Israel, la nación del norte, fue apóstata desde el principio. Fue fundada en rebelión contra Dios y permaneció en esa condición por 208 años hasta que fue conquistada por los asirios en el año 722 antes de Cristo. Durante el curso de su vida, tuvo 19 reyes y ni uno solo de ellos fue considerado justo ante los ojos de Dios.
Judá, el reino del sur permaneció por 136 años más, para un total de 344. Ocho de sus 20 reyes, fueron considerados justos por Jehová Dios. Ellos fueron grandes líderes tales como Ezequías, Josafat y Josías.
Esto mismo ha ocurrido con Estados Unidos, la historia registra a grandes líderes como George Washington, Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt, Franklin Delano Roosevelt y Ronald Reagan.
Ellos gobernaron esa nación con un grado de libertad sin paralelo para su día y tiempo, y así los habitantes de Estados Unidos fueron bendecidos. El país disfrutó de gran prosperidad, y se vio favorecido con abundancia de bendiciones. Y así como la Gloria del Shekinah residía en el templo en Jerusalén, a los norteamericanos se les permitió proclamar la gloria del Evangelio en todo el mundo.
Son estos y muchos más los paralelos, pero al igual que Judá, Norte América también comparte sus características negativas. Una es el orgullo. Judá se enorgullecía por sus bendiciones, y las personas se engañaron a sí mismas, llegando a pensar que ellos eran los responsables de estas bendiciones. Se olvidaron de Ese que era el verdadero autor de esto, tal como ha hecho Estados Unidos.
Otro paralelo negativo es la rebelión. Así como Judá se distanció a sí mismo de Dios, y se rebeló contra su Palabra, Estados Unidos se encuentra actualmente en este mismo proceso. El resultado para Judá fue la destrucción de su nación por los babilonios en el año 586 antes de Cristo.
Dios el Creador, antes de derramar su ira sobre esa nación, pacientemente los llamó al arrepentimiento y les dio advertencias sobre su juicio. Lo hizo en dos formas, a través de sus profetas y mediante juicios.
Las voces proféticas
Aproximadamente en el año 740 antes de Cristo, Dios ungió a un gran erudito de nombre Isaías, para que fuera profeta de Judá, y lo primero que le pidió fue que recorriera el territorio e hiciera un inventario espiritual de los pecados del pueblo. Obviamente, Dios conocía estos pecados, pero esa fue la forma que usó para que Isaías se advirtiera de ellos.
El informe de Isaías fue sorprendente y desgarrador. Revelaba claramente que las personas a quienes Dios había bendecido tan ricamente, le habían dado la espalda, tanto a Él como a su Palabra. Y dado el hecho, que estos pecados motivaron al Señor para destruir la nación, la ciudad y el templo que tanto amaba, debemos prestar mucha atención a cuáles fueron esos pecados.
El informe de Isaías está registrado en el capítulo 5 de su libro, y comienza en el versículo 7 con el pecado de injusticia: “Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor” (Isaías 5:7).
Lo segundo que mencionó fue la avaricia: “¡Ay de los que juntan casa a casa, y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitaréis vosotros solos en medio de la tierra?” (Isaías 5:8).
El siguiente pecado fue la búsqueda de placer. “Y en sus banquetes hay arpas, vihuelas, tamboriles, flautas y vino, y no miran la obra de Jehová, ni consideran la obra de sus manos” (Isaías 5:12).
El cuarto pecado que reportó fue la blasfemia: “Los cuales dicen: ¡Venga ya, apresúrese su obra, y veamos; acérquese, y venga el consejo del Santo de Israel, para que lo sepamos!” (Isaías 5:19)
El quinto pecado que señaló Isaías fue la perversión moral. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20).
Isaías también lamentó el pecado del orgullo por sentirse muy intelectuales. “¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Isaías 5:21).
Lo siguiente que Isaías identificó fue el pecado de la intemperancia: la falta de moderación, sobriedad y continencia. “¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida” (Isaías 5:22).
El pecado final a que se refirió Isaías fue la corrupción política. “¡Los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!” (Isaías 5:23).
Isaías concluyó su lista con una sumario declarado que detallaba la razón para todos los pecados: “Por tanto, como la lengua del fuego consume el rastrojo, y la llama devora la paja, así será su raíz como podredumbre, y su flor se desvanecerá como polvo; porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel” (Isaías 5:24).
Por lo tanto, los ocho pecados de Judá que Isaías identificó fueron: injusticia, avaricia, búsqueda de placer, blasfemia, perversión moral, orgullo intelectual, intemperancia y corrupción política. Asegurando que todo esto había sido producido por haber desechado la Ley de Jehová y abominar su Palabra.
Agregando además, que su llamado al arrepentimiento fue recibido con burla y frivolidad: “Por tanto, el Señor, Jehová de los ejércitos, llamó en este día a llanto y a endechas, a raparse el cabello y a vestir cilicio; y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas, comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (Isaías 22:12-13).
