Quisiéramos ahora comenzar con un versículo de la Escritura muy interesante. Hemos leído ya en dos ocasiones en la Primera Epístola a los Corintios, capítulo 2. Primero, cuando estábamos considerando el Libro, o sea, la Biblia, y luego, desde que hemos estado considerando este asunto de siempre comenzar con oración. Leímos antes de este versículo y leímos después de este versículo, pero no leímos este versículo en particular. Quisiéramos leerlo hoy. Se trata del versículo 11 de la Primera Epístola a los Corintios, capítulo 2. Escribe el Apóstol Pablo:
Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. (1 Cor. 2:11)
Ahora, este versículo expresa de una manera muy breve y comprensible la razón por la cual el Espíritu de Dios debe ser nuestro Maestro. Usted y yo nos comprendemos, pero no comprendemos a Dios. Es decir, normal y naturalmente, no podemos comprender a Dios. Únicamente el Espíritu de Dios puede revelarnos las cosas que son de Dios.
Ahora, usted y yo nos entendemos, y creemos que es hasta un disparate hablar acerca de una brecha entre las generaciones que nos impide comunicarnos. Es verdad que siempre ha sido difícil que una persona mayor y un joven estén enteramente de acuerdo; pero ese no es motivo para que no puedan comunicarse el uno con el otro. ¡Claro que podemos comunicarnos! Y podemos hacerlo porque todos somos seres humanos. Nos entendemos el uno al otro, pero en lo que se refiere a Dios, el caso es diferente. Y francamente hablando, yo no puedo entender a Dios a menos que Él se me revele. No sé cómo se siente Dios. ¿Se ha preguntado usted alguna vez, cómo se sentiría Dios en un funeral? Pues, vaya a la Biblia y camine con el Señor Jesús. Él asistió a varios funerales, y a propósito, siempre los interrumpía. Pero notamos también que cuando asistió al funeral de Lázaro, Jesús lloró. Y esto me permite saber cómo se siente Él, y sé cómo se siente Él con respecto a muchas cosas, porque el Espíritu de Dios a través de la Palabra de Dios me lo ha revelado.
Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? – dice Pablo. Recuerdo un incidente que sucedió a mi padre cuando yo estaba muy niño. Sucede que fuimos una mañana a un supermercado para comprar los víveres de la semana. Cuando terminamos la compra, nos dirigimos a la parada del autobús que nos conduciría hasta nuestra casa. Entre otras cosas, mi padre había comprado dos galones de aceite que estaban contenidos en dos botellas de cristal. Durante el trayecto hacia la parada del autobús, mi padre pisó una cáscara de banano y se resbaló. Ahora, para evitar el romper las botellas, las levantó en alto y por supuesto que golpeó fuertemente contra el piso. A pesar de que había muchas personas atravesando por ese lugar, mi padre miró a su alrededor, me supongo que para ver si alguien estaba fijándose en que él se había caído. Y yo sabía exactamente cómo se sentía él. Yo me hubiera sentido de la misma manera si hubiera sido yo el que hubiera caído. Bien, después de esto mi padre se levantó, tomó las botellas de aceite y todos continuamos nuestro trayecto hasta tomar el autobús que nos llevó a casa. Con esto quiero ilustrar que mi padre tiene un espíritu humano y yo también tengo un espíritu humano, y por eso nos comprendemos. Por eso pude entender cómo se sentía él, porque yo también tengo un espíritu humano. No creemos que haya tanta brecha entre las generaciones en ninguna parte, porque creemos que los seres humanos podemos comprendernos. Pero, ¿quién es capaz de comprender a Dios? Solamente el Espíritu de Dios. Y es precisamente por eso que es necesario que el Espíritu de Dios sea quien nos enseñe acomodando lo espiritual a lo espiritual.
Renán, el escéptico francés, lanzó un ataque contra la Palabra de Dios, como usted sabe. Sin embargo, escribió un libro sobre la vida de Cristo. Su libro está dividido en dos secciones. Una es la sección histórica, y la otra es su interpretación de la vida de Cristo. En lo que se refiere a la primera sección, es probable que nunca se haya escrito una historia de la vida de Cristo más excelente que ésta. Pero su interpretación de la vida de Cristo es positivamente absurda. Podría haberla interpretado mejor un niño de 12 años que asiste con regularidad a una Escuela Dominical. Ahora, ¿cómo se explica esto? Pues, el Espíritu de Dios no nos enseña historia ni nos revela los hechos que podemos averiguar por nuestra propia cuenta; cualquier mente inteligente puede averiguar esos detalles. Pero la interpretación es cosa totalmente distinta. El Espíritu de Dios es quien debe interpretar, y sólo Él debe ser el Maestro que nos guíe a la verdad. Es preciso, pues, que el Espíritu de Dios abra nuestros ojos para que veamos y para que entendamos.
