que quieren habitar los cuerpos físicos de las criaturas vivas.
El Señor Jesús los describe como seres que estuviesen vagando en un desierto, en busca de un hogar. No podemos conocer la naturaleza exacta de ese lugar, pero una cosa sí es segura, no es agradable. Sin embargo, por intolerable que sea, es mejor que su destino final en el lago de fuego. La historia del encuentro de estos hombres con el Señor lo deja muy claro.
Lo primero y más sorprendente que descubrimos en la narración, es que los demonios reconocieron a Jesús, mientras que los habitantes de Gergesa y Gadara ciertamente no lo hicieron. Gadara, mencionada como la capital de la población local en el relato de Marcos y Lucas, se encuentra a unos nueve kilómetros y medio al este del mar. Esta región, se llamaba La Decápolis. Su población aramea estaba compuesta por una multitud de paganos que eran los desventurados herederos de generaciones de gobierno seléucida. El poder demoníaco siempre se eleva en su mayor grado en tales culturas. Y en este simple encuentro aprendemos, que, en la dimensión de los espíritus tenebrosos, se tiene un conocimiento común de la batalla espiritual que se libra más allá del alcance visual de los seres humanos ordinarios.
Noten que los demonios no sólo conocían la verdadera identidad de Jesús, sino que lo reconocieron como el “Hijo de Dios”. Cuando ni siquiera sus discípulos más cercanos se habían dado cuenta de que Él era Dios encarnado. Aunque en ese momento aceptaban hasta cierto punto su Divinidad, todavía pensaban de Él como el “Mesías ben David” - es decir el Mesías político, que había llegado a restaurar el trono de David y derrotar a sus opresores gentiles, pero no como el Redentor de sus almas.
Ni los judíos ni los gentiles de esa época se habían advertido de Su verdadera identidad. En todo el Antiguo Testamento, el término se usa solo una vez en el libro de Daniel, cuando los tres hebreos fueron atados y arrojados al horno de fuego de Nabucodonosor, y estando allí se apareció en medio de ellos un cuarto hombre, “Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (Dan. 3:25).
En el Nuevo Testamento, este título se usa por primera vez en el capítulo 4 de Mateo, donde el Señor Jesús es tentado por el diablo. Dos veces, la serpiente antigua lo llama “Hijo de Dios”. Estos incidentes nos indican sin lugar a dudas, que los demonios conocían la verdadera identidad de Jesús. Sabían que era el Hijo de Dios y que había venido a la tierra para redimir este lugar asolado por el pecado. Asimismo, sabían por seguro, que si tenía éxito en esta misión, estaban condenados. Cuando el ángel Gabriel se presentó ante María para comunicarle la encarnación, del Señor, le dijo: “... El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Luc. 1:35).
Los demonios obviamente comprendían cuáles eran las implicaciones de este evento. En retrospectiva, tal parece que estaban bien al tanto de Su identidad y poder. Por ejemplo, en el quinto capítulo de Juan, encontramos una declaración cuyas implicaciones a menudo pasamos por alto, pero es necesario que ponderemos el alcance de su significado, porque los demonios sí lo saben como una realidad viviente momento a momento, y es: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:22–29).
Este notable pasaje proclama audazmente la igualdad del Hijo con el Padre, pero comienza con la declaración de que los demonios asimismo lo saben muy bien: es decir, que el Padre ha puesto todo juicio bajo la jurisdicción del Hijo. El apóstol Santiago, en su epístola, no deja ninguna duda de que los demonios entienden que el Juez Justo seguramente un día les impondrá el castigo que merecen, por eso enfatiza: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (San. 2:19).
¿Y qué es exactamente lo que creen? Por su clamor en la orilla oriental del mar, es obvio que conocen a Dios el Padre y a Su Hijo. Esto significa que también deben saber que Él es el Creador, el Jehová del Antiguo Testamento. Sabían de Su encarnación y debieron haberse preguntado cuáles serían las ramificaciones de todo esto, aunque probablemente ignoraban que permitiría que lo crucificaran en la Pascua, como “... el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29b). Y ciertamente sí entendieron que este mundo nunca volvería a ser el mismo, después que Él había llegado.
