27Y subió Abraham por la mañana al lugar donde había estado delante de Jehová. 28Y
miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura miró; y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno. (Gén. 19:27-28)
Cuando Abraham miró hacia allá, creemos que en su corazón sintió tristeza. No estamos seguros si él sabía que Lot había escapado. Posiblemente se enteró más tarde. Pero, cuando miró hacia las dos ciudades, es probable que sintió tristeza al pensar en Lot. Abraham no había invertido ni un centavo en esas dos ciudades y por tanto, al llegar el juicio a Sodoma, no le perturbó de ninguna manera. No estaba, pudiéramos decir, enamorado de las cosas de Sodoma, ni de las cosas de este mundo.
El Apóstol Juan dice en su Primera Epistola, capítulo 2, versículo 15: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo”. Un predicador dijo, en cierta ocasión, que él tiene un mensaje que ha titulado: “Visitando los puntos de interés en Sodoma”, en el cual trata de mirar a Sodoma a través de los ojos del mismo Lot. Seguramente Lot tenía un mal concepto de la ciudad. La esposa de Lot, por su parte, se enamoró de ella. Luego presenta el concepto de Abraham quien no perdió nada en esa ciudad. También se puede visitar a Sodoma con el Señor y mirarla desde el punto de vista de Dios.
Es una lástima, amigo oyente, que la iglesia no esté mirando al pecado de la sodomía como el Señor lo mira. No creemos que sea más grande hoy que lo que ha sido en el pasado. Lamentablemente hay un porcentaje grande de nuestra población que es homosexual, y que se entrega a la perversión. Hoy hablamos de ella en una manera mucho más franca que antes. De hecho, hace diez años, quizá ni nos habríamos atrevido a mencionar esto por radio. Pero es algo que se discute por todos lados hoy.
Ahora, ¿cuál debe ser la actitud del cristiano con respecto a ella hoy día? Lot, en su día, sabía que era maldad. Dios la juzgó. ¿No es suficiente, pues, que el hijo de Dios hoy sepa que no debe comprometerse con este tipo de cosas? ¡Es pecado! Unos dicen que el gustar de la sodomía es una enfermedad. Lo mismo se dice en cuanto al alcoholismo. Y por supuesto que es una enfermedad. Claro que tal persona está enferma, pero ¿qué fue lo que le causó, lo que le impulsó a tomar la primera bebida, y luego, a continuar bebiendo hasta que llegó a convertirse en un alcohólico, en un enfermo? Amigo oyente, el pecado fue la causa, el pecado es el problema. Así es como lo llama el Apóstol Pablo en el primer capítulo de su epístola a los Romanos; y Dios dice que los entregó. Este capítulo 19 de Génesis, pues, es muy importante para la generación de nuestros días.
Y llegamos ahora al capítulo 20. Tenemos aquí un capítulo que no nos parece demasiado importante. Lo que encontramos aquí es algo que pensamos que nos gustaría excluir. Abraham repite el pecado que cometió con respecto a Sara, cuando bajó a la tierra de Egipto. Mintió acerca de ella, y la llamó su hermana. Ahora, una vez más, se repite esta misma historia.
Uno se pregunta ¿por qué se incluye esto en este capítulo aquí? Bueno, parece que es tan necesario, así como es necesario una quinta pata para la vaca. Sin embargo, está incluido por una razón muy importante, amigo oyente. Abraham y Sara tendrán que encarar y corregir este pecado antes de que puedan tener a Isaac, antes de que puedan recibir la bendición. Amigo oyente, mientras usted y yo no estemos dispuestos a encarar y corregir el pecado en nuestras vidas, no habrá bendición para nosotros. Este fue un convenio pecaminoso el que hicieron Abraham y Sara, a dondequiera que iban. En vez de confiar en Dios, entraron en este complot que era sólo una parte de la verdad. Y debían juzgarlo, antes de que les naciera un hijo y antes de que Abraham llegara a la prueba final de sacrificar a Isaac. Ahora, el versículo 1 y el versículo 2 de Génesis, capítulo 20, nos dicen:
1De allí partió Abraham a la tierra del Neguev, y acampó entre Cades y Shur, y habitó como forastero en Gerar. 2Y dijo Abraham de Sara su mujer: Es mi hermana. Y Abimelec rey de Gerar envió y tomó a Sara. (Gén. 20:1-2)
Ahora, esto es muy interesante. ¿Cree usted que Sara era bonita, era bella? Bueno, aquí tiene casi los 90 años, y en realidad, era muy hermosa, amigo oyente. No hay muchas mujeres que puedan llenar los requisitos de este departamento en particular. Ahora, Abraham viaja algo lejos hacia el sur de la tierra. Ha ido más allá de Cades Barnea, a donde los hijos de Israel subieron, y no podían entrar en la tierra. Ha bajado a Gerar, y no creemos que debiera haberlo hecho. Sea lo que fuera, miente una vez más en cuanto a Sara.
