20Y diréis también: He aquí tu siervo Jacob viene tras nosotros. Porque dijo: Apaciguaré su ira con el presente que va delante de mí, y después veré su rostro; quizá le seré acepto. 21Pasó, pues, el presente delante de él; y él durmió aquella noche en el campamento. 22Y se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. 23Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. (Gén. 32:20-23)
Esta es la noche cuando Jacob tuvo una gran experiencia. Llegó a este lugar muy desolado al cruzar el vado de Jaboc. Hoy, por esa región, hay una carretera muy bonita; la construyeron para el reino hesomita del Jordán. Conduce a un área, que no sería posible ver si no fuera por esa carretera. Es algo solitario por allá. El cruce está en un lugar muy desolado y queda entre dos cerros. Es escabroso y montañoso pero son realmente cerros.
Allí es donde llegó Jacob esa noche. Y notamos que no es un hombre feliz, porque está lleno de temor y dudas. Recuerda que tiempo atrás, había maltratado a su hermano Esaú. Dios no le mandó a conseguir la primogenitura con el método que él empleó. Dios se la iba a dar de cualquier manera. Por tanto, esa noche envió todo lo que tenía para que cruzara el vado de Jaboc. Y se quedó en un lado a solas. Él pensaba que si llegaba el hermano, puede que se salvara la familia y simplemente le mataría a él. Por tanto, Jacob se encuentra muy solo. Notemos ahora un aspecto muy importante aquí. Leamos el versículo 24 de este capítulo 32 de Génesis, que dice:
24Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. (Gén. 32:24)
Tenemos que ser francos al estudiar esta lucha. Hemos oído decir que Jacob fue quien luchó. En realidad, Jacob no luchó de ninguna manera. El no quería luchar contra nadie. Vamos a ser francos. Tiene al tío Labán tras de sí, quien no tiene buenas intenciones para con él. Por delante, tiene al hermano Esaú. Y en realidad, Jacob no sirve de contendor para ninguno de los dos. Se encuentra, como dijéramos, entre la espada y la pared y no sabe qué hacer. Ahora, ¿piensa usted que quisiera enfrentarse a otro contendor esa noche? Bueno, creemos que no.
Hace algunos años, la revista “Time”, en su sección de deportes, informó sobre los votos a favor del luchador más grande y dijo: “ Ni un sólo voto llegó al atleta más famoso de la historia, el luchador Jacob.” Luego, recibieron una carta por correo de alguien que decía: “Háganme el favor de decirme algo de este luchador Jacob. Nunca antes había oído hablar de él”. Bueno, es obvio que nunca leyó la Biblia. Jacob no es luchador. Y quisiéramos que esto quede aclarado aquí al principio. Aquella noche se quedó solo porque quería estar solo, y no buscaba ninguna lucha.
Ahora, ¿quién fue el que luchó con Jacob aquella noche? Bien, es una buena pregunta y ha habido bastante especulación en cuanto al personaje que luchó con Jacob. Creemos que no fue otro sino el Cristo pre-encarnado y tenemos una evidencia de ello. Leamos en Oseas, capítulo 12, los versículos 1 al 5, que dicen: Efraín se apacienta de viento, y sigue al solano; mentira y destrucción aumenta continuamente; porque hicieron pacto con los asirios, y el aceite se lleva a Egipto. Pleito tiene Jehová con Judá para castigar a Jacob conforme a sus caminos; le pagará conforme a sus obras. En el seno materno tomó por el calcañar a su hermano, y con su poder venció al ángel. Venció al ángel, y prevaleció; lloró, y le rogó; en Bet-el le halló, y allí habló con nosotros. Mas Jehová es Dios de los ejércitos; Jehová es su nombre.