Se cuenta que Holman Hunt, el gran pintor cristiano, hizo en una ocasión, una exposición de pinturas y exhibió una pintura de la puesta del sol. Era una pintura bella y excelente. Estaba en la exposición una señora de esas que les gusta hablar mucho, y al detenerse para contemplar la pintura, la encontró pasmosa, y comentó: “¿Quién ha visto jamás una puesta de sol así como ésta?” El pintor Holman Hunt que estaba presente y escuchó por casualidad la observación de la dama, le respondió: “Señora, ¿no quisiera usted poder ver una puesta del sol así?” Hay muchos hoy en día que miran la Palabra de Dios; leen la Biblia pero en realidad no ven nada. Se maravillan y se preguntan cómo alguien puede estar interesado en ella. Un miembro de una iglesia dijo en una ocasión: “Yo no perdería mi tiempo yendo al estudio bíblico el jueves por la noche. Yo tendría que viajar como 24 kilómetros”. Sin embargo, ese mismo hombre viajaba una distancia mucho mayor para asistir a una fiesta; pero no, no quería viajar 24 kilómetros para estudiar la Palabra de Dios. Amigo oyente, sólo el Espíritu de Dios puede revelarnos las maravillas de este Libro santo. Y eso, a propósito, hace que uno se pregunte y dude de algunos
de nuestros miembros de las iglesias hoy en día. Nuestra posición hoy es que la Biblia es la verdadera prueba de un creyente; y su actitud y su relación con la Biblia son de suma importancia y deben ser tomadas en consideración. Permítanos leer un pasaje de la Escritura que es muy importante en relación con esto. Se encuentra en el evangelio según San Juan, capítulo 16, versículos 12 al 16. Son palabras del Señor Jesucristo, dijo Él:
12 Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. 13 Pero cuando venga elEspíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. 16 Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre. (Juan 16:12-16)
El Señor Jesús nos está diciendo que debemos pedir. Él tiene muchas cosas para nosotros y quiere revelarnos estas cosas por medio del Espíritu Santo. Ahora, en Juan, capítulo 14, versículo 26, leemos:
26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Juan 14:26)
Ahora, el Espíritu Santo es el maestro y debe ser Él quien nos dirija y nos guíe a toda verdad. Amigo oyente, si aprendemos algo por medio de este programa de estudio bíblico que estamos comenzando, no será porque este predicador aquí sea el maestro; aprenderemos porque el Espíritu de Dios está abriéndonos la Palabra de Dios. Y, ¿sabe una cosa? Vamos a depender de Él para que haga precisamente eso. Esta es, entonces, la primera guía: empezar con oración cada estudio, pidiendo al Espíritu de Dios que sea nuestro Maestro.
Pasamos ahora a considerar el segundo paso, o la segunda guía para el entendimiento de las Sagradas Escrituras. El segundo paso, dijimos que era: leer la Biblia. Este segundo paso puede parecer una simplificación excesiva “leer la Biblia”. Alguien preguntó en una ocasión a un gran erudito en las obras de Shakespeare: “¿Cómo se estudia a Shakespeare?” Y la respuesta del erudito fue muy breve y concisa: “Lea a Shakespeare”. Y, nosotros le diríamos a usted lo mismo: Lea la Palabra de Dios. Si usted quiere saber lo que la Biblia tiene que decir, lea la Biblia. Además de lo que cualquier maestro pueda enseñarle, es de suma importancia que lea usted mismo lo que dice la Biblia.
Ya hemos sugerido que escuche el programa; que nos escriba solicitando las notas y bosquejos que ofrecemos, y que lea el pasaje de la Escritura que estemos considerando. Permítanos ahora decirle también que sea que consiga o no las notas; y sea que escuche o no el programa, es de suma importancia leer lo que la Biblia tiene que decir. Esto es de una importancia vital.