La pregunta de ellos a Jesús “... ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mat. 8:29b), revela que sabían que los castigaría en un tiempo futuro establecido. En realidad, la palabra “tiempo” aquí, se traduce del griego kairos. Se usa para describir una temporada de vencimiento, o un período de duración en el que un evento o serie de ellos están programados para vencer. Habla de algo muy esperado y seguro que habrá de suceder. No se refiere a un lapso, sino a la expectativa.
Es más que obvio que los demonios tienen conocimiento de esto y esperan ser juzgados en un momento futuro determinado. Sabían que la primera venida del Señor no había sido para juzgarlos, por eso expresaron conmoción y sorpresa de que Jesús se hubiese aparecido cara a cara en oposición a los hombres que habían poseído.
¿De qué “tiempo” estaban hablando? En otras palabras, ¿cuándo procederá el Hijo de Dios a ejecutar su juicio? Obviamente, en el Día del Señor, la Gran Tribulación, sobre la cual dice Apocalipsis 14:7: “... Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”
Entre los seres espirituales del cielo, este “tiempo” ha sido bien conocido desde hace siglos. Y en la tierra, desde los albores de la raza humana, ha sido profetizado como la venida del Señor - “La Segunda Venida”. Desde su primera venida, tenemos una idea bastante clara de cómo se desarrollarán los eventos del juicio. Lo más probable es que los espíritus siniestros no supieran los detalles de Su encarnación y resurrección. Y que también ignoraran la formación subsiguiente del cuerpo de creyentes, de la Iglesia.
Pero sí tenían conocimiento de que un día Él regresaría a este mundo, al igual que lo sabían todos los miembros de la familia de Adán. Tal, como dice la Escritura: “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 14-15).
Los demonios obviamente saben acerca de este tiempo futuro. Y los que se encontraron con el Señor Jesús ese día estaban profundamente atemorizados y le rogaban que no los arrojara a un lugar del cual no podrían regresar. Aparentemente, Él pudo haberlos enviado a oscuras moradas de prisión y tormento.
Le imploraron que cuando fueran echados, les permitiera entrar en los cuerpos de una piara de cerdos cercana, y así ocurrió, pero en el momento en que los demonios lo hicieron, los animales se precipitaron locamente por un terraplén y cayeron al mar. Al parecer, se suicidaron.
¿Por qué? Porque no importa cuán incómoda sea su situación actual como espíritus errantes, todo era preferible al encarcelamiento... o a algo peor. En realidad, no sabemos lo que el Señor había determinado hacerles. Pero lo que sí es cierto, es que gran parte de su ministerio público lo dedicó a expulsar demonios. De hecho, los sabios del antiguo Israel siempre habían enseñado que el Mesías podía ser reconocido por su habilidad para expulsar al demonio mudo. Este espíritu oscuro tiene el poder de cautivar por completo a una persona, de modo que no pueda hablar. Jesús logró esta hazaña, tal como está registrado en Mateo 12:22-24: “Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba. Y toda la gente estaba atónita, y decía: ¿Será éste aquel Hijo de David? Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios”.
La multitud que observó este evento asombroso, exigió de inmediato que se reconociera a Jesús como el Mesías. Los fariseos, por otro lado lo acusaron de llamar a Beelzebú para que expulsara a los demonios. En el diálogo que siguió a continuación, el Señor los reprendió por haberles exigido que realizara una señal para validar su afirmación mesiánica, y en su crítica, describió el fenómeno de la posesión demoníaca. Comparó a Israel con un hombre que había sido limpiado de un demonio, sólo para que volviera nuevamente a poseerlo. ¡Al estar cómodo, este demonio invitó a sus mejores amigos a venir y compartir con él, su atractiva morada!
