Este fue uno de los ruegos que recibí como consecuencia del oleaje que despertó ese libro de gran éxito de ventas escrito por Ehrman, director del departamento de estudios religiosos de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Ehrman, que se describe a sí mismo como un cristiano convertido en agnóstico, es un «crítico textual», un erudito que analiza los manuscritos bíblicos para determinar lo que las copias originales (hace ya mucho convertidas en polvo) decían realmente.
Hasta la invención de la prensa, los escribas hacían copias manuscritas del Nuevo Testamento. Los errores resultaban inevitables; de hecho, Ehrman informó que existen entre 200.000 y 400.000 «variaciones», o diferencias, entre los manuscritos (Bart D. Ehrman, Misquoting Jesus,Harperüne, Nueva York, 2005, pp. 89-90).
«¿De qué nos sirve decir que la Biblia es la palabra de Dios libre de errores si en realidad no tenemos las palabras que Dios inspiró de manera inequívoca, sino las palabras copiadas por los escribas, en ocasiones correctas pero en otras ocasiones (¡muchas de ellas!) in correctas?», escribió Ehrman (lbid., p. 7).
Además, los lectores quedaron asombrados cuando Ehrman descartó la autenticidad de la famosa historia de Jesús perdonando a la mujer adúltera, los últimos doce versículos de Marcos que describen las apariciones de Jesús posteriores a la resurrección, y el pasaje más claro de la Biblia sobre la Trinidad.
¿Se puede confiar en el retrato que ofrece la Biblia sobre Jesús, o está tan signado por el error que no puede resultar exacto? Para descubrirlo, volé a Dallas a fin de entrevistar a otro renombrado crítico textual, Daniel B. Wallace, profesor de estudios del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Dallas, y director ejecutivo del Centro para el Estudio de los Manuscritos del Nuevo Testamento.
Wallace había realizado estudios post doctorales en Tyndale House, Cambridge, así como en la Universidad Tübingen y en el lnstitut für Neutestamentliche Textforschung. Es editor en jefe de Nuevo Testamento para la Biblia NET y coautor de diversos libros, incluyendo Reinventing Jesus [Reinventar a Jesús]. Wallace es muy conocido por su libro de texto Greek Grammar Beyond the Basics [Gramática griega más allá de lo básico], utilizado por muchas escuelas que enseñan griego intermedio, incluyendo instituciones como Yale, Princeton y Cambridge.
Desafiar nuestros prejuicios
Llegué a lo de Wallace y nos sentamos en unos sillones en su biblioteca de dos pisos, que tiene una capacidad como para seiscientos libros.
-Un erudito señaló que Ehrman «tiene fuertes intereses particulares» (Ben Witherington 111, artículo «Misanalyzing Text Criticism-Bart Ehrman's "Misquoting Jesus"», http://benwitherington. blogspot. com/2006/03/misanalyzing-test-criticism-bart html, 6 de junio de 2006) -le dije-. Pero, ¿no constituye eso un arma de dos filos? Los eruditos que argumentan a favor de la confiabilidad del Nuevo Testamento también pueden ser acusados de prejuiciosos.
-No se puede interpretar el texto sin tener ciertos prejuicios, pero debemos desafiar esos prejuicios al máximo posible -respondió Wallace-. Una manera de hacerlo es buscar puntos de vista que sean compartidos por más de un grupo de personas. El hecho es que los eruditos del amplio espectro teológico dicen que en todo lo esencial (no en cada aspecto particular, sino en todo lo esencial) los manuscritos del Nuevo Testamento que tenemos se remontan a los originales.
-Ehrman forma parte de una muy pequeña minoría de críticos textuales que sustentan lo que él dice. Francamente, no creo que él haya desafiado sus prejuicios; en lugar de ello, creo que los ha alimentado. Los lectores acaban teniendo más dudas acerca de lo que la Biblia dice que las que cualquier crítico textual haya tenido jamás. Pienso que Ehrman simplemente ha exagerado su punto.
Una sobreabundancia de riquezas
Al reconstruir el texto original del Nuevo Testamento, los eruditos cuentan con miles de manuscritos con los que trabajar. Cuántas más copias haya, más fácil resulta discernir el contenido del original. Dada la centralidad que tiene esto para la crítica textual, le pedí a Wallace que hablara acerca de la cantidad y calidad de documentos del Nuevo Testamento que existen.