Isaías respondió a esta grosera indiferencia con una fuerte advertencia: “Alzará pendón a naciones lejanas, y silbará al que está en el extremo de la tierra... Sus saetas estarán afiladas, y todos sus arcos entesados; los cascos de sus caballos parecerán como de pedernal, y las ruedas de sus carros como torbellino. Su rugido será como de león; rugirá a manera de leoncillo, crujirá los dientes, y arrebatará la presa; se la llevará con seguridad, y nadie se la quitará” (Isaías 5:26a-28–29).
El informe de Jeremías
Sesenta años después, Dios llamó a un joven sacerdote de nombre Jeremías para que hiciera lo mismo que había requerido de Isaías. Le pidió que fuera e hiciera un inventario de los pecados de Judá. Cuando le informó a Dios, enumeró los mismos pecados que Isaías, pero agregó tres nuevos.
El primero fue inmoralidad. Esto, por supuesto, había sido insinuado en la acusación de perversión moral de Isaías. Pero Jeremías fue específico: “¿Cómo te he de perdonar por esto? Sus hijos me dejaron, y juraron por lo que no es Dios. Los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías. Como caballos bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo” (Jeremías 5:7–8).
El segundo pecado que Jeremías detectó fue la corrupción religiosa: “Cosa espantosa y fea es hecha en la tierra; los profetas profetizaron mentira, y los sacerdotes dirigían por manos de ellos; y mi pueblo así lo quiso. ¿Qué, pues, haréis cuando llegue el fin?” (Jeremías 5: 30-31)
El tercer pecado que agregó a la creciente lista, fue mentes cerradas. Declaró que las personas no escuchaban cuando Dios les hablaba: “¿A quién hablaré y amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la palabra de Jehová les es cosa vergonzosa, no la aman. Por tanto, estoy lleno de la ira de Jehová, estoy cansado de contenerme; la derramaré sobre los niños en la calle, y sobre la reunión de los jóvenes igualmente; porque será preso tanto el marido como la mujer, tanto el viejo como el muy anciano” (Jeremías 6:10–11).
Jeremías entonces concluyó con tres declaraciones poderosas:
“... Endurecieron sus rostros más que la piedra, no quisieron convertirse” (Jeremías 5:3b).
“No obstante, este pueblo tiene corazón falso y rebelde; se apartaron y se fueron” (Jeremías 5:23).
“... Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza...” (Jeremías 6:15b).
Jeremías a continuación expresó un llamado al arrepentimiento, junto con una severa advertencia: “Hija de mi pueblo, cíñete de cilicio, y revuélcate en ceniza; ponte luto como por hijo único, llanto de amarguras; porque pronto vendrá sobre nosotros el destruidor” (Jeremías 6:26).
Pero el pueblo de Judá estaba tan atrapado en la rebelión que se negaron a arrepentirse, e hicieron mofa de la advertencia, respondiendo y gritando “... Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este” (Jeremías 7:4b).
Lo que ellos querían decir con esta proclamación, era que no creían que Dios en algún momento fuese a destruir su nación y la capital de ella, porque la gloria del Shekinah resplandecía sobre su templo.
Juicios correctivos
Mientras tanto, conforme Dios estaba hablándole a su pueblo por medio de profetas, llamándolos al arrepentimiento y advirtiéndoles con respecto a un juicio final, simultáneamente les estaba aplicando juicios correctivos. Estos son juicios diseñados para personas humildes y los motivan a pensar con una perspectiva eterna.
Antes de entrar en la Tierra Prometida, Dios les había advertido a los israelitas por medio de Moisés, que si no eran fieles a sus mandamientos, sufrirían juicios correctivos para llamarlos al arrepentimiento. Estos juicios se enumeran en detalle en el capítulo 28 de Deuteronomio, e incluyen cosas como malas cosechas, rebelión de adolescentes, una epidemia de divorcio, enfermedades desenfrenadas, políticas gubernamentales confusas, derrotas por los enemigos, dominación extranjera y el juicio final: exilio de la tierra.
Pero el pueblo de Judá persistía en sus pecados, y el resultado fue la conquista de la nación y su capital en el año 586 antes de Cristo por los babilonios, lo que resultó en que la mayoría de las personas fueron llevadas al cautiverio.
Dios en su misericordia les permitió regresar 70 años más tarde, pero durante los siguientes 400 años, persistieron en sus pecados. Fue así como en el año 70 de nuestra era, Dios permitió que fueran conquistados por los romanos y dispersados por todo el mundo, tal como les había advertido.
Esta historia sórdida de un pueblo ricamente bendecido, que se rebeló contra su Dios que los había engrandecido en forma tan abrumadora, se resume en dos versículos muy tristes, en los que casi se puede escuchar el lamento del Señor. “Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio” (2 Crónicas 36:15–16).