Es muy probable que usted haya escuchado a varias personas que profesan ser cristianas decir: “Yo declaro”. Este tipo de expresiones son comunes en las iglesias pentecostales. En las próximas líneas haré un análisis del libro de Joel Osteen titulado “Yo declaro”.
El libro está compuesto por 31 capítulos, donde cada uno es el desarrollo de una de las 31 promesas que el autor invita al lector a declarar sobre su vida para que así pueda cumplir sus sueños y tener éxito. En la introducción, Osteen dice que “nuestras palabras tienen poder creativo. Cuando declaramos algo, ya sea bueno o malo, damos vida a lo que estamos diciendo (v)”. Él dice que las personas no se dan cuenta que cuando hablan de ellas mismas están profetizando su futuro. “Si yo profetizo mi futuro, quiero profetizar algo bueno (vii)”. El autor desea que las personas usen “este libro como su guía para declarar su victoria cada día. Declare salud. Declare favor. Declare abundancia (ix)”.
Un ejemplo de ese ejercicio de declaración es pararse frente al espejo y decir: “Buenos días, guapa. Buenos días, bendito, próspero, exitoso, fuerte, talentoso, creativo, confiado, seguro, disciplinado, enfocado y muy favorecido hijo del Dios Altísimo (xii)”. En resumen, los 31 capítulos son el desarrollo de estos adjetivos y otros sueños. Cualquier lector curioso se preguntaría dónde da Dios esas 31 promesas, cosa que Osteen no menciona.
En lo que resta, mi intención es analizar algunos puntos importantes que pude notar durante la lectura del libro. Pero antes de eso quiero explicar el origen de la tan usada expresión “Yo declaro”.
EL ORIGEN DE “YO DECLARO”
No creo que la expresión “yo declaro” sea original de Osteen, ya que el libro no tiene un año de ser publicado y yo particularmente escuché la expresión años antes. Lo que sí tengo claro que no es original de Osteen es la idea de que “nuestras palabras crean realidades”. En Estados Unidos y América Latina es común escuchar a líderes religiosos, regularmente asociados al llamado “evangelio de la prosperidad”, afirmar que nuestra mente y nuestras palabras tienen el poder de crear cosas materiales y hacer que los sucesos ocurran. Esa es la tesis de este libro. Este concepto tiene su origen en una corriente filosófica denominada “Nuevo Pensamiento” (“New Thought” en inglés).
El “Nuevo Pensamiento” comenzó en el siglo XIX, y ganó mucha popularidad en los Estados Unidos en las primeras décadas del 1900. También se le conocía como “Mente Sanadora” o “armonialismo”. Aunque el movimiento nace en el siglo XIX, sus orígenes se encuentran en las ideas del inventor sueco Emanuel Swedenborg, que en su búsqueda del alma humana dijo que Dios se le reveló y lo declaró “Revelador de Dios”. Swedenborg decía que hablaba con el apóstol Pablo, con Martín Lutero y en ocasiones con Moisés. Negó las verdades del cristianismo y enseñaba que el mundo físico era una extensión de la mente y que por lo tanto la mente podía formar y dictar cosas materiales.
Estas ideas fueron desarrolladas en Estados Unidos por Phineas Quimby quien se conoce como el padre del “Nuevo Pensamiento”. Quimby decía que lo que alguien cree es realidad, incluyendo las enfermedades. Los proponentes del “Nuevo Pensamiento” tomaron ideas de diferentes religiones, especialmente del cristianismo.
