No obstante, se necesitaría ser un retrasado mental, o en su defecto estar hechizado -como definitiva- mente lo está todo católico romano- para poder creer que pueden ser sucesores del apóstol Pedro tipos que han sido asesinos, adúlteros, fornicarios, homosexuales, avaros, etc. A continuación presentamos, a manera de ejemplo, algunas anécdotas de los «santos sucesores» del apóstol Pedro, empezemos con el Papa que fue mujer, la Papisa Juana.
Distintos cronistas católicos romanos, entre ellos obispos, cardenales, sacerdotes, pero especialmente monjes, nos hablan de esta mujer que llevó el nombre de Papa Juan VIII. El reinado de la Papisa fue de dos años, cinco meses, y cuatro días, desde el año 855 al 858. Esto la sitúa después del Papa León IV (847-55) y antes que Benedicto III, cuyo reinado normalmente lo datan de 855 a 858, pero evidentemente con el fin de no dar lugar a la Papisa.
El monje benedictino Marianus Scotus (1028-86), pasó los últimos 17 años de su vida en la Abadía de Mainz. La misma ciudad alemana donde Juana había nacido 250 años antes. Este cronista, en algunos de sus manuscritos de su Historiographi donde describe eventos hasta el año 1083, tiene una anotación en el año 854 que dice: «El Papa León murió en las Calendas de agosto. Fue reemplazado por Juana, una mujer, que reinó por dos años, cinco meses, y cuatro días» (Marianus Scotus, Hist. sui temp. ciar.; RGSS I, p.639; citado en The Femóle Pope, Rosemarie and Darroll Pardoe, 1988, p.14). Posteriormente, en el siglo XII, tenemos dos cronis- tas que hacen referencia a la Papisa Juana. Cronológicamente primero está Sigebert de Gemblours, un monje benedictino nacido en 1030 y muerto en 1112 o 1113. Su historia, la Chronographia, termina en el año 1112, y contiene la siguiente corta narración bajo el año 854: «Se rumora que este Juan es una mujer, y conocida así solamente por su familiaris (compañero) que terminó enbarazándola. Dio a luz mientras era Papa, debido a lo cual ciertas gentes no la cuentan entre los papas...».
El segundo cronista es Gotfrid de Viterbo, secretario de la Corte Imperial. En su obra el Pantheon, de 1185, incluye una nota después del Papa León IV, donde especifica que Juana, el Papa femenino, no es contado. La historia de Juana consiste, por otro lado, en que ella nació en Ingelheim, cerca de Mainz, Alemania. Y, debido a que en ese entonces a las mujeres se les negaba la educación, Juana viajó disfrazada con un hábito de monje benedictino -juntamente con otro monje de la misma orden- desde Fulda (Alemania) hasta Atenas. Allí rápidamente adquirió tal conocimiento que después, cuando fue a Roma, deleitaba a filósofos, cardena- les y teólogos con su enseñanza (The Chair ofPeter, F. Gontard, 1965, p. 190). Una vez elegida Papa, y estan- do ya embarazada por su amante el monje benedictino que la ayudó a salir de su país, se descubrió su verda- dero sexo cuando en el transcurso de una procesión del Coliseo a la iglesia de San Clemente, dio a luz a un niño en plena calle (Ibid.).
La papisa Juana dando a luz durante la procesión (De Mulieribus Claris, Giovanni Boccaccio, 1539).
Las referencias más amplias y precisas respecto a la Papa Juana datan del siglo XIII, y fueron registra- das por Martín Polonus. Martín, un sacerdote que pertenecía a la Orden de los frailes Dominicos, era originario de Troppau en Polonia, y se le conoció frecuentemente como Martín von Troppau. Después, cuando fue a Roma, obtuvo el nombramiento de capellán papal y penitenciario. Sus deberes en la burocracia de la Iglesia le dejaban bastante tiempo libre para el estudio, así que se dedicó a un pasatiempo muy popular en la Edad Media, la compilación de una crónica histórica. Para esto se valió de los Archivos Vaticanos, a los cuales tenía fácil acceso dada su posición en la curia papal. Su obra, Chronicon Pontiflcum et Imperatum, en donde registra el caso de la Papa Juana, fue un best-seller de su tiempo y se difundió por todo Europa, alrededor del año 1265. La obra se consideró de carácter casi oficial, pues reflejaba la autoridad y opiniones de la misma Iglesia.