El Dr. G. Campbell Morgan ha escrito algunos libros maravillosos y muy provechosos sobre la Biblia. Tiene una serie de libritos en Inglés llamados: “Mensajes Vivientes de los Libros de la Biblia”. Esta serie de mensajes abarca todos los 66 libros de la Biblia. Bien, se decía que el Dr. Morgan no ponía nada por escrito hasta cuando hubiera leído por cincuenta veces un determinado libro de la Biblia. Piense en esto, amigo oyente, y no se canse de hacer lo bueno. Lea la Palabra de Dios. Si no la entiende la primera vez, léala por segunda vez. Si no la entiende la segunda vez, pues, léala por tercera vez y siga leyéndola. Podemos asegurarle que no perderá el tiempo. Usted y yo debemos averiguar los hechos contenidos en la Palabra de Dios. No creemos que el Espíritu de Dios nos revele los hechos que bien podemos investigar por nosotros mismos.
Recuerde que la Biblia es un Libro divino y a la vez un Libro humano. Si usted va a aprender ciertas cosas en cuanto a la Biblia, sencillamente va tener que estudiar esas cosas; va a tener que leer la Biblia; y leerla repetidas veces. Es preciso estudiarla como cualquier libro humano; pero también es un Libro divino y requiere que el Espíritu de Dios nos revela sus inmensas verdades.
Hay un incidente muy interesante en el libro de Nehemías y que habla de esa gran lectura bíblica que tuvo lugar frente a la puerta de las Aguas, y Esdras leyó allí. Se encuentra en el capítulo 8 de Nehemías, versículos 1 al 3; leamos:
1y se juntó todo el pueblo como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, y dijeron a Esdras el escriba que trajese el libro de la ley de Moisés, la cual Jehová había dado a Israel. 2Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo. 3Y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que podían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley. (Neh. 8:1-3)
Este es un pasaje muy notable de las Escrituras. Estas personas habían estado en la cautividad babilónica por unos setenta años; muchos de ellos nunca habían oído la Palabra de Dios. No circulaba mucho en aquel entonces, ni se publicaba tantas versiones distintas; tampoco se imprimía copias nuevas todo el tiempo. Es probable que hubiera una sola copia, o tal vez dos en existencia, y Esdras tenía una de ellas.
Vemos por la manera en que se relata la historia, que ubicaron a hombres de la tribu de Leví en ciertos lugares entre la gente. Después que Esdras leía alguna porción, se detenía por unos momentos para que los que escuchaban, tuvieran la oportunidad de hacer preguntas a los hombres que estaban asignados, quienes podrían explicarles la Biblia. La segunda parte del versículo 7 de este capítulo 8 de Nehemías, dice:
7 Y los levitas . . . . hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar. (Neh. 8:7)
Luego, el versículo 8 es muy importante también, dice:
8 Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura. (Neh. 8:8)
Notamos aquí que hay una de las lecciones más grandes que debemos aprender, y es la lectura de la Biblia con entendimiento. El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee compartía que él solía enseñar a un grupo de teólogos jóvenes que estudiaban para el ministerio. Les enseñaba homilética, es decir, cómo predicar, y una de las cosas que les decía era que es menester aprender a leer la Biblia claramente, y esa fue la lección más grande para ellos. Luego, el Dr. McGee continuó diciendo: “No me gusta cuando alguien se pone de pie para leer la Biblia, y la lee como si estuviera hablando entre los dientes, y por fin no se sabe si es que lee en Chino o en otro idioma”. Tenemos que leer el Libro de Dios con claridad y es preciso darle el sentido que tiene. Parece ser muy sencillo, pero es muy importante que el pueblo de Dios entienda Su Palabra. Por eso debemos leer la Biblia.
Hay tantas distracciones hoy que nos apartan del estudio de la Palabra de Dios. Una de las distracciones más grandes es la iglesia misma. La iglesia se compone de comités, organizaciones, banquetes, diversiones, proyectos de fomento, hasta tal punto que ni aun se considera la Palabra de Dios en muchas de nuestras iglesias hoy en día. Hay iglesias que han eliminado del todo el servicio de predicación. En su lugar ofrecen una hora en que las personas se expresan y dicen lo que opinan, o también ofrecen una hora social. Y consideramos que esta es una de las cosas infantiles que mejor hacen perder el tiempo. Creemos que es una buena excusa para un predicador perezoso que no lee ni estudia la Biblia, y así, por supuesto, puede evitar su deber y su responsabilidad de predicar.
