Lo más terrible de todo, es que los cimientos de nuestra fe están siendo socavados como nunca antes, ya que nos vemos obligados a aceptar el pecado, las mentiras y la corrupción como algo “normal”. La única forma de conocer cuál es la verdad, es estudiando las Escrituras y comparando todo lo que ellas dicen. Tristemente hoy se está predicando un evangelio muy diferente desde los púlpitos, y no se trata de algo “diluido”, sino “corrupto”.
En este momento, muchos pastores tienen más miedo de ofender a los políticos liberales, a sus familiares, vecinos y amigos, que de ofender a Dios. El Señor Jesús les dijo a sus discípulos que debían de seguirlo como su Maestro, y si eso es lo que deseamos, debemos respetarlo. Si decimos que somos cristianos pero nos inclinamos ante los “expertos” que hoy tanto abundan, cedemos al miedo y nos dejamos manipular, entonces no estamos respetando nuestra fe, porque esto fue lo que dijo el Señor: “Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?... Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas. Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mat. 10:25, 27–28). Si respetamos y tememos más a cualquier persona o entidad, que al Señor Jesús, hemos perdido nuestra lealtad como cristianos.
Nos encontramos en una época en la que el miedo es como una garra invisible que atenaza el corazón de la gran mayoría. Necesitamos estar seguros de que comparamos lo que está ocurriendo con las Escrituras. El Señor Jesús nos dijo que todo esto sucedería, entonces, ¿por qué tememos a los artefactos satánicos, en lugar de aferrarnos a nuestra fe y a la verdad bíblica?
Son incontables las Escrituras que nos instan a que nos mantengamos firmes. Prestemos atención a esto que le escribió Pablo al joven pastor Timoteo, indicándole que necesitaba ser fiel al Señor Jesucristo. “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles” (2 Tim. 1:8–11).
Los pastores, tanto jóvenes como mayores, presten atención: Si alguno se siente tentado a diluir la Palabra de Dios para apaciguar las mentiras liberales, proteger su condición de estar exento de impuestos, o para conservar a sus feligreses, entonces está sirviendo muy mal a Aquel a quien llaman Señor. Prediquen el Evangelio tal como se enseña en las Escrituras. Examinen línea por línea su Biblia para no perderse de ninguna enseñanza importante de parte de Dios, tal como le dijo Pablo a Timoteo: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 1:13).
Pablo, quien una vez persiguió a los cristianos, renunció a sus malos caminos y se convirtió en el evangelista más fuerte que jamás haya existido. Sus cartas son una guía a fin de que vivamos para Cristo. Él nunca comprometió su fe, sino que predicó la verdad de Dios. Se mantuvo firme hasta el final.
Si nos asimos a ella, no sucumbiremos a las artimañas del diablo. Si no estudiamos las Escrituras, podemos ser engañados fácilmente. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16–17).
Si las leyes del hombre contradicen la verdad de Dios, entonces aferrémonos a la Biblia, si la usamos como guía, sabremos que “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gén. 1:1) y no vamos a permitir que la mentira de la evolución nos confunda. Comprenderemos igualmente que no hay tal cosa como “elección de género”, sino que Dios hizo a un hombre y a una mujer, y que ninguna manipulación con hormonas o cirugía nos convertirá en lo que no somos. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gén. 1:27). Probemos todo con la Escritura.
Estamos viviendo en los últimos días. Son incontables las profecías que indican sin lugar a dudas, que el tiempo que conocemos está llegando a su fin. Es cierto que hay muchas cosas todavía, que hacen que esta vida valga la pena, pero anhelemos el Rapto: nuestra partida para estar con el Señor. Creemos que no falta mucho. Algunos eruditos de la Biblia estiman que podría ser más pronto de lo que pensamos, mientras que otros piensan que podría regresar dentro de cien años o más. Sea cual fuere el momento, no renunciemos a nuestra fe, sino confiemos en Jesús. El Señor Jesucristo es Dios encarnado y nos amó lo suficiente como para haber dado Su vida por todos nosotros. Si profesamos ser cristianos, no permitamos que el engaño de Satanás nos confunda y comprometa nuestra fe. “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Apo. 3:3).
El sacerdocio judío fue sólo una sombra del sacerdocio eterno del Señor Jesucristo. Eran ellos quienes realizaban los sacrificios de acuerdo con la Ley de Dios, pero para ejercer su ministerio debían satisfacer determinados requisitos. Jesús fue el único que cumplió con toda la Ley a cabalidad, por eso es nuestro Sumo Sacerdote eterno y perfecto, según el orden de Melquisedec, quien fuera el primero, mucho antes de que se diera la Ley. “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión” (Heb. 4:14).