El Israel de la época de Jesús, había vuelto a sucumbir en la apostasía y la idolatría. Esto hizo que la nación fuera vulnerable al asalto demoníaco. En el pasado, se suscitaron movimientos espirituales, pero los demonios de la adoración satánica regresaron... primero uno, y luego muchos: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación” (Mat. 12:43–45).
Los demonios parecen considerar el cuerpo humano como una casa, quizás un hogar. Mientras que el Señor Jesucristo le llamó al sitio natural de habitación de ellos, los “lugares secos”. Esto nos hace pensar en desiertos sin caminos, donde no se puede encontrar consuelo, ni comodidades de ningún tipo. La comida, el agua, el alojamiento y cualquier sentido de pertenencia están totalmente ausentes. Ese es el lugar donde deambulan los demonios una tierra hostil - el infierno o Hades.
Inmediatamente recordamos al hombre rico en el Hades, sobre el cual dice la Escritura: “Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama” (Luc. 16:24). Este hombre sólo anhelaba una gota de agua para refrescar su lengua. Al igual que los demonios, el rico había sido enviado a ese sitio de tormento en espera del juicio final.
¿Qué es el infierno?
Como ya hemos declarado en este y otros mensajes, el inframundo es un sitio muy real. En el Antiguo Testamento, es un lugar de espera. El Seol es tanto la morada de Abraham como el hábitat de los espíritus encarcelados. Parece ser una dimensión paralela, muy cercana a la que llamamos realidad. Entre nosotros y la región de los espíritus, el velo es bastante tenue.
Tenemos una excelente ilustración de esto en la vida de Saúl el primer rey de Israel, a quien Dios le dio la orden de destruir a los amalecitas, pero no lo hizo sino que le perdonó la vida al rey Agag, y se apropió de lo mejor del ganado, por lo que cual fue depuesto y le fue quitado el trono para ser reemplazado por David. A partir de entonces, estuvo obsesionado por las consecuencias de su propio fracaso y las posteriores calamidades de Israel. El profeta Samuel, de quien había dependido profundamente para recibir consejo espiritual, había fallecido y Saúl estaba inconsolable. De alguna manera, sabía que tenía que hablar con él.
Desesperado, visitó a una mujer en Endor, que tenía un “espíritu familiar”, algo que en términos modernos, llamaríamos médium espiritista. Practicaba el perverso arte de la “nigromancia” - la adivinación mediante la invocación de los espíritus de los difuntos. Fue así, como con la ayuda de un demonio intruso, pudo comunicarse con el inframundo. Saúl, quien recientemente había prohibido la presencia de todos los adivinadores en el territorio de Israel, sabía muy bien que estaba violando la Ley de Dios. Sin embargo, le pidió a la bruja que trajera de regreso el espíritu del difunto Samuel: “Y viendo la mujer a Samuel, clamó en alta voz, y habló aquella mujer a Saúl, diciendo: ¿Por qué me has engañado? pues tú eres Saúl. Y el rey le dijo: No temas. ¿Qué has visto? Y la mujer respondió a Saúl: He visto dioses que suben de la tierra. Él le dijo: ¿Cuál es su forma? Y ella respondió: Un hombre anciano viene, cubierto de un manto. Saúl entonces entendió que era Samuel, y humillando el rostro a tierra, hizo gran reverencia. Y Samuel dijo a Saúl: ¿Por qué me has inquietado haciéndome venir? Y Saúl respondió: Estoy muy angustiado, pues los En hebreo, filisteos pelean contra mí, y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños; por esto te he llamado, para que me declares lo que tengo que hacer” (1 Sam. 28:12–15).
El rey Saúl había llevado a cabo un acto perverso. Había levantado y hecho que viniera Samuel desde el Seol, su lugar de reposo, el seno de Abraham. Esto no tenía que suceder. Por medio de sus profetas, Dios había dejado muy claro que el inframundo debía permanecer inviolable.