Las ideas del “Nuevo Pensamiento” fueron popularizadas por el gurú Ralph Waldo Trine quien publicó un libro en 1897 que vendió millones de copias. Trine decía que lo que uno afirmaba con la mente y con palabras ocurría; que las razones de las enfermedades en las personas eran porque hablaban o pensaban sobre ellas. Pero las enseñanzas no llegaron claramente a las iglesias de mano de Trine —quien negaba la Biblia y la deidad de Cristo—, sino a través del pastor E. W. Kenyon. Kenyon fue compañero de estudio de Trine en la escuela de oratoria Emerson College en Massachusetts. El predicador Kenyon es conocido por su idea del “pensamiento positivo”. Él enseñó que las confesiones positivas eran la clave para una vida próspera. También se le conoce como el padre del “evangelio de la prosperidad”. Kenyon influenció a personas como Kenneth Hagin y Oral Roberts, este último fundador de la universidad que lleva su nombre donde estudió Joel Osteen.
En resumen, la idea del “yo declaro” no es más que la representación de las ideas paganas originalmente conocidas como el “Nuevo Pensamiento”, que luego popularizaron algunos pastores con el término “pensamiento positivo y próspero”.
EL “YO-ISMO” DE “YO DECLARO”
El cristianismo bíblico es cristocéntrico, mientras que el libro “Yo declaro” es “hombrecéntrico” (antropocéntrico). La Biblia enseña que Cristo es el centro de la Biblia, y que el Antiguo Testamento atestigua de Él (Lc. 24:44). La Palabra de Dios nos enseña que Jesucristo es Dios encarnado, el Hijo obediente, el ultimo Adán, el verdadero Israel, y el heredero del trono de David (cf. Jn. 1:14; Mt. 1:1; 2:15; Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:20-28; Fil. 2:6-11); y que al mismo tiempo es Yahweh, el Señor (Jn. 8:58; Hch. 2:36). Cristo vino a vivir la vida que nosotros no pudimos vivir, a recibir la muerte que nosotros merecemos, y resucitó al tercer día declarando victoria sobre la muerte, para que todo aquel que se arrepienta de sus pecados y ponga su fe en Él como Señor y Salvador, sea salvo y tenga vida eterna. El Cordero de Dios murió como sustituto de todos los que en Él crean.
En cambio, este libro es estrictamente “hombrecéntrico”. Todo es acerca de mí, y nada acerca de Cristo y lo que Él hizo en la cruz. Expresiones como estas son comunes: “yo declaro que las personas serán buenas conmigo (59)”, “éste es mi tiempo de brillar (141)”. Y llega al punto de decir que el hombre está en control. “Yo tengo el control (166)”.
LA HERMENÉUTICA DE “YO DECLARO”
Algo claro en las páginas de “Yo declaro” es la pobre hermenéutica del autor. Osteen trata la Biblia como si fuera un libro mágico de la novela Harry Potter y, en los mejores casos, la moraliza de una forma triste. Por ejemplo, cita Salmos 2:8, donde Dios dice: “pídeme, y te daré por herencia las naciones”. Osteen aplica este versículo a su lector, diciéndole, ves, pídele a Dios y te dará tus sueños (148). Cualquiera que haya leído con detenimiento su Biblia sabe que el Salmo 2 es un texto mesiánico. El libro de Hechos aplica este Salmo a Jesús (Hechos 4:23-27). El versículo que Osteen usa en realidad habla sobre la soberanía de Cristo sobre las naciones. Dios Padre le dio a su Hijo las naciones como herencia. Esto habla del alcance del evangelio a los gentiles. Es un versículo que los misioneros han usado por años. Es por eso que algunas traducciones, como la King James en inglés, no usan la palabra naciones, sino “paganos”.
Osteen hace algo similar con Job 3:25 (139), usando ese versículo para decir que las calamidades de Job le llegaron porque él las llamó con su mente, ignorando totalmente el contexto y todo lo que el capítulo 1 dice sobre esas calamidades. Lo mismo hace con otros versículos del Nuevo Testamento, donde solo cita la mitad de un versículo para usar algunas palabras para decir algo diferente a lo que el texto enseña. Por ejemplo, después de narrar la historia del milagro donde Jesús convirtió el agua en vino en Juan 2, Osteen concluye lo siguiente: Este vino era excelente. Un buen vino toma entre veinte y treinta años. Jesús aceleró el proceso del vino. Y luego añade: “Quizás normalmente le costaría veinte años pagar su casa, pero la buena noticia es que a Dios le gusta acelerar los procesos (56-7)”. En fin, el uso de la Biblia en este libro es un recordatorio de la popular expresión de que “todo texto usado fuera de contexto es un pretexto”.
