Es sobre esta base que bendice a Abram. Bendito sea Abram del Dios altísimo, el Elohim, el Creador. Melquisedec era el Sumo Sacerdote del mundo de aquel entonces, y el Señor Jesús es el Sumo Sacerdote del mundo hoy en día. Aarón lo fue para Israel y para el tabernáculo. Melquisedec lo fue para el mundo de aquel día, y nuestro Señor Jesucristo es según el orden de Melquisedec en Su persona. Y la última parte del versículo 20 dice: Y le dio Abram los diezmos de todo. Veamos ahora la prueba por la cual pasa Abram. El versículo 21 de este capítulo 14 de Génesis, dice:
21Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas, y toma para ti los bienes. (Gén. 14:21)
Esta es una tentación para Abram. Según el Código de Hammurabi, este hombre Abram tenía el derecho sobre los bienes, y aun sobre las personas. El rey de Sodoma es muy astuto. Dice que él se quedaría con las personas, y que Abram podía tomar los bienes. Esta es una tentación para Abram, y si él hubiera tomado los bienes, uno siempre diría: “Pues, aquel hombre Abram es un hombre rico porque Dios de veras le ha bendecido”. Pero, el rey de Sodoma habría dicho: “Dios no le bendijo. Yo se los di y yo enriquecí a Abram”. Abram, pues, se dio cuenta de esto, y entonces responde al rey. Leamos los versículos 22 al 24 de este capítulo 14 de Génesis:
22Y respondió Abram al rey de Sodoma: He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, 23que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram; 24excepto solamente lo que comieron los jóvenes, y la parte de los varones que fueron conmigo, Aner, Escol y Mamre, los cuales tomarán su parte. (Gén. 14:22-24)
Abram está bajo la influencia de la bendición de Melquisedec. Y es bueno que hubiera conocido a Melquisedec. Porque, Dios siempre nos prepara para enfrentarnos con cualquier tentación, con cualquier prueba que nos llegue, y dice en la primera carta del Apóstol Pablo a los Corintios, en el capítulo 10, versículo 13: pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. Dios, pues, preparó a Abram para enfrentarse con esta prueba.
Al salir, Abram hizo un pacto con Dios. Había dicho: “Oh, Dios, no estoy entrando en la guerra para adquirir los bienes. No tengo interés en las posesiones. Quiero restaurar y liberar a mi sobrino Lot. Permite que yo haga esto”. Y Dios se lo permitió; por eso Abram se lo dice al rey de Sodoma, y esto entonces constituye un testimonio para con el rey. Lo que dice es: “Yo adoro al Dios vivo y verdadero, y he jurado que no tomaré nada de la guerra. Tú no puedes enriquecerme. No voy a dejar que me des ni un lazo ni un hilito siquiera, porque si me los das, dirás que fuiste tú quien me ha enriquecido. Si me enriquezco, no será por causa tuya. Dios es quien lo hará”.
Note usted también, amigo oyente, que Abram tiene también cuidado de dar la porción legítima a los otros hombres. Ellos tienen derecho a los bienes. Es justo que se les pague lo que comieron. En otras palabras, debe pagárseles por sus servicios. Pero Abram, por su parte, se cuida de no tomar nada para él mismo.
Y aquí concluimos el capítulo 14 de Génesis. Llegamos ahora al capítulo 15, y encontramos en este capítulo la cuarta aparición de Dios a Abram. Dios se revela a Abram, de una manera más completa y reafirma Sus promesas. Llegamos a uno de los puntos principales de la Biblia aquí en este capítulo, y encontraremos otro punto principal más adelante en el capítulo diecisiete. El versículo 1 de Génesis 15, dice:
1Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. (Gén. 14:1)
En esta cuarta aparición, Dios anima a Abram, y lo lleva más adelante. Abram acaba de dar un paso grande de fe cuando salió a liberar a Lot, y cuando rehusó recibir los bienes que el rey de Sodoma le había ofrecido. Por tanto, el Señor se le aparece para fortalecerlo.