Jesús es el Creador de todo, sin embargo, cuida de cada uno de nosotros. Nos amó tanto, que descendió a este mundo, sabiendo muy bien que sería rechazado, golpeado, burlado y crucificado. Pero entregó su vida gustoso, para que todo aquel que crea en Él tenga vida eterna por medio de su justicia. ¿Lo creen ustedes así? “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9).
Si han hecho esa profesión de fe, deben comprender lo que significa. La existencia de cada uno debe cambiar, mientras se afianzan en esta nueva vida en Cristo. “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efe. 4:22–24).
En estos versículos, Pablo nos dice que debemos despojarnos de todo y revestirnos del nuevo hombre, lo cual significa la forma cómo hablamos, con quién hablamos y cómo vivimos. En otras palabras, está diciéndonos que vivamos por Cristo, no para el pecado. Antes de confesar al Señor Jesucristo para salvación, era aceptable ante el mundo que se enfurecieran, que murmuraran y hasta que practicaran la promiscuidad sexual y muchas otras acciones pecaminosas, pero la nueva vida en Él debe reflejar el perdón en lugar de enojo, y no hablar mal de las personas. Reconocer y aceptar que Dios hizo al hombre y a la mujer, y que el matrimonio entre esta pareja, es lo único permitido por Él para compartir las relaciones íntimas. “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Heb, 10:23).
Jesús pagó un precio increíble para redimirnos, y si ustedes lo han confesado como su Salvador y esperan que les otorgue vida eterna, acepten de inmediato la verdad bíblica y vivan para Él.
Las señales de los tiempos están indicando a gritos que el Señor Jesucristo pronto nos llamará a Casa, pero a muchos cristianos no les importa. Nuestros niños asisten a escuelas públicas, donde se les enseña a diario una mezcla de mentiras, y el fundamento bíblico de nuestra verdad, se rompe. Muchos padres de familia están demasiado ocupados trabajando y acumulando tesoros mundanos, sin preocuparse en absoluto por la salvación de sus hijos. No es demasiado tarde para alejarse del mundo y volver a Cristo. Ahora mismo si así lo desean pueden aferrarse a la verdad bíblica. Este mundo y todo lo que hay en él pronto pasará, pero los hijos de Dios debemos estar asidos a nuestro Señor Jesucristo y junto con Él a todo lo eterno que nunca pasará.
Lean la Biblia, y comprueben que las señales que anuncian el próximo retorno del Señor, son más evidentes hoy, que en ningún otro momento de la historia de la humanidad. Sino se mantienen unidos a Jesús y a Su verdad, sucumbirán a las mentiras de Satanás. No permitan que los engañen.
Son incontables los mensajes fraudulentos que se publican a diario en las redes sociales, y los que se predican desde los púlpitos de las iglesias liberales. Cuando los discípulos le preguntaron al Señor respecto a las señales del fin de los tiempos, “Y respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe” (Mat. 24:4). Estamos viviendo en ese momento final de la historia, y si no mantenemos nuestra fe en Dios Todopoderoso, seremos engañados por Satanás en lugar de permanecer firmes en la Verdad.
Cuando cultivamos amistades mundanas, fuera de la fe cristiana, resulta fácil que terminemos alejándonos de nuestra comunión con Dios. Sin embargo, es bien cierto que tenemos que buscar a las personas que no conocen al Señor para poder testificarles y compartir el Evangelio con ellos. La unidad de los creyentes es uno de nuestros propósitos principales y una realidad esencial de la fe cristiana.
La noche que fuera entregado para morir por nuestros pecados el Jesús oró por sí mismo, por sus discípulos y por todos los que habrían de creer en Él por el testimonio de sus seguidores. Dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:20–21).
Todos los cristianos que hemos estudiado las profecías de la Palabra de Dios, sabemos por seguro que las vacunas que se están aplicando en este momento contra la epidemia de COVID-19, no son de ninguna manera “la marca de la bestia”, ya que la misma la impondrá el Anticristo, y aunque él muy posiblemente ya está en este mundo todavía no se ha manifestado.
También sabemos que hay muchos médicos y científicos bien intencionados en diferentes partes del mundo, que están tratando de hacer lo mejor en favor nuestro. Mientras que de igual manera, muchos otros sirven a las élites de este mundo y están trabajando en favor de ellos y en pos de la reducción de la población mundial. Nadie puede asegurar en este momento que una determinada vacuna es la solución a todos nuestros problemas, sino que por el contrario todo indica que van a ser la causa de una tragedia mucho mayor.
Es bien cierto que muchísimos ancianos enfermos han sobrevivido hasta ahora a la vacuna, pero sólo Dios sabe cuál será el resultado final y las mutaciones que están sucediéndose ahora mismo en el cuerpo de cada persona que la ha recibido. Satanás se está valiendo de este instrumento, para acondicionar sicológica y síquicamente a la humanidad, a fin de que le aceptemos con gusto, tal como dice la Biblia.
“Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tes. 2:7–10).