Luego, Dios aparece a Abimelec, rey de Gerar, en sueños. Y quisiera leer la confesión de Abraham después de que Abimelec se entrevista con él. Es lo que hace importante este capítulo, y revela el hecho de que a Abraham y a Sara no les nacerá Isaac hasta cuando encaren y corrijan el pecado que hay en sus vidas. Recuerde que este pecado data desde su convenio más temprano. Leamos los versículos 11 y 12 de este capítulo 20 de Génesis:
11Y Abraham respondió: Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer. 12Y a la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, mas no hija de mi madre, y la tomé por mujer. (Gén. 20:11-12)
Abraham está hablando con Abimelec, quien está grandemente perturbado al pensar que Abraham hiciera tal cosa y mintiera acerca de su esposa. Es fácil ver que no está confiando en Dios. Sintió como si estuviera viajando a un lugar impío, pero descubre que Abimelec tiene una percepción superior del bien y del mal. Al parecer, era un hombre que conocía a Dios, y un hombre que puso un valor grande sobre el carácter. Notará usted que el pobre Abraham, no se ve tan grande aquí al lado de Abimelec. Y procede entonces, a confesarle todo. Es en realidad la verdad a medias, y una mentira a medias. Ella es la media hermana de Abraham, y también su esposa. Leamos ahora el versículo 13 de Génesis, capítulo 20, que dice:
13Y cuando Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre, yo le dije: Esta es la merced que tú harás conmigo, que en todos los lugares adonde lleguemos, digas de mí: Mi hermano es. (Gén. 20:13)
Podemos ver aquí que al empezar su viaje, Abraham no confiaba completamente en Dios. Él y Sara hicieron un convenio que adondequiera que fueran, y que les pareciera que Abraham pudiera ser asesinado por causa de su esposa, Sara, entonces, diría que él era su hermano. Eso impediría que Abraham fuera muerto, o por lo menos, así pensaban. Hicieron, pues, ese pequeño convenio, y ya lo habían utilizado una vez antes en Egipto. Y aquí lo usan una vez más. Ese pecado, pues, debe ser encarado y corregido antes de que Dios escuche y conteste la oración de enviarles un hijo. Isaac no nacerá hasta cuando encaren y corrijan este pecado.
¡Cuantos cristianos hoy día no juzgan el pecado en sus vidas, y por tanto, no reciben bendiciones! Francamente, creemos que tendríamos un verdadero avivamiento en las iglesias si hubiera confesión de pecado por parte, no tan sólo de los miembros, sino también de los líderes. No hablamos de una confesión pública. Nos referimos más bien, a encarar y corregir y confesar los pecados que se encuentran dentro de nuestras vidas. Amigo oyente, no creemos que habrá bendición alguna hasta cuando encaremos esa situación. El apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios, capítulo 11, versículos 28 al 32, dice: Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.
Amigo oyente, la iglesia y muchos creyentes se ven impedidos de recibir raudales de bendiciones porque no desean, no están dispuestos a encarar y a corregir el pecado en sus vidas. Esta es una tremenda lección, una gran lección espiritual que encontramos aquí en este capítulo 20 del libro de Génesis. Y nos encontramos ahora, ante el capítulo 21. En este capítulo llegamos al nacimiento de Isaac; la expulsión de Agar e Ismael; y los días de Abraham en Beerseba. Leamos los versículos 1 y 2 de este capítulo 21 de Génesis que seguimos estudiando:
1Visitó Jehová a Sara, como había dicho, e hizo Jehová con Sara como había hablado. 2Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el tiempo que Dios le había dicho. (Gén. 21:1-2)
Note usted que hay una analogía muy notable entre en nacimiento de Isaac y el nacimiento de Cristo. Creemos que el nacimiento de Isaac se nos relata por eso mismo. Antes de que naciera Cristo, Dios puso de manifiesto al género humano esta gran verdad. Isaac nació en el tiempo determinado que Dios había prometido. Cristo, también nació en el cumplimiento del tiempo. El Apóstol Pablo en su carta a los Gálatas, capítulo 4, versículo 4, dice: Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley. Ahora, los versículos 3 al 8 de Génesis, capítulo 21, nos dicen:
3Y llamó Abraham el nombre de su hijo que le nació, que le dio a luz Sara, Isaac. 4Y
circuncidó Abraham a su hijo Isaac de ocho días, como Dios le había mandado. 5Y era Abraham de cien años cuando nació Isaac su hijo. 6Entonces dijo Sara: Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo. 7Y añadió: ¿Quién dijera a Abraham que Sara habría de dar de mamar a hijos? Pues le he dado un hijo en su vejez. 8Y creció el niño, y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el día que fue destetado Isaac. (Gén. 21:3-8)
Ahora, tenemos aquí unas verdades muy notables que debemos entender. En primer lugar, el nacimiento de Isaac fue un nacimiento milagroso. Fue contrario a la naturaleza. Pablo, en el capítulo cuatro de su epístola a los Romanos, el cual ya hemos leído anteriormente, dice que Abraham no consideró su cuerpo que estaba ya como muerto, ni consideró la esterilidad de la matriz de Sara, sino que tuvo fe en Dios. Así, pues, de la muerte Dios produce la vida. Este es un nacimiento milagroso. Y debemos tener en cuenta que Dios no presentó de repente algo nuevo en el nacimiento sobrenatural de Jesucristo. Comenzó a preparar a los hombres para tal evento, y así, mucho antes, allá en el nacimiento de Isaac, tenemos un nacimiento milagroso.