Dios le dice, ante todo, que Él es su escudo. Y amigo oyente, eso es maravilloso. Tal vez durante la batalla con los reyes, Abram se encontró en peligro y no sabía si viviría o no. Dios, entonces, le recuerda que Él está listo para defenderle, y le dice: “No temas, Abram; Yo soy tu escudo”. (Gén. 15:1)
Luego le dice que también su galardón será sobremanera grande. Le dice a Abram que hizo bien en rechazar los bienes. “Soy tu galardón, Abram. Te voy a galardonar”. ¡Qué maravilloso es cuando un hombre está dispuesto a simplemente creer a Dios y acudir a Él! Es maravilloso contemplar lo que Dios puede hacer con tal hombre y por tal hombre. El versículo 2 del capítulo 15, nos dice:
2Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? (Gén. 15:2)
Detengámonos aquí por un momento y notemos que Abram es muy práctico. Amigo oyente, creemos que a Dios le agrada que seamos prácticos. Ojalá pudiéramos deshacernos de la piedad falsa, y la actitud hipócrita que muchos asumimos hoy día.
Abram le está diciendo a Dios que no quiere tener más riquezas. Le dice a Dios que no le faltan las riquezas. Lo que pesa de veras en su corazón es el deseo de tener un hijo. Le recuerda a Dios que todavía está sin hijo, y que Dios le ha prometido que será el padre de una nación, y que su descendencia será tan innumerable como la arena del mar. La petición de su corazón es pues, un hijo.
Según la ley de aquel día, la cual era el código de Hammurabi, Eliezer, el siervo de Abram, actualmente el mayordomo, heredaría todos los bienes de Abram para su descendencia. Por eso, si Abram no tenía un hijo, todas las posesiones pasarían a posesión del hijo de Eliezer como herencia. Ahora, los versículos 3 y 4, dicen:
3Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa. 4Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. (Gén. 15:3-4)
¿Sabe usted, amigo oyente, que Dios es práctico cuando el hombre es práctico con Él? Dios asegura a Abram que el heredero no vendrá por su siervo. Dios le dice de nuevo que tendrá un hijo. Así, pues, Dios lo toma de la mano, y lo lleva fuera, bajo las estrellas. Ahora, sabemos que era de noche, porque leemos en el versículo 5:
5Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia (Gén. 15:5)
Primero, Dios había dicho a Abram que su descendencia sería tan innumerable como la arena en la orilla del mar. Ahora, le dice que su descendencia será tan innumerable como las estrellas de los cielos. Por tanto, este hombre Abram, realmente tiene dos descendencias. Una descendencia es física, y esa es la nación de Israel. La otra descendencia es espiritual, y esa es la iglesia. Ahora, ¿cómo se llega a ser parte de esa descendencia espiritual? Solamente por la fe. El Apóstol Pablo declaró a los Gálatas, que eran hijos de Abraham. En su carta a los Gálatas, capítulo 3, versículo 29 dice: Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abram sois, y herederos según la promesa. Estos eran los descendientes de Abram por la fe en Jesucristo. No es la descendencia de Abram según la línea natural.
Un predicador tuvo el privilegio de hablar a un grupo de jóvenes judíos hace muchos años. El predicador habló de las glorias de la ley mosaica, y del cumplimiento de aquella ley en la persona de Cristo Jesús. Comenzó por decirles que se alegraba hablarles porque ellos eran los hijos de Abram; pero les dijo que él también era hijo de Abram. Ellos se miraron unos a otros con gran sorpresa. Luego, el predicador les dijo cómo es que uno llega a ser hijo de Abram. Hay, pues, dos descendencias de Abram, y es maravilloso saber eso. Ahora, el versículo 6 de este capítulo 15 de Génesis, dice:
6Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. (Gén. 15:6)
Este es uno de los grandes versículos de la Biblia, amigo oyente, y nos detendremos brevemente aquí para estudiarlo. Usted recuerda que Dios había llevado a Abram de la mano y lo condujo afuera, bajo las estrellas. Sin duda, Abram pudo ver unas 4.000 estrellas, quizá más. Había más de 50.000 en esa región donde él miraba. No las podía contar, pero Dios le dijo que si las pudiera contar, luego bien podría contar su descendencia. Él no las pudo contar, y nosotros no podemos contar sus descendientes hoy día.
Abraham creyó a Dios. Lo que esto significa en realidad es que Abraham dijo un “Amén” a Dios. Dios dijo: “Haré esto por ti”, y Abraham le dijo a Dios: “Te creo. Amén”. Y le fue contado por justicia. La fe, amigo oyente, es contada por justicia. Esto es tan importante que tenemos que verificarlo. El Apóstol Pablo lo usa en su epístola a los Romanos, capítulo 4, versículos 1 al 5, diciéndoles: ¿Qué, pues, diremos que halló Abram, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abram a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.