-Es muy simple: contamos con más testigos para el texto del Nuevo Testamento que para cualquier otra pieza de literatura griega o latina antigua. ¡Realmente se trata de una superabundancia de riquezas! -señaló.
-Tenemos más de 5.700 copias del Nuevo Testamento en griego. Existen otras 10.000 copias en latín. Y luego hay versiones en otros idiomas: copta, siríaco, armenio, georgiano, y otros. Se estima que llegan a las 10.000 o 15.000. Así que contamos con entre 25.000 y 30.000 copias manuscritas del Nuevo Testamento.
-¿Pero muchas de ellas no son meros fragmentos?
-Una gran mayoría de estos manuscritos son completos, según los propósitos que los escribas se hubieran fijado. Por ejemplo, algunos manuscritos solo fueron planeados para incluir los Evangelios; otros, para contener las cartas de Pablo únicamente. Apenas sesenta de los manuscritos griegos cuentan con el Nuevo Testamento completo, pero eso no implica que la mayoría de los manuscritos sean fragmentarios.
Wallace agrega que además
-Los antiguos padres de la iglesia citaban con tanta frecuencia el Nuevo Testamento que sería posible reconstruirlo prácticamente entero a partir solo de sus escritos. Contando todas, existen más de un millón de citas del Nuevo Testamento en sus escritos. Estas se encuentran desde fechas tan tempranas como el primer siglo, y continúan hasta el siglo décimo tercero.
-La cantidad y calidad de los manuscritos del Nuevo Testamento no tiene igual en el antiguo mundo greco romano. Los autores griegos promedio cuentan con menos de veinte copias de sus trabajos en existencia hoy, y estos tienen una antigüedad menor, ya que su aparición es entre quinientos y mil años posterior a los originales. Si apiláramos las copias de sus obras una encima de la otra, su altura no excedería en mucho a un metro veinte centímetros. Apilemos las copias del Nuevo Testamento y llegaremos a una altura de más de un kilómetro y medio; y vuelvo a decir, eso no incluye las citas de los padres de la iglesia.
Le pregunté a Wallace acerca de las fechas de los documentos.
-Alrededor del diez por ciento de esos manuscritos nos vienen del primer milenio -señala-. Tenemos casi cincuenta manuscritos en griego solo de los tres primeros siglos.
Un famoso fragmento, según él me dijo, es un papiro que contiene Juan 18:31-33 y 18:37-38. Descubierto en 1934, se lo ha fechado entre los años 110 y 150 d.C., prefiriéndose la fecha más temprana. Uno de los expertos lo fecha en los año 90. Esto destruye la afirmación de los liberales que señalan que Juan no fue esctrito hasta los años 160 o 170.
-¿Es ese el único fragmento del segundo siglo? -Pregunté.
-No solo es el único, sino que en los últimos cinco años se han encontrado por lo menos tres o cuatro más, correspondientes al segundo siglo, en un museo de Oxford. Se obtuvieron en excavaciones realizads en 1906, y estuvieron descansando allá por casi un siglo. Hasta la fecha tenemos entre diez y quince papiros del segundo siglo. ¡Resulta absolutamente asombroso!
-Y aun cuando son fragmentarios, no siempre son pequeños. Por ejemplo, tenemos el P66, que corresponde a mediados del segundo siglo, o tal vez a sus finales y contiene casi todo el Evangelio de Juan. P46, que está fechado alrededor del año 200 d.C., contiene siete de las cartas de Pablo y Hebreos. P75, que es de la última parte del segundo siglo o de la primera del tercero, incluye a Juan y a Lucas casi completos. P45 también es temprano, y consiste de extensas porciones de los cuatro Evangelios, o sea que se trata de una cantidad substancial de evidencia.
-Así que entonces tenemos una distancia realmente muy pequeña entre los papiros más antiguos y los documentos del Nuevo Testamento -le dije.
-Correcto. No hay comparación con otros casos -me respondió-. Algunos grandes historiadores tienen . una brecha de trescientos años antes de lograr tener una astilla de un fragmento, y luego deben esperar otros mil años para ver alguna otra cosa.