Jehová es su nombre. Amigo oyente, no fue otro sino Jehová, el Cristo pre-encarnado quien luchó con Jacob aquella noche. Leamos ahora, los versículos 25 y 26 de Génesis, capítulo 32:
25Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. 26Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. (Génesis 32:25, 26)
Notamos aquí, que Jacob no se rinde fácilmente. No es ese tipo de hombre. Por fin, Aquel que luchaba con él, descoyunta la pierna a Jacob. Y, ¿qué pasa? Jacob simplemente se agarra de Él. No está luchando. Simplemente se agarra de Él. Se dio cuenta que no podía vencer a Dios, luchando. La única manera de vencerle es sometiéndose y simplemente agarrándose de Él. Abraham había aprendido eso. Por eso Abraham dijo un “Amén” a Dios. Creyó a Dios y Dios lo contó por justicia. Abraham estaba sin recursos y abrazó a Dios. Amigo oyente, cuando usted se encuentre sin recursos, entonces, confíe en Dios. Se dará cuenta que cuando se está dispuesto a agarrarse de Él, Él está allí, siempre listo para ayudarnos. Leamos ahora los versículos 27 y 28:
27Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. 28Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. (Génesis 32:27, 28)
Ya no es más Jacob. Jacob es el usurpador, el tramposo, ahora es Israel y, ¿por qué? Porque, como dijo el ángel, has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. De aquí en adelante, la nueva naturaleza de Israel será manifestada en la vida de este hombre. Sigamos ahora con los versículos 29 y 30 de Génesis 32:
29Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. 30Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma. (Génesis 32:29,30)
A la salida del sol, cojeaba Jacob de su cadera. Había visto al ángel de Jehová, el Cristo pre- encarnado. Dios tuvo que ponerlo cojo para ganarlo. Dios le descoyuntó la pierna, pero consiguió al hombre. De aquí en adelante, Jacob manifestará una naturaleza espiritual, una dependencia total de Dios.
Hay otro joven en el Nuevo Testamento, también hijo de Jacob y lleva el nombre de Saulo de Tarso. Nos cuenta de su conflicto en el capítulo 7 de su epístola a los Romanos. El no pudo ganar. Por fin se dio cuenta que al entregarse y dejar que el Espíritu de Dios hiciera lo que la ley no podía hacer, entonces, podía vencer. Amigo oyente, El Espíritu de Dios puede hacer lo que la ley no puede hacer en su vida. Es un hecho de la voluntad. Es una sumisión al Espíritu de Dios. Eso es exactamente lo que hizo Jacob. Jacob venció, obtuvo la victoria. No la consiguió luchando, sino entregándose. Jacob tuvo que ser quebrantado antes que Dios lo pudiera usar. Y es la única manera en que usted, amigo oyente, y yo podemos vencer. Y así concluimos nuestro estudio del capítulo 32 del libro de Génesis. Comenzamos ahora, el capítulo 33. Y al continuar estudiando la vida de este hombre Jacob, notaremos que hay un cambio. No hallaremos un cambio completo con tan poco tiempo de aviso. Los sicólogos nos dicen que formamos hábitos. Producimos ciertas conexiones sinópticas en el sistema nervioso y hacemos las cosas por hábito. Somos criaturas de hábitos. Por tanto, este hombre Jacob, caerá en sus propios caminos muchas veces.
Pero, comenzamos a ver algo nuevo en él ahora. Antes de terminar nuestro estudio de su vida, notaremos que es un verdadero hombre de Dios. En primer lugar, lo vimos en su hogar, luego en la tierra de Harán y notamos que era un hombre de la carne. Aquí en Peniel, en el vado de Jaboc, lo hallamos luchando. Después de esto, y por todo su viaje a Egipto, lo vemos como un hombre de fe.