Abraham encontró, según la carne, que no podía ser justificado por las obras. Se dio cuenta que su fe no era justicia, pero que Dios la contó por justicia. Es una recompensa de la gracia. Aun la fe no es una obra de la cual podamos gloriarnos, la fe le es contada por justicia. Si uno puede obrar para ganar la salvación, entonces Dios le debe a uno la salvación, se la debe a la persona que la gana. Pero, amigo oyente, Dios nunca salva de otra manera, sino por la gracia. Nunca ha tenido otro método para salvar. Si usted es salvo, es porque creyó a Dios, aceptando a Cristo Jesús como su Salvador personal. Cree que Dios le ha provisto la salvación. Al que no obra para obtener la salvación, al que no obra, es decir, al que no hace nada para merecerla, su fe le es contada por justicia. Cree en Aquél que justifica al impío. ¿A qué clase de personas justifica? A los impíos. La fe es contada precisamente por lo que no es. Esos son hombres impíos, injustos, pero la fe les es contada por justicia, y es por eso que los que están sin Dios, y luego creen, son declarados justos. Mas al que no obra, sino cree en Aquél que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Es contada por lo que no es.
Abraham pues, creyó a Dios. Aceptó simplemente lo que le decía Dios, y creyó a Dios. Así es cómo se salva el pecador; y así es cómo usted, amigo oyente, puede ser salvo: simplemente creyendo que Dios ha hecho algo por usted, que Cristo murió por usted, y que resucitó. Dios, entonces, le declarará justo al aceptar usted a Cristo Jesús, como el Salvador de su alma.
En el tercer capítulo a los Gálatas, los versículos 6 al 9, encontramos esta misma gran verdad; dice allí: Así Abram creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abram. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abram, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abram. La fe, amigo oyente, la fe que Abraham tuvo le hizo fiel a Dios. Pero, no es salvo por serle fiel. Es salvo por creer a Dios. Y eso es de suma importancia. Volvamos ahora, al capítulo 15 de Génesis, y leamos los versículos 7 y 8 que dicen:
7Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra. 8Y él respondió: Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar? (Gén. 15:7-8)
Vemos aquí cuán práctico era Abraham. Cree en tratar con la realidad, y creemos que hoy nos hace falta hacer lo mismo. Nos hace falta la realidad en nuestras vidas, en nuestras vidas cristianas, y si no hay realidad en su vida, amigo oyente, entonces no hay nada allí. Demasiadas personas hoy día se hacen niños que quieren jugar cuando se trata de la iglesia. Pero Abraham, en su manera muy práctica, pregunta a Dios cómo es que va a conocerlo. A Abraham le gustaría tener esto por escrito. Después de todo, Abraham no tenía un título de propiedad de la tierra.
Dios le dice: “Abraham, me alegro que me hayas preguntado, porque me voy a encontrar contigo en el tribunal, y ante el notario público, voy a legalizar este pacto que hago contigo. También vas a tener un hijo. Voy a hacer un pacto contigo, y vamos a reunirnos allí, y Yo firmaré en la línea correspondiente”. Quizá usted dirá que nos estamos alejando un poco del texto de nuestro estudio de este libro de Génesis, porque no se encuentra nada acerca de una reunión entre Dios y Abram, ante el notario público en un tribunal. Amigo oyente, permítanos decirle, que según la ley de aquel entonces, eso es exactamente lo que Dios quiso decirle a Abraham. Leamos ahora los versículos 9 y 10 de este capítulo 15:
9Y le dijo: Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino. 10Y tomó él todo esto, y los partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de la otra; mas no partió las aves. (Gén. 15:9- 10)
Dios le dijo que alistara las cosas que se emplean en el sacrificio. “Trae una becerra, una cabra, un carnero, y pártelos por la mitad. Pon cada mitad, una enfrente de la otra. No partas las aves sino pon una acá, y la otra, al otro lado”. Ahora, esa es la manera en que los hombres
hacían el pacto en aquellos días. Arreglaban un sacrificio así como este, y los dos hombres que estaban haciendo el pacto lo declaraban. Se ponían de acuerdo para comprar o vender, y acordaban el precio, y después de llegar a un acuerdo firme, los dos se juntaban de la mano y pasaban por medio del sacrificio. En aquel entonces, esta ceremonia correspondía a lo que hacemos nosotros hoy en día, de ir al tribunal y firmar ante un notario público. Eso es exactamente lo que ocurrió aquí. Y vemos que Abraham alistó todo según las instrucciones que Dios le dio. El versículo 11 dice:
11Y descendían aves de rapiña sobre los cuerpos muertos, y Abram las ahuyentaba. (Gén. 15:11)
Si usted hubiera estado allí, hubiera visto todo el despliegue de los sacrificios. Era la costumbre de aquellos días. En Jeremías, encontramos una referencia a esta costumbre. Al parecer, era la costumbre de muchas de las naciones de aquellos tiempos. Leemos en el capítulo 34 de Jeremías, versículo 18, que dice: Y entregaré a los hombres que traspasaron mi pacto, que no han llevado a efecto las palabras del pacto que celebraron en mi presencia, dividiendo en dos partes el becerro y pasando por medio de ellas.