Vimos en el capítulo anterior, cómo Dios tuvo que contender con Abraham y Sara antes de que naciera Isaac. Ellos tuvieron que reconocer que ellos mismos no podían hacer nada, que sería imposible para ellos; Abraham tenía 100 años, y Sara tenía 90 años. En otras palabras, el nacimiento de Isaac tiene que ser un nacimiento con el cual ellos realmente no tuvieron nada que ver. Leamos ahora los versículos 9 y 10:
9Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual ésta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac. 10Por tanto, dijo a Abraham: Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo. (Gén. 21:9-10)
La llegada del pequeño Isaac al hogar ciertamente produjo mucha dificultad. Ismael, el hijo de Agar se burla del nuevo pequeño de la familia. Y aquí empezamos a notar la naturaleza y el carácter de este niño Ismael. Hasta aquí, parece que había sido un niño bueno, pero ahora, con la llegada del nuevo niño a la familia, él se presenta como realmente es.
Y esta es una ilustración del hecho de que un creyente tiene también dos naturalezas. Antes de ser convertido, uno tiene una naturaleza vieja, la cual le controla. Uno hace lo que quiere. Y cuando uno hace lo que quiere, pues, no siempre hace lo mejor; pero no hay otra naturaleza en uno. Pero cuando uno nace de nuevo en la familia de Dios, uno recibe una naturaleza nueva, y cuando uno recibe esa nueva naturaleza, entonces es cuando comienza el problema. El apóstol Pablo nos dice en el versículo 15, capítulo 7 de su epístola a los Romanos, que hay una lucha entre la naturaleza nueva y la vieja; él dice: Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.
Pablo está diciendo que la naturaleza nueva no quiere hacer lo que la naturaleza vieja quiere que haga, pero la naturaleza vieja tiene el control. Pero, llega el momento, amigo oyente, en que una persona tiene que decidir de qué manera piensa vivir; es decir, ¿cuál es la naturaleza que le va a gobernar? Tiene que tomar o hacer una decisión, y esto tiene que ver con lo que llamamos “rendición al Señor”. O, bien, permite que el Espíritu Santo obre en su vida y le controle; o, bien, se deja dominar por la energía de la carne. No hay otra alternativa para el hijo de Dios, amigo oyente. Ahora, se nos dice aquí que el hijo de la sierva debe ser echado fuera. Eso se aplica también a nuestras vidas con respecto a las dos naturalezas. Pero, notemos ahora algo interesante aquí. El versículo 11 del capítulo 21 de Génesis, dice:
11Este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo. (Gén. 21:11)
Después de todo, en cuanto a la carne, Ismael es su hijo tanto como lo es Isaac; y después de todo, Isaac es solo un nene recién nacido, y Abraham no sabe mucho de él todavía. Pero en cambio, este niño Ismael ha estado en el hogar todo este tiempo, y Abraham se ha encariñado y se ha apegado mucho de él. De modo que es muy doloroso lo que Abraham tiene que hacer, es decir, tener que despedirle.