Este notable incidente nos muestra, que si uno opta por violar la ley de Dios, entonces es muy sencillo penetrar la barrera que se interpone entre nosotros y el mundo de los espíritus. Saúl, disfrazado, había engañado a la médium para que invocara a Samuel. Cuando se apareció, para gran sorpresa de la mujer, quedaron al descubierto sus argucias, mientras Samuel muy enojado le comunicó al depuesto rey un decreto horrible, le dijo: “Como tú no obedeciste a la voz de Jehová, ni cumpliste el ardor de su ira contra Amalec, por eso Jehová te ha hecho esto hoy. Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los filisteos; y mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará también al ejército de Israel en mano de los filisteos” (1 Sam. 28:18–19).
El depuesto Saúl había recibido una sentencia de muerte. En su arrogante egoísmo, había ido demasiado lejos. Incluso después de muerto Samuel le profetizó de que él y sus hijos morirían. Y así fue, murió en una derrota ignominiosa a manos de los filisteos, porque cuando vio que todo estaba perdido, “Entonces dijo Saúl a su escudero: Saca tu espada, y traspásame con ella, para que no vengan estos incircuncisos y me traspasen, y me escarnezcan. Mas su escudero no quería, porque tenía gran temor. Entonces tomó Saúl su propia espada y se echó sobre ella” (1 Sam. 31:4).
La bruja de Endor había abierto una puerta prohibida al mundo de los espíritus. En una fracción de segundo, ellos le permitieron al instante discernir la verdadera identidad de Saúl. Habiendo hecho eso, ella gritó de miedo, porque el monarca había expulsado a todos los nigromantes de la tierra. Pero Saúl le aseguró que solo le interesaba obtener una audiencia con el profeta muerto. Le preguntó qué veía “Y la mujer respondió a Saúl: He visto dioses que suben de la tierra”.
Usó el término para dioses, o seres celestiales que subían de debajo de la tierra, es decir, del seol. En realidad, parece que se sorprendió cuando Samuel se levantó, cubierto su cuerpo con un manto, que había sido la insignia de su oficio terrenal.
Ella había profetizado por medio de un espíritu familiar, pero Samuel apareció de una manera poderosa y por supuesto, Saúl sabía muy bien que la Ley de Moisés prohibía estrictamente estas actividades ilícitas, ya que estipulaba: “No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti” (Deu. 18:10–12).
Gracias a una variedad de prácticas ocultistas es posible obtener poderes prohibidos. El ocultismo abarca desde el sacrificio de niños, la astrología, los trances inducidos por las drogas, las invocaciones ocultistas, el ponerse en contacto con los muertos y la hechicería. El Señor condenó todas esas prácticas.
Y las razones son obvias. El hombre pecador desea tener poder y cree que puede manipular las fuerzas y seres del otro mundo para su propio beneficio, pero en realidad es exactamente lo opuesto, porque es él o ella, quien está siendo manipulado por seres con una experiencia perversa que se remonta a un pasado distante. Es por el propio bien del hombre, que Dios nos advierte, que no debemos tener contacto con los espíritus oscuros.
Pero, ¿por qué el Señor no hizo ese velo tan espeso que simplemente no se pueda traspasar? La respuesta que tenemos en la Biblia, es que Él le concedió cierto derecho a Satanás sobre este planeta. Le permitió que entrara al Huerto del Edén para tentar a la primera pareja. Consintió en que los ángeles caídos penetraran en esta dimensión y corrompieran el genoma humano, uniéndose a las mujeres de la tierra, y produciendo una variedad de monstruos, cuyas almas están más allá de la redención.
Después del Diluvio de Noé, Dios permitió que los mismos espíritus influyeran en la adoración de los babilonios, medopersas, griegos y romanos. De hecho, los residentes nativos de todos los continentes del mundo tenían sistemas de adoración basados en el dragón, la serpiente y los demonios. En China, el dragón todavía es exaltado. Cualquiera que tenga dudas a este respecto, sólo tiene que visitar el restaurante chino más cercano. En las Américas prehispánicas, anterior a la conquista y colonización española, se honraba a la serpiente emplumada como la fuente de todo poder.