Vemos aquí, una escena muy humana. Abram lo ha preparado todo, y mientras espera al Señor, las aves del aire descienden, es decir, el gallinazo, el buitre, los cuervos y las demás aves que comen cuerpos muertos, y Abram está allí ahuyentándolas. Todas habían llegado a banquetear y es como si dijeran: “Bueno, Abram, por lo visto el que hace el pacto contigo no ha aparecido. Tal vez llegará tarde” Y Abram, respondía: “Sí vendrá, y no tardará. Simplemente me mandó a preparar las cosas, y prometió estar aquí para hacer el pacto”. Ahora, leamos el versículo 12:
12Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. (Gén. 15:12)
Abram es paralizado en sueños y puesto a un lado. Parece algo extraño. Dios le paraliza en sueño cuando debe hacer el pacto. Este es un pacto extraordinario, amigo oyente. Dios va a pasar por en medio del sacrificio, porque Dios le ha prometido algo a Abram, pero Abram no va a pasar por el sacrificio, porque Abram no le está prometiendo nada. Simplemente creyó a Dios. Eso es todo.
Amigo oyente, eso es exactamente lo que tuvo lugar hace más de 2.000 años. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Dios el Padre amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito, y el Hijo estuvo de acuerdo en venir a la tierra y morir por los pecados del mundo, los suyos y los míos, para que todo aquel que cree en Jesucristo no se pierda, sino que tenga vida eterna. El evangelio de Juan, capítulo 3, versículo 16, nos habla de eso. Yo no estuve allí hace más de 2.000 años para hacer el pacto, pero Dios el Padre, y Dios el Hijo lo hicieron. Yo no pude prometer nada. Ni usted tampoco.
Abram, pues, no hace promesa alguna. Supóngase que Dios hubiera dicho a Abram: “Abram, si sólo me prometes decir tus oraciones todas las noches, te haré esto”. Y, supóngase que una noche Abram se hubiera olvidado de orar. Pues, hubiera violado el pacto, y Dios no hubiera estado obligado a cumplir con Su parte. Pero, gracias a Dios, esa no fue la manera en que hizo Dios el pacto. No pide al hombre que haga cosa alguna. El hombre simplemente dice un “Amén” a Dios. El hombre simplemente tiene que creer lo que Dios ha hecho. Crea a Dios. Amigo oyente, esa es la salvación, es creer a Dios. Dios fue Quien pasó por en medio del sacrificio. Fue Dios quien hizo el pacto. El versículo 13, nos dice:
13Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. (Gén. 15:13)
En la Escritura, se predice tres veces que esta gente sería expulsada de la tierra. Esa es la primera vez. También predecía que regresarían a la tierra. Y regresaron de Egipto. Más adelante se nos dice que fueron llevados cautivos a Babilonia, y también regresaron de allá. Luego, en el año 70 de nuestra era, Jerusalén fue destruida, y fueron esparcidos de nuevo. La nación no ha regresado completamente de la dispersión, pero se predice que volverán un día. Los versículos 14 y 15 de Génesis 15, dicen:
14Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. 15Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. (Gén. 15:14-15)
Más adelante, veremos cómo se cumplió esto, y cómo salieron con gran riqueza. Abram no vivió para ver esto, por supuesto. Y vamos a detenernos aquí por esta ocasión. En nuestro próximo programa, concluiremos nuestro estudio del capítulo 15 de Génesis, y entraremos en el capítulo 16. Por hoy, gracias por su atención y ¡que Dios le bendiga abundantemente es nuestra ferviente oración!