Un hombre de la carne, luego un hombre luchando, y por fin un hombre de fe, lo que también caracteriza la vida del Apóstol Pablo. Hubo tres períodos en su vida. Fue convertido y luego pensaba que podía vivir la vida cristiana. Y es allí donde nos equivocamos cuando llegamos a ser cristianos. Francamente, creíamos que podíamos vivir la vida cristiana. Después de todo, no necesitábamos ayuda, la podíamos vivir fácilmente. Así pensábamos algunos de nosotros, pero la parte difícil, era que no nos es posible vivirla. Usted recordará que allí es donde Pablo tuvo su problema; continuaba haciendo lo que precisamente no deseaba hacer. Se dio cuenta no solamente que en la naturaleza vieja no había el bien, sino que tampoco había fuerza ni poder en la naturaleza nueva. Por fin escuchamos su llanto; en el capítulo 7, versículo 24 de su epístola a los Romanos, dijo el Apóstol: ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Y luego, algo sucedió. Leamos ahora el versículo 25 del mismo capítulo 7 de Romanos, donde Pablo dice: Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Es por Cristo que Pablo tuvo que agradecer porque Él iba a ser su ayuda. Por Cristo. Y esa es la manera para todos y cada uno de nosotros. Tenemos esa naturaleza vieja y no puede hacer nada que agrade a Dios. En efecto, Pablo seguía diciendo que era enemistad contra Dios. En el capítulo 8 de Romanos, dice: Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
Amigo oyente, no podemos agradar a Dios en la carne. No es sino hasta cuando usted y yo nos entreguemos a Él y dejemos que obre a través de nosotros, cuando entonces, podemos agradar a Dios. El entregarse es un hecho de la voluntad de una persona regenerada, re- engendrada entregándose a Dios. ¡Qué ilustración tenemos de eso aquí en Jacob! Recuerde usted que la Biblia nos dice que todas estas cosas fueron escritas para nuestra instrucción y que sucedieron para servirnos como ejemplos.
En el capítulo 33 de Génesis, encontramos entonces, a un nuevo hombre. Este capítulo nos relata del encuentro de Jacob con Esaú. Luego, Jacob sigue hasta Siquem. Pero ahora, es un Jacob nuevo. Leamos los primeros cuatro versículos de este capítulo 33 de Génesis:
1Alzando Jacob sus ojos, miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él; entonces repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas. 2Y puso las siervas y sus niños delante, luego a Lea y sus niños, y a Raquel y a José los últimos. 3Y él pasó delante de ellos y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano.
4Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron. (Génesis 33:1-4)
Jacob quería salvar a su familia, y por eso los separó. Nos hubiera gustado haber visto a Jacob cuando encontró a su hermano Esaú. Suponemos que comenzó a postrarse estando aún a un kilómetro de distancia. Llegó luego muy humillado porque Esaú tenía con él, unos 400 hombres. Jacob no sabe cómo es que viene, si de amigo o de enemigo.
Son hermanos. Realmente son gemelos. Parece que se olvidarán de lo pasado. Creemos que Dios debe haber tocado a Esaú para cambiarlo porque había jurado venganza, y amenazaba matar a Jacob. Luego de este encuentro tan conmovedor, veamos qué sucede según los versículos 5 al 7 de Génesis, capítulo 33:
5Y alzó sus ojos y vio a las mujeres y los niños, y dijo: ¿Quiénes son éstos? Y él respondió: Son los niños que Dios ha dado a tu siervo. 6Luego vinieron las siervas, ellas y sus niños, y se inclinaron. 7Y vino Lea con sus niños, y se inclinaron; y después llegó José y Raquel, y también se inclinaron. (Génesis 33:5-7)
Notemos ahora que Esaú rehusa aceptar el regalo de Jacob, hasta que Jacob insiste que lo tome. Los versículos 8 y 9, dicen:
8Y Esaú dijo: ¿Qué te propones con todos estos grupos que he encontrado? Y Jacob respondió: El hallar gracia en los ojos de mi señor. 9Y dijo Esaú: Suficiente tengo yo, hermano mío; sea para ti lo que es tuyo. (Génesis 33:8,9)
Creemos que por un momento, Jacob piensa que su estrategia de encontrar a su hermano tiene éxito. Pero, note usted que no era necesario. Y fíjese cómo han cambiado Esaú y Jacob. Esaú dice que tiene lo suficiente. Conozcamos más de cerca el ruego de Jacob a su hermano Esaú; leamos los versículos 10 y 11, que dicen:
10Y dijo Jacob: No, yo te ruego; si he hallado ahora gracia en tus ojos, acepta mi presente, porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que
con tanto favor me has recibido. 11Acepta, te ruego, mi presente que te he traído, porque Dios me ha hecho merced, y todo lo que hay aquí es mío. E insistió con él, y Esaú lo tomó. (Gén. 33:10-11)
Esta es una escena algo curiosa. Hasta el momento, estos dos hombres se perseguían en la carne. Cada uno trataba de conseguir algo del otro. Esto era especialmente cierto en cuanto a Jacob. Pero, ahora encontramos que Jacob desempeña otro papel. Aquí insiste que su hermano Esaú reciba un regalo. Su hermano, por su parte, insiste en que no necesita de él. Esaú le asegura que no le falta el regalo. Sin embargo, Jacob insiste que lo tome. Amigo oyente, algo ha pasado para cambiar a Jacob.