Los hechiceros y chamanes han practicado durante mucho tiempo el arte de penetrar el velo prohibido. Pero en lugar de cerrarlo, Dios le da a sus redimidos la opción de evitarlo, pero nunca traspasarlo. En su gracia, nos otorga el honor de tomar la decisión correcta. Luego, a través de Su Espíritu, nos concede el poder de mantener esta elección.
Los líderes espirituales del Hades, aparentemente tienen el poder para hacer la guerra, y el blanco directo de su asalto, es el cuerpo de los redimidos. El Señor Jesucristo en una ocasión les dijo claramente a sus discípulos que estos poderes, a los que llamó “puertas” serían una amenaza constante para todos ellos, pero que al final, serían vencidos: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mat. 16:18).
El lugar de espera desocupado
Cuando tuvo lugar la resurrección del Señor Jesucristo, el seno de Abraham donde estaban los fieles difuntos fue trasladado a otra región, dejando en el Hades sólo a los condenados. Cuando el Señor Jesucristo murió: “... He aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mat. 27:51–53). Existe la creencia común de que en el proceso de cumplir con todos los aspectos de Su resurrección, el Señor Jesucristo llevó a los santos del Antiguo Testamento, desde su morada en el seno de Abraham, al reino de los cielos.
Los redimidos del Antiguo Testamento fueron llevados allí para esperar la resurrección general. A partir de ese momento en adelante, los salvos que parten de este mundo son conducidos de inmediato a la presencia del Señor en el cielo. El sacrificio perfecto del Señor Jesucristo, hizo todo esto posible, tal como dijo Pablo: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Efe. 4:8–10).
Cristo sacó del cautiverio a los santos del Antiguo Testamento y los escoltó hasta su hogar celestial, después de descender primero al inframundo para recogerlos. Incluso los padres de la iglesia primitiva expresaron esta misma creencia, de que Jesús había llevado a estos santos al trono de Dios.
Durante su descenso al Hades derrotó a los demonios y a sus autoridades delegadas. Ya que quizás creían, que tal vez un día, incluso hasta Abraham y los redimidos podrían caer en sus manos. Cuando el Señor Jesucristo entró en sus dominios, les quitó toda esperanza de poseer a los santos. “Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15).
En un desfile triunfal, llevó consigo al paraíso, al reino de los cielos - a los santos del Antiguo Testamento, dejando en ese lugar a los espíritus que ahora languidecen abandonados, en medio de las ruinas. Ellos sin duda deben estar muy deprimidos, ya que Jesús también eligió el momento de su trascendental victoria para anunciar su triunfo. A partir de ese instante no quedó ninguna duda respecto al destino de los condenados y su juicio final, que es una certeza: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 Ped. 3:18–20).
El Señor Jesucristo descendió al Hades, como un héroe conquistador. Proclamó que Su sacrificio en la cruz había sellado la brecha causada por el pecado, tanto en el cielo como en la tierra.
No sabemos qué les dijo en ese momento. Lo más probable es que les explicara que su sacrificio había agradado al Padre que estaba en los cielos. Más allá de eso, ciertamente también debe haberles informado que Su derecho al trono de la Tierra, ahora estaba asegurado. Satanás, su líder, había sido depuesto por esta acción. Todo lo que quedaba para hacer en la tierra era un período de “limpieza” entre los hombres.
Dentro del contexto de estos versículos, también aprendemos que los líderes de esta conjura diabólica están encarcelados allí porque manipularon y corrompieron a la raza humana en el antiguo mundo antediluviano.
Su sentencia es ruina, prisión y muerte. Su legado es la degeneración física y espiritual. El residuo de sus crímenes desciende sobre la tierra como lluvia radiactiva. Nubes de tormenta de espíritus demoníacos, enjambres de ellos se arremolinan sobre nuestras cabezas. Olas de niebla envuelven a los hombres y mujeres condenados, que son llevados silenciosamente allí, a la hora de la muerte.