Volvamos ahora a lo que dijimos antes. Dios no aprobó la conducta de Abraham y Sara. Y ahora, están cosechando los resultados, y es muy doloroso para Abraham el tener que despedir o echar a este niño. Pero, amigo oyente, el pecado es pecado, y Dios nunca aprueba el pecado. Dios nunca tuvo la intención de aprobar lo que hizo Abraham. Fue, pues, un dolor para él, pero Dios no podía aceptar a Ismael en lugar de Isaac; Isaac era el hijo de la promesa. Y la pobre Sara no podía soportar que el niño Ismael se burlara de su hijito. Y es que, en nuestra vida tampoco podemos vivir con las dos naturalezas. Cada uno de nosotros tiene que tomar una decisión. El primer capítulo de Santiago, versículo 8, dice: El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. Eso explica la inestabilidad y la incertidumbre que hay entre tantos cristianos hoy
en día. Quieren ir con el mundo, y a la vez quieren andar con el Señor. Son esquizofrénicos espirituales. Tratan de hacer las dos cosas al mismo tiempo y eso es imposible.
Los griegos tenían una carrera donde juntaban a dos caballos, y un hombre colocaba un pie en un caballo, y el otro pie en el otro caballo. (Creo que ya mencionamos esto anteriormente). Bueno, esta era una gran carrera mientras que los dos caballos corrían juntos en la misma dirección. Usted y yo, amigo oyente, tenemos dos naturalezas: la una es el caballo negro, y la otra es el caballo blanco. No se puede ligar a los dos. No correrán juntos. Uno corre por una senda , y el otro corre en la dirección opuesta; y usted, amigo oyente y yo, tenemos que decidir por cuál senda vamos a caminar. Tenemos que ir con un caballo, o con el otro; con una naturaleza, o con la otra. Por eso se nos dice allá en Romanos, capítulo 6, versículo 13: Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Y en el capítulo 8 de esta misma epístola a los Romanos, versículos 3 y 4, dice: Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
La ley trató de asirse, de agarrarse del hombre, pero la naturaleza vieja no pudo llenar los requisitos de la ley. En cambio, el Espíritu de Dios sí pudo hacerlo. Este es el gran mensaje que encontramos aquí en este capítulo. Luego, notará usted que el niño creció y fue destetado, y Abraham hizo un gran banquete para celebrar este acontecimiento. Primero, este niño vivía para alimentarse, para nutrirse de la madre. Luego, vino el día en que tuvo que ser destetado. El Apóstol Pedro en su primera carta, capítulo 2, versículo 2, nos dice: desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación.
Ahora, amigo oyente, llega el día cuando de veras usted querrá salir de la niñez, y por tanto no debe leer solamente el Salmo 23 y el capítulo 14 del evangelio según San Juan. Esos capítulos, claro está, son maravillosos, pero en vez de leer sólo estos capítulos, usted debe tratar de leer a través de toda la Biblia. No debe quedarse un bebé todo el tiempo, debe crecer. Amigo oyente, nos hace falta a todos crecer, igual como el pequeño Isaac, que tuvo que crecer y ser destetado. Deseamos mencionar aquí que el carácter de Ismael, el cual empezamos a ver que se revelaba, esa naturaleza que vemos manifestándose más adelante en aquella nación, una nación antagónica, su mano está contra su hermano y esa ha sido la historia de esa nación por todos los siglos; y todo comenzó aquí mismo.
Ya hemos sugerido que hay una comparación entre el nacimiento de Isaac, y el nacimiento del Señor Jesucristo. En realidad, hay como una anticipación del nacimiento de Cristo que está puesta delante de nosotros. Dios no presentó de repente un nacimiento virginal sobre el género humano. Había ejecutado ya unos nacimientos milagrosos antes de aquel. El nacimiento de Sansón, por ejemplo, fue milagroso. También el nacimiento de Juan el Bautista. Aquí, pues, se presenta el nacimiento milagroso de Isaac. Y quisiéramos ahora dirigir su atención a la comparación entre estos dos nacimientos, el de Isaac y el del Señor Jesucristo:
En primer lugar, notamos que ambos habían sido prometidos. Usted recordará que cuando Dios llamó a Abraham para que saliera de Ur de los caldeos, 25 años atrás, Dios había prometido que le nacería un hijo. Dios les prometió a Abraham y a Sara un hijo. Luego, pasaron 25 años, y Dios cumple Su promesa. Dios había dicho a la nación de Israel que una virgen concebiría, y daría a luz un hijo. Llegó el día cuando en Belén de Judea, tuvo cumplimiento esta profecía. Cristo Jesús, nació de una virgen. Ambos nacimientos, pues, habían sido prometidos.
En segundo lugar, notemos que en ambos casos transcurrió largo tiempo entre la promesa y el cumplimiento de ella. Y esto lo consideraremos ya en nuestro próximo programa, porque nuestro tiempo ha tocado a su fin en esta oportunidad. En la continuación de este estudio, retornaremos a su receptor y confiamos que usted volverá a sintonizarnos. Será, pues, hasta pronto y ¡que el Señor le bendiga es nuestra ferviente oración!