Usted recordará a Zaqueo que subió al árbol. Cuando nuestro Señor Jesucristo le dijo que bajara, y fue con él a su casa, algo sucedió a Zaqueo. No era el mismo hombre que había subido al árbol. Dijo que nunca más sería el recaudador de contribuciones; que había robado a la gente y les defraudaba. Quería devolver no sólo todo lo que había robado de sus métodos malos, sino también quería devolverlo por cuadruplicado. Y, puede usted estar seguro que había defraudado a mucha gente. ¡Qué diferencia! ¡Qué cambio hubo! Bien se podía saber cuál casa había visitado Jesús.
Ciertamente había ocurrido un cambio en la vida de Jacob. Antes había entregado un plato de sopa a Esaú en pago por la primogenitura de él. Ahora estaba dispuesto a entregar manadas a su hermano en pago por nada. Su hermano no quería recibir el regalo pero Jacob insistió, y por fin, Esaú lo recibe. En aquel día y en aquella tierra si uno rehusaba tomar el regalo que otro le insistía que tomara, lo consideraban como un insulto. Por eso, al fin, Esaú recibe el regalo de su hermano Jacob. Sigamos adelante con esta apasionante historia. Leamos ahora los versículos 12 al 14 de Génesis, capítulo 33, que dicen:
12Y Esaú dijo: Anda, vamos; y yo iré delante de ti. 13Y Jacob le dijo: Mi señor sabe que los niños son tiernos, y que tengo ovejas y vacas paridas; y si las fatigan, en un día morirán todas las ovejas. 14Pase ahora mi señor delante de su siervo, y yo me iré poco a
poco al paso del ganado que va delante de mí, y al paso de los niños, hasta que llegue a mi señor a Seir. (Gén. 33:12-14)
Esaú ofrece su protección a Jacob al volver él a la tierra. Dice que irá delante para mostrarle el camino. Jacob responde que su familia, las ovejas y las vacas paridas, no pueden viajar tan rápido como viaja un ejército de 400 hombres. Por tanto, le dice a Esaú que siga con sus hombres. Notemos ahora los versículos 15 al 17:
15Y Esaú dijo: Dejaré ahora contigo de la gente que viene conmigo. Y Jacob dijo:
¿Para qué esto? Halle yo gracia en los ojos de mi señor. 16Así volvió Esaú aquel día por su camino a Seir. 17Y Jacob fue a Sucot, y edificó allí casa para sí, e hizo cabañas para su ganado; por tanto, llamó el nombre de aquel lugar Sucot. (Gen. 33:15-17)
Esaú vivía en la tierra de Edom. Vuelve a su propia tierra, a su hogar. Sin embargo, deja una guardia que acompañe y ayude a Jacob. Cuando Jacob llega a Sucot, edifica una casa y unas cabañas. Ahora, no corramos tan apresuradamente que no hagamos caso de lo que ha sucedido. Un gran cambio ha ocurrido a este hombre, Jacob. Todo el plan mañoso de Jacob de presentar un regalo a su hermano se ha frustrado. Dios había preparado el corazón de Labán para que no hiciera daño a Jacob. Asimismo, Dios había preparado el corazón de Esaú para que recibiera a Jacob. Ahora Jacob tiene paz con los dos hombres. Esaú no quería el regalo de Jacob porque él mismo tenía abundancia. Cuando Jacob insistió, Esaú tomó el regalo cortésmente. Ambos hermanos parecen ser generosos y sinceros en su reconciliación. No existe ninguna razón para dudarlo. Siendo que Esaú ahora es rico, y siendo que no ha atribuido ningún valor particular a la primogenitura de todos modos, no hay razón por la cual no pueda reconciliarse con su hermano gemelo. Ahora el sol empieza a brillar en la vida de Jacob. Labán queda pacificado y Esaú es reconciliado con él. Dios arregló todo esto para Jacob.
