En casi todos los mensajes de Profecías Bíblicas hemos destacado la Providencia de Dios, tal como está demostrada en la historia de la nación de Israel. Mientras otros pueblos de la antigüedad y naciones han desaparecido en la bruma del tiempo, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob ha permanecido fiel al pueblo judío, a pesar de que ellos no han sido fieles a Él. Honrando su promesa a Abraham, Dios verdaderamente ha bendecido a su descendencia y la ha preservado.
A lo largo de la historia, Él también ha interactuado claramente con otras naciones y otras comunidades, derramando bendiciones o ejecutando juicios. Sin embargo el reconocimiento de esto verdaderamente parece que se está desvaneciendo en nuestra sociedad.
Entre los occidentales en general, y los norteamericanos en particular, se ha acrecentado un sentimiento de orgullo, de superioridad con respecto a la visión del mundo, de una manera que muchos ni siquiera se han dado cuenta. La humanidad hoy, en lugar de creer en Dios, está confiando en sus propias habilidades.
Los cristianos con razón hacemos especial hincapié en la responsabilidad y la rendición de cuentas de cada individuo. Esto claramente concuerda con el llamado de las Escrituras a la fe personal y la responsabilidad individual. El adagio de que Dios no tiene nietos, comunica la verdad de que ningún hombre o mujer será admitido en el cielo gracias a la fe de sus padres, sino que cada persona individualmente debe elegir confiar en Él.
Sin embargo, la Biblia también habla de las repercusiones del pecado que pasa de una generación a otra, y del juicio de Dios que cae sobre naciones y sociedades enteras debido a esto. La Escritura nos muestra cuál es la relación del Creador con los países y comunidades, y cómo los responsabiliza por el pecado colectivo.
Encontramos que el Señor condenó la iniquidad y perversidad de los habitantes de Sodoma y Gomorra. En una ocasión en que tenía comunión con Abraham, le reveló su intención de examinar el comportamiento de esas ciudades malvadas y derramar su juicio sobre sus habitantes. Abraham apeló a Él, instándole a que perdonara a sus ciudadanos si sólo encontraba un puñado de justos en ellas, en comparación con la sociedad en general.
Dios estuvo de acuerdo en librar estas ciudades inmorales, sólo si había en ellas por lo menos diez almas justas. Casi todos sabemos el resto de la historia, que sólo halló cuatro personas que podía considerar justas: Lot, su esposa y sus dos hijas. A ellos se les brindó la oportunidad de escapar de la destrucción, la que sobrevino sobre estas urbes.
Podemos especular que las mismas estaban colmadas con personas de todas las edades, y que de acuerdo con nuestra forma de pensar, debían haber unos que no eran tan malvados como otros. Pero el discernimiento de Dios es perfecto y su juicio correcto. En otras partes de la Escritura, los profetas asimismo registraron sus declaraciones sobre el juicio inminente. Una y otra vez Dios ejecutó su sentencia de destrucción sobre naciones enteras, debido a su inmoralidad voluntaria, por adorar ídolos y por rechazar a los mensajeros de Dios que los llamaban a arrepentirse y volverse a Él, además del trato cruel de muchas de ellas en contra de Israel.
Por ejemplo, en los capítulos 8 y 23 de su libro, Isaías profetizó con respecto a ciudades como Damasco, Samaria y Tiro; y en los capítulos 10 al 31 sobre reinos como Asiria, Babilonia, Moab, Etiopía, Egipto, Edom y Arabia. Su mensaje concerniente a todos ellos fue muy claro, les dijo: “Acercaos, naciones, juntaos para oír; y vosotros, pueblos, escuchad. Oiga la tierra y cuanto hay en ella, el mundo y todo lo que produce. Porque Jehová está airado contra todas las naciones, e indignado contra todo el ejército de ellas; las destruirá y las entregará al matadero” (Isaías 34:1–2).
En los capítulos 47 al 51, Jeremías también profetizó contra varias ciudades, incluyendo a Filistea, Moab, Amón, Damasco y Babilonia. Anticipó que la caída de Babilonia estaba motivada por la forma cómo había tratado a Israel. Dijo “Porque Israel y Judá no han enviudado de su Dios, Jehová de los ejércitos, aunque su tierra fue llena de pecado contra el Santo de Israel. Huid de en medio de Babilonia, y librad cada uno su vida, para que no perezcáis a causa de su maldad; porque el tiempo es de venganza de Jehová; le dará su pago” (Jeremías 51:5–6).
