Los gobernantes creen, que ser políticamente correcto es la forma de evitar que las tensiones entre las diferentes razas y países de origen de las personas, se conviertan en conflictos. Cuando esto, tal como es de esperar, no funciona, se retuercen las manos y se preguntan por qué las cosas salieron mal. Pero no sirvió, porque la única respuesta para los que vivimos en una sociedad diversa que compartimos en armonía, es morar en conformidad con las normas bíblicas, no con la corrección política.
Señalarle a los miembros de todas las razas, culturas y estrato social, al Señor Jesucristo como nuestro único y bendito Salvador, es la solución real y duradera para esta gran división. La identidad exclusiva que puede unirnos a todos en el mundo, es que nos identifiquemos como hijos del Dios viviente.
Cuando Jehová hizo la tierra, creó una sola raza: la humana. Todos los miembros de esa etnia somos iguales ante sus ojos. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gén. 1:26–27).
Este es el mensaje en Hechos 17:26 donde leemos: “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hec. 17:26).
En este gran mandamiento, Él amonestó a todos sus hijos: personas de todas las razas, géneros, edades y nivel socio económico, a que se amen unos a otros. Aquí radica la única solución duradera para el tribalismo. No nos unimos, reduciendo los fondos de la policía, derribando estatuas, ni símbolos que nos identifiquen con nuestras razas, países respectivos o preferencias, ni cambiando las letras de los himnos nacionales.
No tenemos un problema de identidad, sino un conflicto del corazón ocasionado porque la inmensa mayoría de los seres humanos han excluido a Cristo de sus corazones, incluso aunque parezca exagerado hay millones que ni siquiera Le conocen. Como resultado de esto, hay tanto conflicto y sufrimiento en todas las razas, géneros y creencias.
Recordemos que en una ocasión, “Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” Mat. 22:34–40).
El Señor dijo que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y no hizo excepciones por el color de la piel, nivel social, cultural o político, ni por ninguno de los otros factores que dividen a la humanidad por entero. Mostrarle a otras personas el tipo de amor del que habló el Señor Jesucristo puede ser difícil, pero como cristianos somos llamados a hacerlo. Después de todo, al aludir al amor, Él se refirió a anteponer las necesidades de los demás a las nuestras. Lamentablemente, para muchos de nosotros, esto no es algo que surja de forma natural.
El amor cristiano no es sólo una emoción, sino que requiere acción. Es la manifestación en nuestra vida diaria de la amonestación de Cristo en Su Mandamiento más grande. Cuando mostramos amor cristiano, actuamos de maneras que demuestran una obediencia genuina al mandato de Cristo de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Al manifestarle este amor bíblico a nuestros semejantes, de ninguna manera podemos siquiera pensar si acaso ellos pueden satisfacer nuestras necesidades, o si miran, hablan, visten, comen o piensan como nosotros.
No hemos profesado realmente amor cristiano, hasta que no se lo hemos dado a esos que no son amados - a quienes no comparten nuestras mismas creencias, raza o cultura, que son diametralmente opuestos a nosotros mismos. El amor bíblico requiere que amemos a nuestro prójimo independientemente de su etnia, género, estatus socio económico u origen nacional. Hay una gran diferencia entre tolerar a otras personas porque hacerlo es lo políticamente correcto, y amarlas porque somos cristianos y debemos parecernos a Cristo.
Obedecer Su advertencia de querer a nuestro prójimo como a nosotros mismos puede ser un desafío difícil, incluso para los cristianos más comprometidos. Y esto se vuelve aún más arduo cuando esos a quienes estamos llamados a amar, expresan su ira y frustraciones reprimidas de manera destructiva y ofensiva. Sin embargo, sentir afecto por quienes son diametralmente diferentes a nosotros mismos, nos ayudará a hacer mayores avances con personas de diversas culturas, que todo lo que puede hacer la corrección política.
En Efesios 4: 1-3, Pablo nos dice que caminemos de una manera digna cómo seguidores de Cristo: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. Obedecer las palabras de estos versículos será más eficaz en la promoción de relaciones humanas positivas que los dictados artificiales, legalistas y siempre cambiantes de la corrección política.
Incluso, hasta las personas más agresivas y militantes aprecian a los cristianos que son genuinamente compasivos, amables y cariñosos. También a aquellos que dan ejemplos positivos de aceptación sincera entre personas de diversas razas, creencias y culturas, sólo porque son parte de la creación de Dios. Todos esos cuyas interacciones humanas están guiadas por un amor cristiano sincero pueden hacer de esta diversidad una ventaja para nuestro mundo, en lugar de una responsabilidad.
Tomará tiempo y no será fácil, pero la Palabra de Cristo es la verdad, y la verdad finalmente encuentra su camino a través de la niebla de las emociones humanas. “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7–8).
En Juan 16:33 el Señor nos recuerda que debemos tener valor porque Él ha vencido al mundo. Gracias a Su victoria y a Su amor aplicado de manera constante en nuestros corazones, podemos curar la división de identidad que separa a la humanidad por entero. La corrección política busca hacer esto a través del artificio, la presión y la coerción. Por el otro lado, el amor de Cristo lo hace cambiando los corazones. Los cristianos que ejemplifican el corazón de Cristo en sus relaciones humanas, estarán en mejores condiciones de influir para bien en sus vecinos de todas las razas y naciones.
Mostrarle a nuestros semejantes el verdadero amor cristiano, derribará mejor que ninguna otra cosa, los muros de sospecha y odio que dividen a la humanidad, que todo lo que jamás podrá lograr el que seamos políticamente correctos. Si quiere ayudar a sanar la división de identidad que separa a nuestro mundo, por favor haga con nosotros esta sencilla oración: “Señor, por favor sana a nuestra humanidad dividida y permite que la sanación comience conmigo”.