Pero la Iglesia de Cristo tiene el poder de caminar a través de la niebla y la tormenta, segura en el conocimiento de que ya ha ganado la victoria. Este “infierno” que vivimos en la tierra, lo vemos manifestado hoy en todos esos inmorales, estafadores, arrogantes y delincuentes sobre los que sabemos por las noticias diarias, tal como dijo Pablo: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Tim. 3:1–4).
El pronunciamiento profético de Pablo a Timoteo y a los fieles que viven hoy, tiene una extraña conexión con el mundo demoníaco. Al principio de este artículo, analizamos el encuentro del Señor Jesús, con dos hombres poseídos por demonios, en la orilla oriental de tierra de los gadarenos, a los que se describe como “extremadamente feroces”, traducido de la palabra griega chalepos.
Este término griego sólo se usa dos veces: aquí y en la carta de Pablo a Timoteo cuando describe la temporada profetizada de “tiempos peligrosos”. En otras palabras, la furiosa locura de los demonios junto al mar se convertirá en la norma de la sociedad actual, porque lo demoníaco se volverá abiertamente visible. Aceptar esto es algo que podría causarnos pánico, sino fuera porque podemos reflexionar en el hecho que el Señor Jesucristo es tan poderoso hoy y tiene tanta autoridad, como la que tenía en esa ocasión en que los confrontó junto al mar.
El Hades todavía sigue operando, pero tampoco será por mucho tiempo. Sus días están contados. En una ocasión el Señor le advirtió a sus oyentes que cualquiera que hiciera tropezar a uno de estos pequeñitos que creían en Él, mejor le fuera si le atasen una piedra de molino al cuello, y le arrojasen en el mar, lo cual es una metáfora de que serán arrojados al fuego del infierno.
También les dijo que si la mano, el pie o el ojo de cualquiera, fuese motivo de pecado, sería mejor quitárselos, que entrar al infierno con el cuerpo intacto. Por supuesto, estaba hablando metafóricamente. La mano tal vez pueda representar un acto de caridad o de robo. El pie, una representación de llevar el Evangelio de la paz o el fuego de la guerra. El ojo puede referirse al amor o el odio, la caridad o la codicia. “Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Mar. 9:43–44).
En otras ocasiones Jesús repite la advertencia sobre ir al infierno. Y tres veces lo describe con la poderosa imagen del gusano inmortal y el fuego inextinguible. De hecho, está citando del Antiguo Testamento las palabras finales del profeta Isaías: “Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre” (Isa. 66:24).
Este es el último versículo de la profecía de Isaías. Habla de la disposición final del mundo de los espíritus, los cielos y la tierra nuevos y el estado eterno de los malvados.
Cuando el Señor Jesucristo citó a Isaías, también invocó la visión del futuro lejano. En el pasaje registrado por Marcos, el Señor Jesús menciona la palabra “infierno” tres veces. En las tres ocasiones se refiere al “Gehena”, no está hablando del Hades, sino de su disposición final, lo cual compara con un pozo lleno de basura ardiendo fuera de los muros de Jerusalén, en el valle de Hinón, el que se menciona como símbolo del lago de fuego eterno.
En el juicio final incluso hasta el Hades será destruido. En el Gran Trono Blanco, el Hades será en sí mismo arrojado al pozo de basura siempre ardiente, llamado “el lago de fuego”: “Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apo. 20:13–15).
Y así como el Paraíso fue llevado al Cielo, el Hades será lanzado al Lago de Fuego. Tal parece que toda una dimensión será eliminada para siempre. La base desde la cual los asaltantes transdimensionales que llamamos “extraterrestres” escenifican sus invasiones ya no existirá.
Cuando el Señor Jesús habló del infierno, ya sabía del juicio final, porque Él es el Juez Final. Seamos cada vez más conscientes de esto, conforme el Hades se hace más real en nuestra vida diaria.
¡Los extraterrestres no existen! ¡No son seres de otras galaxias, sino de las oscuras dimensiones del infierno! Gracias a la obra consumada del Señor Jesucristo, no debemos temer a sus ataques.