Asimismo en los capítulos 25 al 30 de su libro, Ezequiel pronunció juicio contra Amón, Moab, Edom, Filistea, Tiro y Egipto.
Pero... ¿Cuál fue el gran pecado de Amón que lo llevó al extremo de causar su destrucción? Dios declaró su ira en contra de Amón y dijo: “Y dirás a los hijos de Amón: Oíd palabra de Jehová el Señor. Así dice Jehová el Señor: Por cuanto dijiste: ¡Ea, bien!, cuando mi santuario era profanado, y la tierra de Israel era asolada, y llevada en cautiverio la casa de Judá” (Ezequiel 25:3). Es claro que el antagonismo de las naciones en contra de Israel es algo que provoca la ira del Señor.
Los profetas Amós, Abdías y Miqueas también registraron profecías en contra de las naciones gentiles. Y el famoso llamado de Jonás por Dios, fue para que le predicara a Nínive, la capital del imperio asirio, un enemigo singular y despreciado por Israel.
La Escritura muestra repetidamente que mientras Dios se relaciona personal e íntimamente con los seres humanos, también pesa a las naciones en la balanza y juzga colectivamente las asambleas de personas. Comparado con la grandeza del Dios Todopoderoso, “He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo” (Isaías 40:15).
Algunos dirían que el enfoque nacional de Dios siempre está dirigido a los reyes y gobernantes. Y aunque es cierto que los profetas a menudo emitieron sus proclamas en contra de los dirigentes y líderes de naciones, el caso de Egipto claramente ejemplifica, que en ocasiones, países enteros sufren las consecuencias de un rey o gobernante que se ha atrevido a desafiar a Dios. Los líderes nacionales representan la voluntad y actitud de las personas en los pueblos, ya sea para bien o para mal.
Según la profecía en el Salmo 2, las naciones se amotinan porque sus reyes y gobernantes se rebelan en contra de Dios y su Ungido. Y tal como dice Salmos 2:4, el Señor se ríe, despreciando despectivamente el alboroto rebelde de los reyes de la tierra: “El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos”. En la plenitud de los tiempos, esas naciones rebeldes serán entregadas al Hijo como Su herencia, tal como sigue diciendo el Salmista: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra” (Salmo 2:7–8).
Consideremos ahora en nuestros tiempos modernos a países que en un tiempo tuvieron una herencia cristiana y que la despreciaron. Tomemos por ejemplo el caso de Corea del Norte. El reino de Gran Joseon que gobernara a Corea entre 1392 a 1910, suprimió severamente el budismo y el chamanismo coreano, terminando por erradicar el budismo en todo el territorio ya que a los monjes y monjas se les prohibió entrar y fueron marginados de las montañas. Estas restricciones duraron hasta el siglo XIX.
EN 1895 se estableció la primera iglesia protestante en Sorae, ahora condado de Ryongyon, provincia de South Hwanghae. En este entorno, el cristianismo comenzó a establecerse rápidamente desde finales del siglo XVIII, debido a una intensa actividad misionera que fue ayudada en primer lugar, por los partidos intelectuales Silhak y Seohak, y luego a finales del siglo siguiente por el rey de Corea y la élite intelectual que buscaban un nuevo factor social para revitalizar a la nación coreana.
Fue en este período crítico que entraron en contacto con misioneros protestantes occidentales quienes ofrecieron una solución a la difícil situación de los coreanos. Las comunidades cristianas ya existían en Joseon, sin embargo, fue solo en la década de 1880 que el gobierno permitió que una gran cantidad de misioneros occidentales ingresaran al país. Los misioneros protestantes establecieron escuelas, hospitales y agencias editoriales. El rey de Corea y su familia apoyaron tácitamente el cristianismo. Desde finales del siglo XIX, el noroeste de Corea, y Pyongyang en particular, se convirtieron en una fortaleza del cristianismo. Como resultado, Pyongyang fue llamada la “Jerusalén del Este”.
Pero esto cambió, y la nación entera paso a paso se fue entregando a la religión chamánica y el confucianismo. En 1945 la península de Corea fue dividida en dos estados: el norte comunista y el sur anticomunista. La mayoría de los coreanos cristianos, que habían estado hasta entonces en la mitad norte de la península, huyeron a Corea del Sur. En la actualidad esta nación está entregada por entero a un dictador idólatra olvidando por entero sus raíces cristianas.