En la crónica de Martín la primera fuente citada respecto a la Papisa, en orden cronológico, es Anastasio el Bibliotecario, Un hombre estudioso del siglo IX a quien se le atribuye la autoría del Líber Pontiflcalis, una colección de biografías papales que empieza desde el Papa Nicolás 1 (858-67). Anastasio participó intensa- mente en la intriga política que rodeó al papado en ese entonces, y por ello fue capaz de basar su narración sólidamente con su propia experiencia y observación. En el Líber Pontificalis de Anastasio, el manuscrito donde se hace mención de la Papisa está codificado en los Archivos del Vaticano como MS 3762 (ver Elude sur le Líber Pontificalis, Louis Duchesne, 1886, p.95; una copia del manuscrito en cuestión aparece en Un pape Nominé Jeanne, H. Perrodo-Le Mayne, 1972).
Por otro lado, para evitar la elección de otra mujer Papa en la «legítima línea de sucesión apostólica» de los papas romanos, se desarrolló una extraña tradición en el Vaticano que perduró hasta el tiempo del Papa León X (1513-21). La cual consistía en que los papas, antes de ser coronados, se sentaban en una silla de mármol rojo para ser examinados a fin de probar su sexo. La silla estaba agujerada pues había sido en realidad un excusado de los antiguos baños públicos romanos. Y, de la misma manera como solían restaurar todo aquello que tenía que ver con el gran pasado pagano de Roma, la silla también fue restaurada e introducida en la ceremonia papal.
A esta silla la denominaron entonces como la Sella stercoraria. Y, durante la ceremonia de inspección, un diácono metía la mano por debajo de la silla para palpar los genitales y cerciorarse del sexo del fututo Papa, y después gritaba ¡Habet!, la gente entonces contestaba ¡Deo gratias! (Gontard, op.cit., p.190; The Bad Popes, E. R. Chamberlain, 1969, p.91). Respecto a la existencia de esta silla existe también el testimonio del inglés William Brewyn, que en 1470 compiló un fascinante libro guía de las iglesias en Roma. Cuando describe la capilla de San Salvador en la Basílica de San Juan Laterano, dice: «...en esta capilla existen dos o más sillas de mármol rojo, con aberturas en ellas, sobre las cuales según he escuchado, se prueba si el Papa es hombre (A XV th Century Guide-Book to the Principal Churches of Rome, William Brewyn, 1900, p.33).
La misma explicación da Bartolomeo Platina, que fue Prefecto de la Biblioteca Vaticana bajo el Papa Sixto IV (1471-84). En su obra Vida de los Papas (1479) dice: «Algunos han escrito que debido a esto... cuando los papas van a ser entronados en la silla de Pedro, son primeramente examinados por el diácono más joven que esté presente « (La Légende de la Papesse Jeanne, Eugene Müntz, 1900, p.330).
Otros testimonios bastante interesantes respecto a la existencia de la Papisa Juana, y que tuvieron lugar también durante la Edad Media, consisten en lo siguiente:
Resulta que el Palacio Laterano, lugar donde residen los papas, fue donado por Constantino a la Iglesia en el siglo IV. Anteriormente había sido un palacio imperial, pero después se convirtió en la prin- cipal residencia del Papa en Roma. La basílica que Constantino construyó a un lado, donde estaban las barracas de su caballería, se convirtió después en la catedral episcopal del Papa como obispo de Roma. El Palacio Laterano, no obstante, se encuentra en el lado opuesto de Roma en relación a los focos de actividad papal que son el Vaticano y la Basílica de San Pedro. Desde entonces, y a través de toda la Edad Media, siempre había procesiones papales yendo de un extremo al otro. La ruta entre ambos extremos incluía el paso por el Coliseo y la Basílica de San Clemente, la cual se construyó sobre un Miíhraeum (lugar de sacrificios a Mithra) del siglo III. Sin embargo, el punto es que estas dos antiguas construcciones están conectadas por la ViaS. Giovanni en Laterano; y, en la Edad Media, esta ruta directa era evitada por los papas por causa de que allí había dado a luz y había muerto la Papa Juana cuando se dirigía a la Basílica de San Pedro (Pardoe, op.cit., p.43).