Si hubiera dejado a Jacob a su propia maña, de seguro hubiera llegado a una muerte con violencia. Después de poco tiempo, Jacob reflexionará sobre su vida y al hacerlo, verá la mano de Dios en su vida y dará a Dios la gloria. Sin embargo, el mal que ya ha sembrado debe segarlo abundantemente. Todavía le queda al hombre muchas dificultades.
No hay ninguna indicación de que Esaú haya tenido una experiencia espiritual. Hay una explicación natural para su amistad. Tenía riquezas en abundancia y no le interesaba la primogenitura. Esaú, pues, se va para Seir, y nos despedimos de él por el momento. Regresará más tarde para el funeral de su padre cuando muere Isaac. Hay un versículo de la Escritura que bien pudiéramos escribir sobre la vida de Esaú. Se encuentra en Proverbios 14, versículo 12, y dice: Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte. Volviendo a Génesis, capítulo 33, leamos los versículos 18 al 20:
18Después Jacob llegó sano y salvo a la ciudad de Siquem, que está en la tierra de Canaán, cuando venía de Padan-aram; y acampó delante de la ciudad. 19Y compró una parte del campo, donde plantó su tienda, de mano de los hijos de Hamor padre de Siquem, por cien monedas. 20Y erigió allí un altar, y lo llamó El-Elohe-Israel. (Génesis 33:18-20)
A veces critican a Jacob porque se detuvo aquí en Sucot y en Siquem, y no siguió hasta Bet- el. En realidad, no debemos esperar tanto de Jacob ahora mismo. Está lisiado y está empezando a aprender a caminar con las piernas espirituales. Jacob edifica un altar aquí, así como su abuelo Abraham tenía la costumbre de edificar altares por dondequiera que iba. Lo más notable es que Jacob identificó su nombre nuevo con el nombre de Dios. Llamó a este lugar El-Elohe-Israel, que significa: Dios, el Dios de Israel. Esto indica un desarrollo verdadero en la vida de un hombre que está aprendiendo a caminar.
Vamos a decirlo así. Este hombre está en camino a Bet-el, pero no ha llegado allí todavía. Primero, viaja a Sucot, pero hasta el momento, este hombre no había edificado altares a Jehová Dios de su padre. Ahora ha hecho precisamente eso. Ahora llega a tener un testimonio para con Dios. Y así concluye nuestro estudio del capítulo 33 de Génesis. Y en él hemos visto el encuentro de Jacob y Esaú. Hemos considerado tres aspectos principales. Jacob se encuentra con Esaú y le presenta su familia. Luego, vemos que Esaú rehusa aceptar los presentes de Jacob hasta cuando Jacob insiste en que los reciba. En tercer lugar, Jacob y Esaú se separan. Pero el aspecto sobresaliente en todo el capítulo, es el cambio que se ha operado en Jacob, y esto es de suma importancia. Porque este es el punto al cual debemos llegar todos los hombres. Así como Jacob luchó o se agarró del ángel de Jehová y venció, asimismo Dios quiere otorgarnos la victoria por medio de Jesucristo. Y sólo podremos obtener esa victoria, sometiéndonos a la voluntad de Dios, sometiéndonos a Jesucristo mismo. Amigo oyente, si usted aún no ha aceptado a Cristo Jesús en su corazón, no se ha sometido a Su voluntad, le exhortamos a que lo haga en esta misma hora, y notará que Dios obrará en su vida un cambio profundo, un cambio radical, un cambio total, que le permitirá pertenecer a la familia de Dios. Quiera el Señor que usted pueda llegar a esta decisión en esta misma hora. ¡Es nuestra oración, que Dios le bendiga ricamente!