Pero... ¿Cómo aplica eso a nosotros hoy? Tal como hemos proclamado por años, Estados Unidos como nación y nuestros propios países hispano americanos que imitamos todo lo que ellos hacen, le hemos dado la espalda a Dios, abrazando un punto de vista secular que rechaza específicamente las enseñanzas del Señor Jesucristo y sus palabras consignadas en la Santa Biblia. Esa verdad es doblemente trágica y nosotros lo sabemos muy bien.
En 1630 cuando los puritanos se establecieron en la Bahía de Massachusetts, en territorio Norte Americano, el gobernador Winthrop, uno de los fundadores de la colonia, dijo: “Seremos una ciudad sobre una colina, el mundo entero se fijará en nosotros”. Esta mención a la “ciudad sobre una colina” que todavía citan los políticos hoy, proviene del Sermón del Monte.
Fundado en principios cristianos Estados Unidos estaba destinado a ser un faro de luz en el mundo. Sus fundadores expusieron los principios cristianos cuando se estableció esa república. Las grandes universidades fueron establecidas enseñando la verdad revelada por Dios y se dedicaron explícitamente a equipar ministros y misioneros para que predicaran en el mundo entero el Evangelio del Señor Jesucristo.
A diferencia de muchas otras naciones que no pueden reclamar una herencia cristiana o un derramamiento sin precedentes de las bendiciones de Dios, la abundancia y prosperidad sobre Estados Unidos han sido acreditadas con justicia. Eso no quiere decir que ese país haya sido perfecto. Si examinamos las deficiencias que ha manifestado a lo largo de su historia, debemos reconocer que nunca ha sido verdaderamente justo, mucho menos perfecto. Pero, al igual que Noé y Abraham y muchos otros individuos mencionados en las Escrituras, a este país se le acreditó justicia, porque sus gobernantes y población en general, creían colectivamente en Dios, se propusieron seguir Sus leyes y defender Sus preceptos.
Sólo considere esto: cada uno de sus 50 estados, incluidos esos que se unieron a la Unión hasta bien entrado el siglo XX, expusieron en el preámbulo de sus Constituciones una declaración clara de su fe en Dios. Reconocieron que el Creador Todopoderoso es la fuente de todas sus bendiciones y le expresaron su gratitud. ¿Creen ustedes que si se rescribiera una constitución en el año 2019, incluiría palabras como estas?
¡Cuán profundo ha descendido esa gran nación! Varios predicadores reconocidos han expresado esto públicamente: “Si el Señor no juzga a California, tendrá que pedirle perdón a Sodoma y Gomorra”. Eso debería hacer que los norteamericanos clamaran por perdón, lloraran y se lamentaran. Eso debe convencer a los creyentes en esa nación de que eviten decir que Estados Unidos es todavía un país cristiano, porque tal cosa es una afrenta en contra de Dios.
El mundo entero también está abandonando los preceptos cristianos en su prisa hacia el paganismo. Son incontables los países auto denominados cristianos que han aprobado el matrimonio entre personas del mismo sexo, proclamando este comportamiento abominable, como algo bueno, contando incluso con el apoyo del Papa de Roma. Asimismo, naciones supuestamente cristianas apoyan y defienden el aborto, el asesinato de niños por considerarlo un derecho sagrado de la mujer. De hecho, casi todos los países europeos han abandonado por entero todo principio cristiano.
A continuación permítannos citar una lista de países que ya aceptan legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo: Alemania, Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Colombia, Costa Rica, Dinamarca, Ecuador, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Irlanda, Islandia, Luxemburgo, Malta, Mexico, Nueva Zelanda, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Sur África, Suecia, Taiwán y Uruguay.
Como ya hemos visto también, la determinación de una nación de morar en conformidad con la voluntad de Dios, es su disponibilidad para bendecir a Israel. Amón y Moab aprendieron, que incluso el simple hecho de burlarse del castigo que le fuera infligido a Israel por la mano de Dios, provocó la ira de Creador. Podemos estar seguros de que la copa de Su ira se está llenando una vez más, ya que casi todas las naciones del mundo están alineadas hoy en contra de Israel.
Treinta estados miembros de la ONU no reconocen a Israel. Estos incluyen 17 de los 22 miembros de la Liga Árabe: Argelia, Bahrein, Comoras, Yibuti, Irak, Kuwait, Líbano, Libia, Marruecos, Qatar, Arabia Saudita, Somalia, Sudán, Siria, Túnez, Emiratos Árabes Unidos y Yemen. Otros 25 países en el mundo nunca lo han reconocido; mientras que Cuba, Irán, Malí, Mauritania, Níger y Venezuela ya no lo reconocen o han cortado relaciones con ellos.