En 1486 John Burchard, obispo de Estrasburgo y Maestro papal de Ceremonias bajo el Papa Inocencio VIII (1503-13), Alejando VI (1492-1503), Pío III (1503) y Julio U (1503-13), organizó una procesión para Inocencio VIH que rompió con la tradición de evitar la ruta directa. En su Líber Notarum registra la dura crítica a la que se hizo acreedor como resultado de su decisión: «En su ida así como en su regreso, él (el Papa) vino por la ruta del Coliseo, y por aquella calle recta donde la estatua del Papa mujer (imago papissae) está localizada, en recuerdo, se dice, por haber dado allí a luz a un niño el Papa Juan VIH. Por esta razón muchos dicen que a los papas no se les permite pasar a caballo por allí. Por lo tanto el señor arzobispo de Florencia, el obispo de Massano, y Hugo de Bencii el subdiácono apostólico, me enviaron una reprimenda» (Líber Notarum, John Burchard; RISS, XXXII pt. 1, vol. I, p.176).
La estatua de la Papisa (imago papissae) que aquí menciona Burchard en el año 1486, también fue vista por Martín Lutero cuando visitó Roma a finales de 1510. Lutero hizo un comentario acerca de la estatua expresando su sorpresa que los papas permitiesen que un objeto tan embarazoso permaneciera en un lugar público. La estatua que Luterio vio era la de una mujer con vestiduras papales, sosteniendo un niño y un cetro (La Légende de la Papesse Jeanne, Eugene Müntz, 1900, p.333). Teodorico de Niem afirma que «la estatua fue erigida por el Papa Benedicto 111, con el fin de inspirar horror al escándalo que sucedió en ese lugar» (Pope Joan -A Histórica! Study, Emmanuel D. Rhoides, 1886, p.82). El dato es confiable porque cuando Teodorico escribió al respecto en el año 1414, la estatua tenía apenas poco más de 50 años, lo cual no deja mucho margen de error.
Por otro lado, en relación al fin o desaparición de la estatua de la Papisa, existe el testimonio de Elias Hasenmuller quien el la última década del siglo XVI fue informado por una autoridad confiable que la estatua había sido arrojada al río Tíber porj Pío V (1566-72). Según lo registra el mismo Hasenmuller en su obra Historia lesuitici Ordinis (1593, p.315). Esto explica también por qué el famoso cardenal jesuíta Roberto Belarmino (1542-1621), quien intervino como miembro del] Santo Oficio en el juicio contra Galileo, cuan- do hace referencia a la estatua en su obra De Summo Pontífice en 1577,! siempre se refiere a ella en tiempo pasado, con la clara implicación que la estatua en ese entonces ya no existía. Un testimonio más, concerniente a la existencia de la Papisa Juana, lo encontramos en el juicio que se le hizo al valiente y ] gran reformador de Bohemia John Huss. En el mes de noviembre de 1414 se convocó un Concilio general en Constanza! (Alemania), con el fin de dicidir una disputa entre tres idiotas que querían ser papas al mismo tiempo. John Huss fue llamado a comparecer ante este Concilio porque se le acusaba de herejía. Huss argumentó en su defensa, entre otras cosas, que la única cabeza de la Iglesia podía ser Cristo mismo y no el Papa. Razón por la cual también, dijo Huss, la Iglesia había podido seguir funcionando durante todo este tiempo sin una cabeza terrestre a pesar de los papas corruptos. Y fue precisamente aquí, cuando a manera de ejemplo de tal corrup- ción papal, Huss citó entonces la existencia de la Papisa Juana. Y, como bien dice el historiador del siglo XVIII James L’Enfant: «Si esto no hubiese sido en ese entonces un hecho innegable, los miembros del Concilio seguramente habrían tratado de corregir a Huss con disgusto, o se hubieran reído de él, como ciertamente lo hicieron por cosas de menor importancia» (The History qfthe Council ofConstance, James L’Enfant, 1730,1, p.340).