Hace falta hoy en día que alguien hable las cosas que Dios habla. El Apóstol Pablo dice que es por la locura de la predicación que Dios va a salvar a los hombres. Y eso quiere decir, la predicación y la enseñanza de la Palabra de Dios. Cuando Pablo escribió su última carta al joven Timoteo, le dijo que predicara la Palabra. Y el Salmista nos dice en el Salmo 36, versículo 9:
9 Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz. (Sal. 36:9)
Es por la lectura de la Palabra de Dios, que es luz, y por el Espíritu de Dios que nos guía a toda verdad, que podremos ver la luz. En consecuencia, tenemos aquí algunos puntos muy importantes: comenzar con oración; leer la Biblia; y estudiar la Biblia.
Hay tantos miembros de iglesias que desconocen totalmente la Biblia. Simplemente no saben la Palabra de Dios, no la conocen. Hace años que la enseñan en la iglesia corriente. Nos hace falta leer la Biblia y hay que profundizarla de veras. No es suficiente leer únicamente unos versículos escogidos o favoritos. Hay que leer toda la Palabra de Dios. Amigo oyente, ese es el único método de conocerla, y ese es el método de Dios.
Entramos ahora al tercer paso, o a la tercera guía para el entendimiento de las Escrituras. Este tercer paso es: estudiar la Biblia. Hace años alguien se acercó al Dr. Morgan y le dijo: “Usted habla como si estuviera inspirado”. El Dr. Morgan contestó: “La inspiración está compuesta de noventa y cinco por ciento de sudor”. Ahora, permítanos decirle que hay que estudiar la Biblia. Debemos darnos cuenta que el Espíritu de Dios no nos enseñará algo que bien podemos aprender nosotros mismos estudiando Su palabra.
Cuando cursaba el bachillerato, había un profesor que nos decía que había notado algo bastante interesante en los estudiantes. Decía él que muchos de los estudiantes solían salir a su recreo, especialmente durante el tiempo próximo a los exámenes llevando un libro bajo el brazo. Pero notaba también que durante todo el tiempo de recreo, estos estudiantes permanecían con el libro debajo de su brazo, pero conversando con otros estudiantes. Les decía él: “¿Ustedes creen que van a aprender la lección así, o que se van a preparar apropiadamente para un examen con un libro bajo el brazo? ¿Creen ustedes que el conocimiento va a ser absorbido a través de sus tejidos y llegar a su mente? Es imposible que esto ocurra. Y, amigo oyente, si esto es imposible con cualquier tipo de estudio que se lleve a cabo en cualquier materia, pues, lo mismo va a ocurrir en lo que se refiere a la Palabra de Dios. Amigo oyente, tenemos que consagrarnos, tenemos que dedicarnos a estudiar la Palabra de Dios.
Un joven estudiante en una universidad bíblica, dijo en cierta oportunidad a su profesor: “Usted nos ha asignado una porción que es muy seca”. Sin perder un instante, el profesor respondió: “Pues, mójela con un poquito del sudor de su frente”. La Biblia, amigo oyente, debe ser estudiada; y es muy importante que veamos y entendamos esto. No creemos que el Espíritu de Dios revele verdades a personas perezosas. Después de todo, nunca podríamos aprender logaritmos o geometría o griego, solamente leyendo un capítulo relacionado con la materia que estamos estudiando, antes de acostarnos por la noche. Es necesario que abramos y estudiemos la materia, en este caso, la Palabra de Dios en toda su extensión.
En nuestro próximo programa, hablaremos acerca de las lecturas devocionales. Y creemos que muchos van a quedar sorprendidos y quizá hasta escandalizados con lo que vamos a decir con respecto a las lecturas devocionales, pero esperamos motivarles de esta manera a estudiar la Palabra de Dios. Bien, nuestro tiempo ya toca a su fin y debemos detenernos aquí por esta oportunidad. Todavía no hemos concluido la consideración de la tercera guía o el tercer paso para el entendimiento de las Sagradas Escrituras, o sea, estudiar la Biblia. Continuaremos su consideración en nuestro próximo programa. Ahora sólo nos resta expresarle nuestros más sinceros agradecimientos por la atención dispensada y le invitamos para nuestro próximo estudio; es nuestra oración ¡que el Dios Todopoderoso le colme de Sus más ricas y abundantes bendiciones!