Estados Unidos permanece hoy como su mejor aliado, pero sus líderes han demostrado ser inconstantes en el mejor de los casos, insistiendo constantemente en que Israel le entregue parte de su territorio a sus enemigos jurados. Es por esta razón que los ministerios cristianos viajan constantemente a Israel con turistas, ofreciendo oportunidades regulares de peregrinación. Los grupos de cristianos comprometidos visitan a Israel, como una muestra del amor continuo de Dios por ese territorio y por su gente, ya que ellos dan testimonio de Jesús, el Mesías de los gentiles y de los judíos, aunque muchos no lo reconozcan así todavía.
Pero, entonces, ¿qué debemos hacer los seguidores del Señor Jesucristo? Primero, reconocer en dónde debe estar nuestra lealtad principal. No como estadounidense, como ciudadano de un país determinado, o miembro de un partido político o denominación, sino como seguidor del Señor Jesucristo. Debemos adherirnos a nuestra fe cristiana, defender y apoyar a Israel como el pueblo escogido por Dios. Respaldar todos los esfuerzos en favor de la vida, repudiando el aborto, y abominar las perversidades sexuales. Nuestra ciudadanía no es de este mundo. No se imaginen que el trono de Dios está cubierto con la bandera de una nación.
Segundo, entiendan que Dios espera que cada uno de nosotros seamos un conducto de Su bendición, en donde quiera que nos encontremos. Si estamos en el calabozo más profundo como Pablo y Silas, bendigamos al carcelero y a los compañeros de prisión. Alabemos a Dios y testifiquemos acerca de Él. Si nos encarcelan por haber sido acusados injustamente como José, tengamos en cuenta que Dios no ha terminado con nosotros, que puede usarnos si quiere para bendecir a una nación entera. Incluso si nos encontramos en cautiverio en un país extranjero, sirvamos allí para el bienestar de ese pueblo.
Finalmente, comprendan que la presencia de ustedes, tal vez puede ser la razón por la cual el Señor está reteniendo su juicio. Cuando Dios llamó a Noé y le confió la construcción del arca para preservarlo a él y a su familia y con esto a la raza humana, retuvo la lluvia del juicio del diluvio hasta el momento en que Noé hubo concluido su obra. El Señor aún no ha retornado, y existe la posibilidad de que algunos a quienes ustedes puedan testificarles, se arrepientan crean en Él como su único y suficiente Salvador y sean salvos.
Como Noé debemos ser “predicadores de justicia”, a pesar de que sabemos que el fin está cercano. No debemos regodearnos, ni mucho menos disfrutar ante la perspectiva de la inminente condena de millones de personas a nuestro alrededor, por muy perversos que sean.
Por muy ansiosos que estemos anhelando el momento del Rapto, y el retorno del Señor Jesucristo en gloria, recordemos a Amós 5: 18-20 que dice: “¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz; como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra. ¿No será el día de Jehová tinieblas, y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor?”. Este texto nos hace culpable a cada uno de nosotros por la condenación de todos esos que aún no conocen al Señor Jesucristo como Salvador y Señor de sus vidas.
Sabemos que el Rapto será un evento glorioso para todos esos que sean parte de la Esposa de Cristo, mientras que para aquellos que se queden, la tierra se convertirá en un infierno viviente de oscuridad inimaginable. Más tarde, cuando tenga lugar la Segunda Venida del Señor Jesucristo en gloria, muchos serán condenados ante el tribunal de Cristo.
Fue por esta razón que Pablo se lamentó con estas palabras, con respecto a sus compañeros judíos que no conocían al Señor: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne” (Romanos 9:1–3).
¿Acaso la motivación de ustedes por compartir el evangelio es tan profunda como la de Pablo? ¿Sienten una gran pena y un dolor incesante cuando consideran la condición desesperada de las personas a su alrededor y todos sus familiares y amigos que están perdidos y no conocen a Cristo?
Solamente hay una solución para la condición pecaminosa y rebelde tanto de naciones como de individuos, y un medio para escapar del juicio que le espera a todos los que no conocen o rechazan al Señor Jesucristo. “Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; Admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en Él confían” (Salmo 2:10–12).