PONIENDO PALABRAS EN LA BOCA DE DIOS
La Biblia es bastante clara prohibiendo añadir o quitar palabras (Dt. 4:2; Ap. 22:19). Dios nos da eso como mandamiento; desobedecerle es condenatorio. Tristemente, eso es lo que Osteen hace en su libro cuando pone palabras en la boca de Dios cuando la Biblia no las expresa (cf. 10, 52, 68, 84, 148, 156), trayendo condenación sobre su alma. Y no es que use palabras a modo de ilustración, sino que cita usando comillas. Por ejemplo, en la página 148, inmediatamente después de citar Salmos 2:8, Osteen añade: “Dios dice: Pídeme cosas grandes, pídeme acerca de esos sueños ocultos que yo he puesto en tu corazón, y pídeme por esas promesas que en lo natural parecen imposibles de cumplir”. En ninguna parte la Biblia dice eso. Esto es herejía.
EL PANENTEÍSMO DE “YO DECLARO”
El panenteísmo enseña que la creación es una extensión de lo divino. El término significa “todo en dios”. Esto está ligado a la idea de que todo está cambiando, incluyendo “dios” y los seres humanos, lo cual es totalmente opuesto a lo que la Biblia enseña. Lamentablemente, entre los maestros del evangelio de la prosperidad es común encontrar ideas panenteístas y panteístas (todo es dios). Por ejemplo: Paul Crouch ha dicho públicamente: “yo soy un pequeño dios. Críticos, ¡aléjense!” Otro predicador de la prosperidad, Kenneth Copeland, ha dicho: “Usted no tiene a Dios en usted, usted es uno”. Osteen es un poco más sofisticado y sutil. Él usa el lenguaje de ADN. Dice que los humanos tenemos el ADN de Dios, que nuestra sangre es real porque somos hijos del Rey (118-120). Y ¡claro! sí tenemos la sangre de realeza divina, debemos andar, vestir y hablar como reyes, concluye Osteen (120).
Yo me pregunto si el supuesto hecho de que los humanos tengan el ADN de Dios es lo que le permite a Osteen igualar la Palabra de Dios a la palabra humana. Esto es lo que hace cuando motiva a su lector a que crea en el poder de su propia palabra y le diga al cáncer “te derrotaré”. Para ilustrar esto, él hace una analogía con el poder de la Palabra de Dios en la creación cuando dijo “sea la luz” y la luz fue (170-171).
CONCLUSIÓN
Permítame ser claro en algo, este libro no es cristiano. Estas “promesas” son cosas que cualquier libro espiritista, místico y de auto ayuda le dirían. Estamos ante un libro religioso motivacional, pero no es un libro cristiano.
La motivación de hacer esta reseña es la cantidad de personas que han creído estas distorsiones. Me preocupa que algunas personas entiendan que son salvas por estar de acuerdo o por agradarle lo que leen en este libro, cuando quizás no lo sean. “Yo declaro” es un libro con un carácter universal, que cualquier religioso o pagano puede afirmar. Aquí no hay evangelio, no hay cruz, no hay pecado, y mucho menos hay perdón y reconciliación con el Dios trino y verdadero. El “dios” que se presenta en este libro se parece más a la imagen de un abuelo tierno que está en la grada del estadio animando y gritándole a su nieto que siga corriendo, que todo va bien en la carrera. No es el Dios santo, omnipresente, omnisciente, verdadero, justo y misericordioso que se reveló en la Biblia, el que “de tal manera amó al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.